—Cuídala —dice mi madrina a Selena, nuestra prima, luego se inclinó para quedar a mi altura—. Te amo mi quejica y te prometo que algún día lo entenderás.
Me abraza fuerte y besa mi frente, siento el calor de sus labios, lo siento como si aún estuviesen allí, extiendo la mano intentando agarrarla, pero todo desaparece cuando mi mano golpea la cama de mi hermana, que está sobre la mía y por suerte en ese mismo instante también suena el despertador, me ahorro sus insultos por despertarla.
Me levanto y corro al baño ya es bastante malo soñar todas las mañanas con lo mismo, como para además llegar tarde a mi primer día de clases en el nuevo liceo debido a que mi hermana se apoderó del baño.
Al terminar de arreglarme, voy a la cocina y me dejo caer sobre la primera silla que encuentro, estoy agotada, hace al menos un mes que no duermo bien y además hoy me levanté más temprano. Me recuesto en la mesa y cierro los ojos unos segundos, quiero dormir aunque sea diez minutos más.
—Anastasia levántate, esa no es forma de estar en la mesa —Me regaña mi tía-tutora muy enojada, pero es normal, todo lo que yo hago está mal para ella.
—Buenos días dormilona —Sonrío cuando Teresa, nuestra ama de llaves, me despeina— ¿Dormiste poco? ¿Otra vez te quedaste viendo esas películas de raros que te gustan?
—No son de raros Tere —No puedo evitar reírme, ella jamás entenderá lo que me provocan las películas de Fantasía— ¿Acaso no te gustaría vivir en un mundo con magia?
—No, ya es muy complicada sin ella —Suspira pesadamente mientras coloca el desayuno frente a mí, luego me regala una de sus dulces sonrisas y sigue con sus tareas.
Una hora después ya estoy en clases, el liceo es un viejo edificio, fue uno de los primeros liceos de la ciudad, tiene tres pisos y un subsuelo. A pesar de ser viejo está muy bien cuidado, tiene ventanales por todos lados, el patio es inmenso, eso me gusta ya que podemos hacer gimnasia allí y además tiene un gimnasio, pero casi nunca se usa, bueno eso es lo que dijo Elissa. En mi anterior liceo teníamos que ir a un club porque no había espacio, era diminuto, tanto que sólo tenía los tres primeros años, por eso ahora tengo que hacer los tres últimos aquí.
Me cuesta un poco encontrar el salón, está en el segundo piso, es blanco con cortinas azules y es inmenso. Por suerte mi hermana me había dado buenas instrucciones de cómo llegar allí, ella ya lleva dos años en este liceo. En la clase no conozco a nadie, me siento contra la pared como me recomendó ella, dice que es más fácil hacer trampa en las evaluaciones en esa parte del salón.
Sin embargo, a mí eso no me importa, yo prefiero estudiar que hacer trampa, pero aun así ella tiene calificaciones mucho mejores, mi tía nunca deja de reprochármelo, hasta que le grito que al menos yo no perdí ningún año y me encierro en el cuarto.
En realidad eso sólo lo digo cuando mi hermana no está en casa ya que el año que perdió fue en el que murieron mis padres, no la culpo, pero odio que mi tía me refriegue que ella es mejor.
Mientras mi mente vuela impulsada por mis pensamientos, entran los que faltan de la clase, la mayoría son chicas, que van siguiendo a dos chicos. El más alto, robusto y con sonrisa coqueta, charla animadamente con ellas, mientras ellas se pelean por su atención, es bastante lindo, tiene un cuerpo muy bien formado, se nota que pasa horas en el gimnasio, es rubio y de ojos verdes, lleva unos jeans azul claro y una camisa con líneas de colores.
El otro chico tiene una mirada muy fría, sus ojos son de un celeste casi blanco, es como si hubiera un charquito de agua en medio de la nieve, no sonríe, hasta parece de mal humor, es más bajo que el primero, pero por pocos centímetros y menos robusto, aun así tiene los músculos muy marcados. Él viste casi todo de negro, jeans, championes y una camisa abierta, por debajo una remera ajustada blanca que resalta su físico. Presumido hasta en eso. Mi primera impresión, antes de que su frialdad me haga cambiar de idea, es que parece una viuda, le falta el velo negro y ya estaría completo.
Me da gracia que las chicas los vean a ambos con interés, al de camisa rayada es entendible, aparte de lindo es amable, pero el otro deja mucho que desear, tiene una sonrisa pícara, a pesar de que su mirada sea de desdén y toda su postura parece arrogante. Lo que más gracia me da es que tampoco puedo dejar de verlo, hasta que nuestras miradas se cruzan, no sé por qué, pero sonrío. Siento que me congela con su fría mirada, aunque eso no evita que el calor suba por mis mejillas al sonrojarme, bajo la mirada rápidamente a mi cuaderno, es entupido que actúe así, más es la única reacción que pasa por mi mente en este momento.
—Vamos chicos coqueteen en el recreo ahora entren y acomódense, mi nombre es Lilian y seré su profesora de Matemáticas —Sonríe la joven profesora. Es un poco más alta que el promedio, con piernas kilométricas, que luce bajo una falda tubo morada. Es morena y de ojos marrón oscuro. Tira sus cosas sobre la mesa y comienza a escribir en la pizarra.