Anastasia y el mundo de ella

Capítulo 25

    —Romeo, te equivocaste de ventana, sigue por el patio hasta el fondo.

    Frunzo el ceño ¿Con quién habla mi madrina? ¿Importa?

    Claro que sí, por eso me levanto para asomarme a la puerta y chusmear con quién y de qué habla.

    Lamentablemente soy interrumpida por unas piedritas que golpean mi ventana, gruño y me asomo para ver qué sucede.

    Para mi sorpresa Ema está al otro lado, vestido y armado para ir de cacería, al verme se pone de rodillas y extiende la mano hacia mi ventana.

    —"Esa mujer se parecía a la palabra nunca,

   desde la nuca le subía un encanto particular,

    una especie de olvido donde guardar los ojos,

    esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.".

    No puedo evitar que se me escape una carcajada nerviosa.

    —Creí que mañana en clases íbamos a dar "La casada infiel" no "Romancero Gitano" creo que te equivocaste de obra, aunque al menos le pegaste al autor.

    —Qué mala eres —Ema se pone de pie—. He tenido que soportar todo el día a mi madre con su música a todo volumen, ella cantando y yo encontrándote en cada estrofa. Vengo a verte porque ya no soporto pasar un minuto sin ti y tú te ríes en mi cara y dices que lo que estudié está mal, no vuelvo a hacerte nada romántico.

    Se cruza de brazos y me da la espalda, no está lo suficientemente cerca para que pueda tocarlo, por lo que me limito a observarlo y tratar de no derretirme por lo que dice ¿Es posible que sea más romántico?

    Lo voy a averiguar.

    —¿Qué canciones escucha tu madre que te recuerdan a mí?

    —Sal —Mueve un poco el rostro para que pueda verle la media sonrisa, sabe que sólo con eso basta para provocarme— y te las canto al oído.

   Cierro la cortina y me cubro la boca con ambas manos para amortiguar el grito, mientras todo mi cuerpo tiembla.

    ¿Cómo es posible que verle parte del rostro en penumbras me haga sentir tan... loca? Por no decir eufórica.

    Tengo que correr hasta la cocina, porque sé que si le pido a gritos a mi madrina él escuchará cuán afectada estoy.

    —Madrina... —Respiro profundo tratando de calmarme y de pensar cómo le pido que me deje salir a esta hora.

    —Pueden estar en el patio media hora y dile que la cita que dijo de Romeo y Julieta no está bien.

    No le respondo, vuelvo corriendo a mi cuarto, me detengo frente al espejo y me veo, mas no me miro, no tengo idea de cómo estoy, soy consciente de que me detuve frente al espejo sólo para perder parte de mi valioso tiempo.

    Salgo por la ventana, sólo para agregarle más romanticismo a la situación, antes de que mis pies toquen el suelo me tiro sobre él y nuestros labios se encuentran con una facilidad asombrosa.

    Ambos terminamos en el suelo, enredados, sin saber dónde inicia el cuerpo de uno y dónde termina el del otro.

    Varias veces detengo los besos, apoyo mi frente en la suya para que haya únicamente la distancia esencial y necesaria para que podamos hablar, sin embargo, siempre vuelvo a besarlo antes de ser capaz de decir una sola palabra. Por eso a la centésima vez apoyo mi frente en su mejilla, logrando así que no pueda verle sonreír y por ende que no vuelvo a besarle.

   —¿Me cantarás ahora sí?

    —Mmm... —Lo noto pensar, intentando recordar qué decían las canciones que tanto le distrajeron— No lo recuerdo —Ahora noto cómo se ríe en silencio, sus hombros suben y bajan suavemente—, lo siento —Besa mi mejilla y luego mi cuello—, sé que la mayoría eran del cubano ese que te gusta.

   —No me gusta ningún cubano —Sonrío y cierro los ojos para disfrutar de las caricias y tratar de pensar—.

    En realidad, creo que no conozco ningún cubano, muy mal de mi parte.

    —Sí, lo conoces, ese que habla de las viejas.

    Juro que me cuesta apartarlo, aun así, no puedo permitir que diga una cosa así.

    —¿Hablas de Arjona?

    —¡Sí, ese! —Su rostro se ilumina al recordar de quién habla— "Te quiero", creo que así se llamaba la canción o al menos eso es casi que lo único que decía.

    Teniendo en cuenta que amo a Arjona y que conozco muy bien sus canciones debería derretirme otra vez por lo que dice, no obstante, como le ha faltado el respeto a mi cantante favorito, no puedo dejárselo pasar.

   —Primero, en la canción que vos hiciste referencia al inicio le canta a mujeres de entre cuarenta y cincuenta, es decir la edad de tú madre, segundo, no es cubano es guatemalteco y tercero, no se te ocurra decir nada negativo de él porque terminaremos automáticamente.

 —De acuerdo —bufa y pone los ojos en blanco—. Ya uno no puede ni intentar ser romántico.




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