Anástasi: El precio de la libertad

Capítulo XXII

— Eres un buen tipo, Michael, pero te equivocaste con tus decisiones.

En aquellos agónicos tiempos que pasé en prisión, John Warren, del otro lado de las rejas, me dijo con lastima mientras miraba mi deplorable condición.

— ¿Buen tipo? No digas estupideces, John. Los buenos tipos no están aquí. —Contesté sin siquiera mirarlo, pero conocía su voz.

— Te lo advertí. Te dije que te alejaras de Elizabeth y te olvidaras de...

— ¿Encajar a donde no pertenezco? —Lo interrumpí.

— No me refiero a eso. Yo... intenté ayudarte, pero subestimaste mis palabras. Tu no...

— Creí en tus palabras, pero evidentemente eres un Warren más. No como Elizabeth, claro. Ella tenía muchas cosas, pero no su sucia cobardía para engañar a los demás.

John Warren, luego de un intento de verse fuerte y amenazador, y después querer remediarlo con una pobre excusa, finalmente dijo lo que en verdad pensaba.

— Yo no tenía opción, Michael. Me obligaron a actuar... yo... yo no podía ayudarte.

— No podías vivir sin la herencia millonaria de tu padre. Pero te entiendo, descuida. Tú nunca podrías amar a alguien cuando prefieres tu vida. Una vida cómoda y llena de lujos. Está bien, John, cada quien vive por y para sus prioridades. En tu caso, también vives por el temor a lo que digan de ti. ¿Qué diría tu padre si se entera que usas colosales cantidades de dinero para pagar costosas fiestas en yates lujosos?
Nada. Y eso es porque piensa que eres como el: un hombre exitoso en su plena juventud que vive rodeado de chicas y despierta con una diferente cada día en una enorme y cómoda cama. Está orgulloso de su hijo mayor porque no sabe que en lugar de chicas son chicos. Está bien, John, no pasa nada. Poniéndome en tu lugar, debe ser difícil ser alguien des heredado y homosexual. Es más difícil tener al hombre que tú quieras si te falta dinero.

Mis palabras eran crudas, duras y cargadas de toda la verdad, pues la prisión me estaba siendo así: alguien sin miedo a decir lo que realmente sentía. Aunque Elizabeth estuvo en contra de eso casi todo el tiempo, sobre todo considerando que la verdad a veces lastima a las personas, me amaba por cómo era. Ahora que ya no estaba conmigo, no me importaba que dijeran los demás cuando los acusara con la verdad. Solo era un hombre condenado a treinta y cinco años de prisión.

— Te agradezco por haber guardado mi secreto por muchos años, pero ya es tarde. Cualquier cosa que digas de ahora en adelante, será considerado como un acto desesperado por arruinar la reputación de los Warren. Si les dices mi secreto a los demás, nadie te creerá, así que ahórrate tus comentarios. Adiós Michael. —Sus palabras fueron definitivas, pensando que iba a morir más pronto de lo previsto. 

— Tu madre conoce tu secreto. Se bien que fue ella la que te amenazó, y déjame decirte que hiciste un buen trabajo para condenarme a muerte. Sabes bien la verdad de las cosas, pero no te importa. Para ustedes, Elizabeth solo fue alguien indigno de ser un Warren. Alguien quien no es un monstruo, no tiene lugar ni puesto en un pantano. Para ustedes es mejor si ella no existe. —De manera agónica, manifesté otra verdad en protesta de una verdadera injusticia.

— Te equivocas. Nosotros amábamos a Elizabeth.

— ¡¿Entonces porque la mataron!? —Grité dejando que la furia se apoderara de mi— ¡Maldito mentiroso! ¡Hipócrita! ¡Eres tan miserable como tu padre! ¡Púdrete en el infierno!

Tomé uno de los libros que estaba leyendo, di media vuelta para quedar frente a él, y lo arrojé con todas las intenciones de golpearlo. Los barrotes detuvieron el vuelo del libro, y esos mismos, iban a detenerme cada vez que quisiera hacer cualquier cosa.
Estaba acabado.

John fue a visitarme antes de mi traslado a un penal de máxima seguridad. Semanas antes, perdí el juicio en mi defensa contra la acusación de matar a mi propia esposa. ¿Las pruebas?: Totalmente falsas. ¿Los jurados?: Comprados a un buen precio. ¿El abogado en mi contra?: John Warren, uno de los mejores del Wall Street, que luego de una actuación barata, convenció a más que el jurado para que fuera condenado para siempre.
Treinta y cinco años en la prisión más segura de la ciudad: perfecto para un asesino que solo quería quedarse con parte de la fortuna de los Warren. Yo solo era una inmunda rata asesina que trató de pasarse de listo enamorando a una pobre, estúpida e inocente flor, en busca del premio mayor. Yo solo era esa vil escoria que no le importó asesinar a la que era "la más querida" de todo el imperio Warren.

— No dejes que la locura te consuma, Michael. Hasta nunca. —John, sin nada más que decir y escuchar, se retiró y jamás lo volví a mirar.



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En el texto hay: accion, suspenso, venganza

Editado: 24.06.2019

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