—No debes sentir vergüenza —Ema se acerca apenas la enfermera se retira—, quede como quede, es una herida de guerra, debes llevarla con orgullo.
Lo miro y no sé si reírme o llorar, sé que lo que dice es absurdo ¿Una herida de guerra? Que ridículo.
Al menos es un consuelo, recuerdo su torso lleno de pequeñas cicatrices, algunas tal vez tan viejas como él. Con tantas debe estar acostumbrado a ellas y debe ser un consuelo creer que son un orgullo, sin embargo, para mí es la cosa más ilógica que hay, no quiero no poder volver a mostrar mi vientre en mi vida y no creo poder mostrarlo con orgullo, no soy él, no me crié para ver así el mundo.
—Me voy a ver horrible con esta cicatriz, nunca me gustó usar bikini y ahora ni siquiera es una opción.
—Si puedes, al que no le guste que mire para otro lado. Por Dios, Soldadita, está mal que tengas que cargar con esa cicatriz por habernos salvado. Como si en vez de haber sido valiente te hubieras acobardado, la mayoría de los que conozco lo habrían hecho. Tu no, tú luchaste por nosotros y mira con lo que tienes que cargar, he ahí un motivo más por el que quiero salirme de esta vida.
Suspiro, sé que la vida que su familia planea que lleve es muy sacrificada, aunque también trae grandes recompensas. Me siento feliz de haber podido salvar a la familia, de que todo lo que hice no fue en vano. Ahora que lo pienso desde esta perspectiva prefiero cargar esta quemadura a haber huido y dejado a los Misiajalaná a merced de aquella bruja, incluso estaría dispuesta a sacrificar mucho más por su bienestar.
No obstante, soy mujer y aunque sé que la apariencia no lo es todo, también sé que lo es mucho.
—No quiero que me veas así —Me subo la sábana hasta dejar sólo al descubierto mis ojos.
—No seas tonta, no me importa cómo se vea tu vientre, te quiero por un sin fin de razones más importantes que tu belleza y ese pequeño detalle nunca la podrá opacar. Eres demasiado hermosa para que algo tan insignificante lo cambie —Hace una pausa, me mira varios segundos y luego sonríe—. No me crees, pero te digo la verdad, no lo digo para que te sientas mejor ni nada, es totalmente cierto.
—Te odio —Termino de taparme la cara apenada, me fastidia cuando se pone sensible, aunque en parte me encanta— ¿Así que soy tu vida?
—No —Vuelvo a respirar cuando me responde, aunque siento como mi corazón se encoje por sus palabras—, sólo empecé a soñar —Se acerca a medida que habla, lo noto cada vez más próximo, no sé por qué me pongo nerviosa, tengo unas extrañas ganas de gritar— y a vivir —susurra junto a mi oído, puedo ver la sombra que proyecta sobre la sabana— cuando te conocí.
Todo mi cuerpo se estremece, me muerdo el labio y mi corazón late a un millón de pulsaciones por segundo.
—Eres un chamullero experto ¡Dios! Hasta pena me das —Me da vergüenza que sea tan lindo cuando aún intento mantenerme enojada por su estúpida actitud.
—No, sólo soy una persona que toma al amor como inspiración y además tú eres una musa muy hermosa, así que no puedo evitarlo, lo siento, si quieres no lo volveré a hacer.
Noto la burla en su tono de voz y eso sí me irrita, especialmente porque sabe mucho que disfruto de sus cumplidos a pesar de decir lo contrario.
—De acuerdo, hasta mañana —Me quedo bajo la sábana y sonrío triunfante, aunque no sé en qué gané.
Ema se queda a mi lado mirándome, un cosquilleo recorre mi cuerpo y no puedo evitar ponerme nerviosa ¿Qué tanto mira? Digo, él sólo ve una sábana estirada y nada más, porque ya hasta escondí las manos.
Sea lo que sea que ve, creo que le parece fascinante, lo sé porque se queda así hasta que alguien abre la puerta, en seguida me bajo la sábana de la cara.
Por la puerta aparece un joven, que con mucha suerte apenas pasa de los veinticinco, es muy guapo y aunque está serio tiene un aire pícaro en los ojos.
—Buenas noches, les vengo a traer la deliciosa cena desabrida que repartimos aquí —Su sonrisa expresa lo mismo que su mirada, eso es bueno, no es de esos amargados que simplemente se limitan a hacer lo que deben y no se detienen a pensar en que si lo hacen con ganas siempre sale mejor.
—Gracias —Sonrío.
—No tiene por qué bella dama —Estas dos últimas palabras las pronuncia enfatizando su acento Italiano, suena tan lindo.
Después de dejar la comida el muchacho se marcha, Ema se acomoda a mi lado y me da de comer.
—¿Está rico? —Parece realmente interesado por saber qué pienso.
—No le vendría mal un poco de sal, aun así al menos está comible.
Él se ríe mientras me alimenta.
Luego de que come su plato nos acostamos, bueno él se acomoda en el sofá mientras yo sigo en la cama.