Anastasia y el mundo de ella

Capítulo 42

    —¡Ey! ¡Esa es mi chica! Aléjate.

    Al escuchar esas palabras sonrío, excitado, no por estarme fregoneando con su novia, sino porque sé que tendré la suerte de partirle la cara a un idiota más.

    Dejo que me tome del cuello de la camisa, disfrutando de la sensación de saber que soy mejor que este idiota, lamentablemente aún no lo sabe, pobre Diablo, cuando lo sepa...

    Aunque tal vez nunca llegue a saberlo, Estúpida no debe tardar en llegar, ella nunca me deja romperle la cara a ninguno, no del todo al menos, siempre llega antes de que todo se acabe.

    Las primeras copas siempre las tomo para tratar de olvidar a... a eso, aunque en realidad no ayuda mucho, sí aletarga un poco el dolor, pero sólo un poco. Las siguientes copas las tomo porque estoy aburrido y las últimas porque recuerdo a Estúpida, no sé por qué sólo la recuerdo cuando estoy duro de borracho, sólo sé que cuando llego a este punto lo único que quiero hacer es pasar el tiempo hasta que ella llegue.

    Con el paso de las semanas he descubierto que no viene si no estoy peleando con alguien y la verdad me divierte provocar una pelea, me encanta la sensación de saber que puedo contra cualquiera incluso, estando tan borracho como lo estoy ahora.

    En fin, dejo que este idiota me tome del cuello de la camisa y me zarandee sólo para que crea que puede contra mí.

    —Sácalo de aquí y dale una paliza fuera, para que no nos echen.

    Siempre hay alguien que me ve lo bastante indefenso como para creer que su amigo puede pegarme donde quiera, porque total, soy tan flacucho y estoy tan borracho que no soy un peligro para nadie.

    Qué tontos.

    También dejo que me den el primer golpe, no sé si es para poder decir que yo no inicié la pelea, o si es por idiota.

 

 

    —¡Tienes que llevártela! —Estoy a oscuras, sólo puedo oír voces y sentir tanto cansancio que me gustaría dejarme ir hasta que se acabe.

    —No puedo, necesita descansar, vamos, tu aquelarre debe poder darle energía.

    —Sí pueden, pero no quieren, todos tienen miedo de que si recobra energía nos freirá a todos o desatará otra tormenta catastrófica.

    —No me la llevaré así como está, así que mejor convénceles de que nos ayuden, para que podamos irnos pronto.

    —Hablaré con los demás en la cena.

 

 

 

    Estúpida no vino ayer, por su culpa le rompí la mandíbula al pobre Diablo de anoche, más le vale que aparezca...

 

 

 

    ¿Dónde estás Estúpida? ¿Por qué no me detienes? ¿A ti tampoco te importo?

 

 

 

    —Eh, Zarina, reacciona por favor ya llevas un día y medio inconsciente ya no sé qué hacer, creo que tendré que llamar a tu madrina.

 

 

 

    Abro los ojos porque una luz me molesta y quiero saber de dónde proviene, al hacerlo noto que estoy arrodillada frente a una fogata.

    Tengo que parpadear varias veces antes de conseguir enfocar, lo primero que siento es cansancio, luego frío y por último los gritos de las chicas enjauladas a mí alrededor.

    Por suerte me doy cuenta de que no estoy enjaulada antes de perder nuevamente el control.

    Rápidamente cierro los ojos y me imagino en el comedor de Eze, allí me siento tranquila, sé que nada pasará, aunque en mi imaginación por la ventana puedo ver un huracán de dolor intentando arrebatarme mi refugio y dejarme expuesta.

    —Basta, por favor, basta —Me tapo los oídos para no escuchar los gritos, aunque como una tonta abro los ojos y las miro detenidamente—. Yo las recibo, si eso les quita el dolor lo haré ¡Sat Ciberir, Roaha!

    Luego de gritar desesperada esas palabras, noto un temblor en el suelo, las chicas vuelven a gritar, aunque esta vez no de dolor, sino de sorpresa y después de eso, todo se acaba.

    En mi mente el huracán del dolor desaparece dejando entrar por la ventana un precioso sol.

    En la realidad todo es silencio.

    Al abrir los ojos veo a las chicas inconscientes en el suelo, me arrastro hasta una, preocupada de que hayan muerto, sin embargo, no es así, sólo está inconsciente. En su rostro ya no hay dolor, ni sufrimiento, sólo un profundo cansancio.

    Intento acercarme a otra para ver si está igual, no obstante, soy interrumpida por la llegada de Keith, seguido por su abuela y el resto del campamento.

    Ninguno se me acerca, todos se quedan observando, sorprendidos por el silencio. Luego de unos segundos comienzan a murmurar "¿Es ella?", "No puede serlo" responden otros.

    —Sí, es ella —La voz de Keith suena firme, es el único que se anima a acercarse— ¿Qué hiciste? —susurra cuando está lo suficientemente cerca como para que nadie más pueda oírnos.




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