A la mañana siguiente no puedo evitar estar enojada, aunque el problema es que no se con quién, no sé si es con mis suegros por mentirme, conmigo misma por ser tan inútil o con Keith por haber huido de mí.
Eso lleva a que no disfrute mucho el ultimo día en Italia, hago lo mejor que puedo, pero no lo consigo muy bien, Santi y Gonza intentan animarme y se los agradezco, aún así no logran mucho.
Otra vez nos quedamos hasta muy tarde charlando y viendo películas, lo cual me lleva a pasarme todo el rato preguntándome si volverán a salir y si volverán a ocultármelo, creo que eso es motivo suficiente para ponerme de tan mal humor, si no lo es mala suerte.
Sin embargo, los únicos que salen esa noche son Zavier y Nora y únicamente van a un paseo nocturno, al menos eso les dicen a sus hijos antes de salir.
Sí, me amargué la mitad de la noche en vano, de cualquier modo, eso no importa, no cuando estoy de tan mal humor, en el único momento que me calmo es cuando me acuesto.
Ema se acuesta en su cama y desde allí charlamos un rato, hasta que se aburre de estar hablando en susurros y de que apenas podamos escucharnos, por lo que termina recostándose conmigo.
Los últimos momentos de la conversación no los recuerdo, son muy incoherentes, cosas relacionadas con Barbies o algo así quedan registradas en mi mente, aunque estoy segura de que no hablamos de muñecas, sin embargo, eso es lo último más o menos lógico que me queda registrado.
—Alerta "D" —Ahí sí todo se vuelve lógico en mi mente, en el preciso instante que la puerta que da a la calle es abierta abruptamente y Keith entra gritando, el sueño se va y todo mi cuerpo se pone en alerta.
Antes de que mis pies terminen de aterrizar en el suelo Santi le responde a su cuñado.
—Ya vamos, enciende la camioneta y espéranos.
Llego a la mitad de la sala justo a tiempo para verlo a él y a Cara al pie de la escalera, él intenta tomar la maleta y ella niega.
—No, tú te quedas, no te meteré en esta guerra y además debes despedir a tu familia —Extiende la mano al rostro de él y lo acaricia suavemente—. Prometo que en cuanto pueda me comunicaré contigo.
—No —Él le toma la muñeca y aparta su mano—, también iré, acepté estar contigo sabiendo que esto podía pasar algún día, no te dejaré, jamás —Abre y cierra la boca repetidas veces, cuando por fin reúne el valor suficiente, habla con firmeza y seguridad—, te amo Cara y quiero estar contigo en esto.
—Pero... —Ella parece sorprendida, desde mi total ignorancia con respecto a lo que sucede, me parece gracioso cómo en su rostro se puede mezclar la alegría, la sorpresa y el pánico, ella deja de perderse en la mirada de su novio al sentir un bocinazo— No puedes dejar solos a tu familia, se preocuparán.
—No están solos, yo estoy aquí —Tengo que estirarme para ver a Gonza detrás de la pareja—. Vayan, yo me hago cargo de los demás, ustedes cuídense y por favor manténganme al tanto.
La pareja afirma y bajan las escaleras rápidamente, cada uno llevando la maleta del otro, intento seguirlos, sin embargo, Ema me toma de la cintura y me detiene.
—¿Nos explicarás realmente qué pasa? —Los menores de la familia se miran.
Como respuesta Gonza se encoje de hombros mientras baja las escaleras.
—Les puedo explicar cualquier cosa que no sea un secreto de la pareja, para saberlos deben preguntarles a ellos.
Sonríe, como si así se cubriera de cualquier pregunta o comentario.
—Eso quiere decir que no nos dirás por qué se fueron a las corridas en plena madrugada.
—¡Exacto! Ahora vayan a la cama, me encargaré de lo demás.
Gonza ríe y vuelve a subir, frunzo el ceño e intento seguirlo para saber más, lástima que Ema me detiene, otra vez.
—Tenemos que ir a dormir y el cuarto está para el otro lado.
Suspiro y dejo que me lleve, odio esta necesidad creciente dentro de mí por saber todo lo que pasa a mí alrededor y sobre todo no poder saciarla.
—¿Hablarás conmigo? —Al día siguiente, media hora antes de que tengamos que partir, me siento junto a Gonza, es la única oportunidad que he tenido para encontrarlo a solas.
—Siempre hablaré contigo, Cachorrita —Él toma mis manos entre las suyas y sonríe, como si el problema aquí fuera mi baja autoestima.
—No te hagas el tonto —Entrecierro los ojos, tratando de parecer lo más amenazadora posible, la verdad no me sale muy bien— ¿Me explicarás qué sucedió en la madrugada?
—Y yo que creí que eras inteligente —Cierra los ojos y suspira, como si estuviera decepcionado, incluso sacude la cabeza—. Lo que pasó es que apareció Ricardo, gritando algo de una alerta e hizo que mi cuñada y hermano se fueran como llevados por el demonio.