Apenas consigo dormir, tengo más pesadillas que nunca, algunas son sobre mi primera cacería, pero la mayoría son relacionadas con los gritos de aquellas brujas muriendo incineradas, persiguiéndome, quemándome y otras tantas cosas. No obstante, la última es la misma de siempre, mi madrina pidiéndole a Selena que me cuide, extiendo la mano para intentar agarrarla, sólo que, como siempre, no lo logro.
Sin abrir los ojos me siento en la cama, abrazo mis piernas y por primera vez desde que tengo esa pesadilla lloro, en silencio, claro está, aun así no consigo desahogarme.
Estoy a punto de perder el control, por más que las lágrimas salen y salen no logro calmar el dolor que siento en lo más profundo de mí. Es como si su recuerdo fuera un agujero negro que me consume lentamente, más ahora sabiendo que ella nunca volverá, ahora estoy sola de verdad.
En este momento ya no queda nada de mí, todas mis emociones se han consumido por el agujero negro que crece con demasiada rapidez, que consume todo mi oxígeno y no me permite respirar. Es ahí cuando sus brazos me rodean y él apoya su cabeza en mí espalda.
—¿Siempre tienes tantas pesadillas? ¿Es por lo que pasó hoy? —Ema se nota preocupado, acaricia mis brazos, intentando transmitirme su tranquilidad.
—¿Qué haces aquí? —Apenas consigo pronunciar las palabras, no puedo dejar que salga más aire del que entra. Doy la vuelta y escondo el rostro en su pecho, tengo tanto frío, me siento vacía y al mismo tiempo su cuerpo es tan cálido y firme, es lo que necesito, algo a lo que aferrarme— Deberías estar durmiendo.
—Es una casa de cazadores Soldadita —Acaricia mi cabello, tratando de transmitirme su tranquilidad—, tú te mueves y chillas mucho, me preocupé y vine a ver qué pasa.
—Perdón —Hundo más la cabeza contra su pecho tratando de ahogar un sollozo, no lo logro, me siento tan débil, tiemblo mucho y lo más humillante es que no puedo controlarme.
—Tranquila, todo está bien, estoy aquí para cuidarte —Se acomoda bien contra el respaldo de la cama, acomoda mi cabeza en su hombro, cincha la colcha y me cubre con ella, aun así los temblores no ceden— ¿Quieres que te cante? —Sonríe, trata de estar lo más tranquilo posible, aun así noto que ya no sabe qué hacer— O un cuento, eso está mejor, se me ocurre uno sobre una hermosa soldadita que es salvada de un perro rabioso por un joven de brillante armadura —No puedo evitar reír por las cosas que dice, aunque la risa sale entre cortada y ahogada—. Ella tiene una sonrisa muy hermosa ¿Sabes? él se enamora de su sonrisa en cuanto la ve.
» Sus ojos, ufff, tienes que verlos, en ellos hay luz, una luz que está saliendo de la más profunda oscuridad, pero hay luz y siempre que hay luz, hay esperanza, ella es su esperanza.
—Y el caballero ¿Cómo es? —Necesito que cambie de tema, los temblores están disminuyendo y siento que el aire entra lentamente a mis pulmones, también siento como mis mejillas se encienden con cada palabra que dice— Seguro es muy guapo.
—Sí, ella nunca ha visto a nadie más guapo que él, es más, se le cae la baba al verlo —Le doy un suave golpe y él ríe—. Bueno está bien, no es tan guapo, de todos modos a ella le gusta así y más le gusta que la salve de ese perro rabioso, no podemos olvidarnos de ese detalle, es muy importante.
—Es muy lindo de su parte, aunque si tiene que salvarla de un simple perro rabioso, seguro es una debilucha, una inútil.
—No, no, ella es muy fuerte, sólo que justo estaba pasando por un momento muy difícil, así que la tomó por sorpresa, mas eso no quita que ella es muy fuerte. Él sólo la salvo de un perro pulgoso —Se pone serio—. Asimismo ella lo salvo a él de la oscuridad del mundo, de la soledad, a la que él mismo se había condenado.
Lo miro, no sé qué decir, son tan lindas sus palabras, a pesar de todo no hice nada, todo lo hizo él al dejarme entrar en su vida.
—Y todo eso, lo supo sólo con mirarla sonreír y cómo luego apartaba la mirada sonrojada, todos los efectos secundarios son demasiados para enunciarlos, ahora hasta se baña a diario.
Ambos reímos, sé que no es cierto, él es limpio por naturaleza, no lo es sólo para impresionarme.
—Lo sé, huele a eucaliptus, hierro y...
No termino la frase, la verdad el último aroma es algo raro, estoy segura que es muy raro disfrutar ese olor y más la mezcla de todos ellos.
—No, esos son olores de niñas, él huele a hombre no a un árbol y a un mineral —río bajo, por suerte no pregunta cuál es el otro aroma, tal vez ya lo sepa y sea consciente de lo macabro que es—. Ella huele a libertad, a paz.
—¿Cómo lo sabes? ¿Sabes cómo huelen esas cosas?
—No, pero es lo que ella le hace sentir, entre cientos de otras cosas.