Todo se vuelve raro, de a ratos siento gente a mi alrededor, que sostiene mi mano o que hablan, no siempre consigo identificar las voces, algunas incluso estoy segura de que las alucino, como la de mi madre diciéndome que ella se encargaría de que esté bien. En algún momento también reconozco los gritos de Ema, aunque tampoco estoy segura de a quién le grita, aún menos consigo entender lo que dice, todo es muy confuso y doloroso, de a ratos es insoportable.
En algunas ocasiones quiero despertar, no lo voy a negar, quiero ver que todos están bien, sin embargo, en otros momentos sólo quiero que me trague la cama y desaparezca todo el dolor que siento.
Poco a poco recupero el conocimiento, una brillante luz quiere oblígame a abrir los ojos, me resisto, siento una cálida mano sosteniendo la mía, no necesito mirar para saber quién es. También noto el colchón un poco hundido a la altura de mi brazo, así que supongo que está dormido.
Abro lentamente los ojos, estoy en una habitación totalmente blanca, la sala de un hospital, muy sencilla, frente a mi hay una tele, a mi derecha hay un sillón en el que Ema está medio sentado, más allá del sillón hay una ventana y debajo hay un mueble, parece la mesada de la casa de Mónica, cerámicas por arriba formando una mesa y por debajo puertas de madera y supongo que en su interior tiene unos estantes de madera.
De mi brazo izquierdo sale un cañito transparente el cual pasa suero de la bolsa a mi cuerpo. Contra mi hombro noto algunas máquinas, seguro para controlar el pulso y demás cosas.
Intento incorporarme, sin embargo, un agudo y profundo dolor en el abdomen me lo impide, no puedo evitar dejar escapar un gemido, se me nubla la vista.
—Soldadita, no te mueves —Ema se pone en pie, se ve desorbitado y alerta.
Sostengo con más fuerza su mano para evitar seguirme quejando.
—Llamaré a la enfermera para que te pase un calmante.
—No, no, ya está pasando, no te vayas...
—No me iré, estoy aquí —Envuelve mi mano con las suyas y me sonríe, ahora que está más cerca puedo notar las bolsas que tiene bajo los ojos, seguro se ha pasado toda la noche en vela cuidándome—. Me alegro de que al fin hayas despertado.
—¿Al fin? ¿Cuánto llevo aquí?
—Una semana, el golpe fue muy fuerte, el doctor al principio dijo que se te había reventado una arteria por el impacto y que probablemente tendrías un coágulo, las cosas estaban mal, que tal vez no despertarías nunca —Se ve triste al hablar, probablemente lo pasó muy mal toda esta semana—, tu herida estaba cada vez peor, nada en ti daba señales de que mejorarías, es más, ibas de mal en peor.
» El doctor insistía con que te desconectemos, que estabas sufriendo en vano y las posibilidades de que sobrevivieras eran casi nulas, no obstante ayer pasó algo y todo cambió. No sé qué fue pero de repente ya no tenías ningún coagulo y la herida de tu vientre está cicatrizando terriblemente rápido, el doctor cree que tal vez ni siquiera te quede una cicatriz.
—¿Qué pasó aquélla noche? —Frunzo el ceño, mucha información sin demasiado sentido, me da dolor de cabeza.
—Ricardo —Su nombre le sale con cierta rabia—, era el único que estaba consiente, dijo que a ti no te había visto la bruja, que caíste bajo su poción pero no te afectó tanto, al despertar lograste atacarla, le disparaste y ella antes de caer inconsciente te lanzó una esfera de energía, la cual provocó el golpe que te diste en la cabeza.
Afirmo, algo me suena mal en lo que él dice, mas no sé qué es, intento recordar, sin embargo, el dolor me taladra la cabeza y Ema lo nota.
—Le avisaré a la enfermera que ya despertaste ¿Si? Así te pone un poco más de calmantes y revisa cómo estás.
—De acuerdo, pero no vuelvas —Su rostro se desfigura un poco—, ve a lo de tus hermanos y duerme, te hará bien —Abre la boca para protestar, ante lo que lo atajo—. Que tu estés bien me hace bien a mí.
—De acuerdo —Afirma de mala gana y camina hacia la puerta.
—¿Te irás así nada más? —No puedo evitar que mi voz salga dolida, por más que trato de parecer relajada.
—No, antes tengo que hacerte una pregunta —Hago una mueca, eso no es lo que quería— ¿Hay algo entre tú y Ricardo?
Obvio que lo hay, esa es mi respuesta instintiva, casi que de reflejo, él es mi amigo, a pesar de lo poco que hemos tratado, es alguien imperante para mí.
Por suerte antes de responder entiendo cuál es la pregunta implícita en lo que Ema dice, quiere saber si hay algo más allá, más que una simple amistad, aun así también es obvia la respuesta, al menos para mí.
Ema sigue avanzando hacia la puerta.