Anastasia y el mundo de ella

Capítulo 50

    Tengo que hacer un gran esfuerzo para no llorar, de hecho, me paso todo el camino de vuelta pensando en otras cosas, tratando de apartar lo que acaba de pasar de mi mente, obviamente no me sale del todo bien, aunque sí lo suficiente como para llegar en pie a casa y acostarme.

    Me duermo dándole vueltas a la situación con Gonza y me despierto, como siempre, cuando mi madrina me avisa que ya está pronto el desayuno, para variar me quedo unos segundos en la cama gimiendo en señal de protesta, luego me levanto y voy a desayunar, todo el tiempo intentando suprimir lo de anoche.

    Los otros ocupantes de la casa se están comiendo con la mirada cuando entro al comedor, eso me agrada un poco, pero sólo un poco, el otro mucho me incómoda y duele.

    —Ya estoy aquí, dejen de mirarse así.

    Ambos sonríen con picardía y fijan sus miradas en mí.

    —Dejen de sonreír así, da miedo y hoy tendremos una visita que viene a almorzar, así que no inviten a nadie más ¿De acuerdo?

    —¿Quién viene? —No sé por qué la pregunta de mi madrina me toma por sorpresa y por eso miro a Yves.

    Por suerte él lo interpreta como que le estoy pidiendo ayuda, no como que él es la respuesta, en fin, me mira raro, sin entender qué espero que haga.

   —Es una sorpresa, sólo les diré que es una persona muy importante para mí y está pasando por un mal momento.

    —Bien, entonces encargaremos comida, no queremos que le dé un ataque al hígado.

    Yves se ríe por su chiste hasta que su esposa le golpea en la cabeza, haciendo que se calle.

    —Sólo por ese chistecito cocinarás tú, graciosito.

    Por suerte el desayuno transcurre con tranquilidad, intentan sacarme algo de información, al menos hasta que se cansan de que les dé esquinazos.

    Al terminar recogemos y ellos se quedan mirando la tele mientras voy a mi cuarto, primero me baño y luego medito sobre cómo debo tratar las cosas con Gonza.

    Es así como, pasadas las doce y media, estoy acostada en mi cama, con el celular sobre mi vientre y pensando cuáles pueden ser las palabras correctas.

    Tiempo se me acaba al recibir una llamada de la visita que espero.

    —¡Hola hermanita! —Aunque intenta parecer alegre, su voz suena agotada y triste— Oye loquilla, no me dijiste la dirección de tu madrina.

    —Y no te la diré.

    —¿Qué? —Ahora ya no intenta disimular su tristeza— ¿Me retiras la invitación? ¿Hice algo malo?

    —No, no es eso —No puedo evitar sentirme mal por causarle daño—, sólo necesito saber una cosa y quiero tu respuesta sincera ¿Realmente crees que existen las brujas buenas?

    —Te conté mi historia ayer... Te quiero a ti, no entiendo cuál es la duda.

    —De ella te enamoraste al verla y supiste lo que yo era después de conocerme y tomarme cariño, necesito saber que estás dispuesto a conocer a una bruja con la cabeza lo suficientemente abierta como para poder creer que es buena.

    —Ya he visto a tu madrina y no he visto maldad en ella.

    —¿Podrías aceptarla en tu familia?

    —Por supuesto.

    No puedo evitar sonreír, suena realmente seguro, así que le paso la dirección y él se despide diciendo que nos veremos en una hora.

    Como el caballero que es sesenta minutos después hace sonar el timbre de la casa.

    —¡YO ABRO! —Mientras grito lo suficientemente fuerte como para que me escuche un sordo, corro a la puerta y me arreglo la ropa al mismo tiempo.

    —¡Hermanita! —Gonza me abraza fuerte cuando le abro, besa mis mejillas y luego me despeina— Olvidé agregar por teléfono que es muy hermosa —Sus palabras me desconciertan totalmente y al parecer él lo nota, porque sonríe coqueto y me guiña un ojo—. Tu madrina.

    Sus palabras deberían darme gracia, en cambio no lo hacen, en sus ojos puedo ver cómo se enciende un cartel que dice "Pero no es mi Maria".

    De todos modos, se me escapa una carcajada al escuchar un gruñido a mis espaldas, me volteo para ver de dónde viene, sé quién lo produce, es una reacción típica entre el cuarteto de hermanos cuando están celosos, sin embargo, no puedo ver al gruñón.

    —Si lo hubieras comentado antes no habría dejado que se case con un baboso insufrible.

   —No sé por qué eso me sorprende, yo también estoy casado.

    —¿Te casaste? —Yves sale de su escondite, sorprendido por la confesión de su hermano.

    En ese momento toda la alegría del ambiente desaparece, ambos hermanos se observan, estupefactos por lo que acaba de pasar, el mayor por dejarse llevar y el menor porque nunca esperó ver a quien tiene enfrente.




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