Anastasia y el mundo de él

Capítulo 25

    Al entrar a la sala me tiro en el sofá y espero allí, ansiosa, no sé si por la situación de hace unos minutos o por lo que vendrá o peor, por ambas cosas.

    En cuestión de minutos todos se reúnen en la sala, Ema se ubica en el otro extremo y no me mira, ni por un segundo, en su lugar mira a la nada con frialdad. Keith sí me mira, al menos de a ratos.

    —Bueno chicos, la misión de hoy es bastante sencilla, no es del todo, porque como saben las brujas en esa isla no pueden perder totalmente los poderes, por eso se refugian allí en sus peores días —Cara es quien toma la dirección de la orquesta—. Por lo que sabemos está en una casa cerca de los jardines, es una zona muy despejada, probablemente nos verá aparecer, así que tendremos que ser lo más sigilosos posible y llegaremos por dos puntos distintos, que vea a uno y no a los dos.

    » La división es muy importante —Nos mira a todos detenidamente, luego vuelve a pasar la mirada por Keith, Ema y por ultimo por mí, no es tonta, nota como están las cosas—. Nora, Zavier, Gonza y Ema irán por el norte, el resto de nosotros por el sur ¿Les parece bien? —Nos vuelve a mirar y nadie dice nada—. Perfecto, saldremos en quince minutos, terminen de aprontarse.

    Nora y Zavier se van a preparar, son los únicos que faltan. Cara sube, Santi y Gonza van a arreglar las lanchas y Ema se queda en un rincón jugando con sus espadas, no sabía que las había traído.

    —Ven, te quiero mostrar algo —Keith me extiende la mano para ayudar a que me levante.

    —¿Ahora? —No puedo evitar mira a Ema de reojo ya no juega, tampoco me mira, aunque sus hombros están tensos, igual que los músculos de su rostro.

    —Ven, dale, te alegraré la noche o morirás de envidia —Su sonrisa es tan radiante.

    No respondo nada, tomo su mano y lo sigo subiendo las escaleras. Recorremos todo el primer tramo de escaleras y entramos en la puerta que está al final. Al encenderse las luces su habitación ocupa toda mi atención, bajo la ventana está su cama, no es nada especial, cada centímetro de su cuarto está lleno de cuadros, todos de tamaño A4 o más, lo mejor es que las fotos son de distintos animes, a la mayoría los reconozco, aunque hay un par que no. Las partes que no tienen cuadros tienen estanterías, las que están llenas de mangas y figuritas.

    —Dios —Abro y cierro la boca repetidas veces, no sé qué más decir, me siento muy feliz, es como un pequeño paraíso, claro está que una librería sería el verdadero paraíso. Por otra parte me encantaría tener un cuarto así, con todas las cosas que me gustan, no con la pintura rosa de mi hermana y los posters de sus modelos casi sin ropa—, creo que puedo morir aquí sin problemas.

    —Sabía que te gustaría, puedes tomar todos los mangas que quieras siempre que quieras.

    —Oh, Dios...

    —Sí ya entendí que te... —Lo abrazo saltando.

    —¡Es maravilloso! ¿De verdad puedo leerlos todos? Bueno los que pueda en estas semanas, mira tienes a... y a... —No consigo decir un nombre sin que otro llame mi atención.

    —Sí, están todos los que te gustan, o al menos todos los que tenemos en común, aunque algunos están en Italiano —Ahoga fiestas, aun así no dejo que eso opaque mi pequeña felicidad.

    En un pequeño rincón, hay una porta retratos, con la foto de Keith abrazado a una chica, él se ve más joven, no mucho, como dos años y ella parece de su edad, abro la boca para decir algo, pero mis primeras palabras son interrumpidas.

    —¡Chicos ya estamos todos listos!

    —Vamos, luego te doy uno para que leas antes de dormir.

    Afirmo y bajo las escaleras, entre saltitos y tarareos, aunque todo se acaban cuando Ema me mira con furia antes de abandonar la casa, mi alegría se vuelve a derrumbar.

    Keith me arrastra hasta la salida, creo que me está hablando, en cambio no logro escucharlo, sólo puedo pensar en la última mirada de Ema.

    —¿En qué piensas? —Ya estamos en la lancha, Keith se sienta a mi lado.

    —¿Quién era la chica de la foto? —Trato desesperadamente de cambiar de tema.

    Él me mira y la aparta, su mirada se congela, cierra con fuerzas las manos, hasta tal punto que las uñas se le clavan en la piel. Se las tomo para que dejen de hacerle daño, ahora vuelve a mirarme.

    —¿Recuerdas que te dije que conocía a una bruja que había sido recibida por su madre? —Afirmo— Es ella.

    —¿Qué le pasó...? —Noto que mi voz sale con miedo, él se nota muy afectado.

    —Verás... —Se detiene unos segundo, suspira y sigue— La conocí cuando tenía trece y ella catorce e íbamos al mismo gimnasio. En esa época no teníamos casa propia, por eso tampoco teníamos un gimnasio propio, fue amor a primera vista, luego descubrimos que íbamos al mismo colegio. Con el tiempo empezamos a pasar cada momento que teníamos libre juntos, no nos separábamos nunca, sólo en las clases que no coincidíamos y en las noches.




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