Anastasia y el mundo de ella

Capítulo 30

    Creo que es por eso que al marcharme no noto lo que pasa a mí alrededor, porque el dolor y la decepción me nublan la vista, bueno, es probable que sean las lágrimas, aun así, no puedo ver y eso es lo que importa.

    Siempre he sido muy concienzuda al moverme en la calle, sí, he roto reglas de tránsito, sólo que normalmente no lo hago. Por eso me sorprendo al llegar a casa, porque ni siquiera sé cómo he venido a parar aquí, no sé si crucé algún semáforo en rojo o si lo hice a mitad de cuadra. Lo que sé es que he llegado a casa y que lo único que quiero es encerrarme en mi habitación para poder sentirme miserable sin que alguien pueda juzgarme u observándome.

    De todos modos, no importa lo que quiera, las cosas se dan, o, como en este caso, no se dan.

   Para variar cuando llego Yves me está esperando.

  ¿Este tipo no duerme o qué pedo?

    —Ya me estaba preocupando de que no vengas —Sonríe al verme— ¿Estás bien? —Afirmo y sigo mi camino hacia mi habitación— ¿Sabes qué fue lo primero que me enamoró de ella?

    Me detengo a mitad de camino maldiciendo, no sé si lo maldigo a él por preguntar o a mi maldita curiosidad, lo que sí sé es que deseo no haberlo oído.

    —¿Qué?

    Regreso lo suficiente para poder escucharlo sin que grite, aunque aún a esta distancia puedo ver cómo sus labios se curvan tan sólo de un lado, demostrando cuánto disfruta haber ganado y cuánto se parece a su hermanito.

    —Su estruendosa risa —Afirmo e intento reemprender mi viaje, aun así, él sigue hablando—. Estaba en segundo de liceo, mis compañeros y yo estábamos en el patio y oímos su risa desde el otro lado. Todos sonreímos, aunque por motivos totalmente distintos, ellos se burlaban de su forma de reír, mientras que yo me sentí alegre por primera vez después de mucho tiempo y sólo necesité oírla reír.

    Me muerdo el labio, tratando de imaginarme el momento, a un chico no sólo guapo, sino que, además, por lo que sé, dulce y amable. Rodeado de sus amigos, en el patio del liceo, charlando, cuando de repente escuchan una risa que, conociendo el paño, hizo eco por todo el lugar, la mayoría se burlan de alguien que ría con tanta soltura y sinceridad. No obstante, estamos los que podemos sentir una risa así y nos dejamos divertir por ella, porque sabemos que esa persona lo está disfrutando tanto que ni se molesta en medir sus decibeles.

    Por otro lado, ella estaba allí, tan sólo al otro lado del patio, divirtiéndose con sus compañeros, tan en la suya que no se dio cuenta de que acababa de llamar la atención del chico que luego sería su único amor y tan sólo necesitó reír con naturalidad.

    Aprovecho el silencio que hace Yves para marcharme, agradecida por este pequeño pedazo de historia que me distrae la mente y es como una pequeña caricia para mi roto corazón.

    Consigo mantener esas imágenes en mi mente hasta lograr dormirme, por lo que descanso hasta bien entrado el mediodía.

    Lo que me despierta es el hambre, para mi sorpresa la sensación de vacío emocional se siente como algo normal, como si llevara años en esta situación, así que consigo moverme con bastante naturalidad.

    —Buenos días dormilona —Mi madrina suena muy alegre al verme y aunque eso no me sorprende, sí me alegra.

    —Buenos días —A todos les presento mi mejor cara.

    —¿A dónde saliste anoche? —Sigue sonando dulce y de todas formas no deja lugar a contradicciones.

    —A un baile —Me siento y juego con mi servilleta, evitando mirarla a los ojos, ella sólo tiene que gruñir para decirme que no me cree—. De acuerdo, sentí el dolor de Ema —No puedo evitar ponerme roja de vergüenza— y fui a ayudarle.

    Levanto un poco la vista para ver sus reacciones, ellos se están mirando, en realidad no saben bien qué decir o hacer.

    —No es necesario que digan nada... sé muy bien la estupidez que cometí.

    —No creo que sea una estupidez —Mi madrina mira a su novio, como si le pidiera disculpas por lo que va a decir.

   —Pero no creo que valga la pena —Para la sorpresa de ambas quien termina la frase es Yves—, conociendo la situación, se debe haber dejado influenciar por Matías, quien le aseguró que si tomaba y estaba con otras chicas todos sus problemas se acabarían, así de fácil —chasquea los dedos—. Sólo se necesita tomar tanto como para caer en coma y jugar un rato con algún par de zorras —Ahora levanta las manos en señal de rendición, mientras mira a su novia—. Sólo digo lo que mi primo diría, no lo creo y no quiero averiguar si funciona.

    Mi madrina sonríe, no orgullosa porque su novio entienda la situación y nos haya iluminado bien, sino porque él la conoce lo suficiente como para saber lo que ella diría si estuviera hablando en serio. Su sonrisa expresa triunfo y malicia, dice claramente "Hazte la fama y échate sobre los cadáveres".




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