La presentación de la Apelación de Valor Cívico contra la demolición del antiguo teatro no fue un evento formal en un tribunal, sino una conferencia de prensa convocada estratégicamente por Leo y un pequeño grupo de activistas. Queríamos llevar la pelea a la calle, al ojo público, donde el poder de Alonso se sentía amenazado por la opinión.
El escenario era la pequeña plaza frente al ayuntamiento, a la vista de la ominosa Torre Alonso.
Leo y yo trabajamos sin descanso durante una semana. Dormíamos apenas. La tensión de la inminente confrontación se mezclaba con la intensidad de la colaboración. Leo no me tocaba, pero su presencia era un campo de fuerza que desplazaba el recuerdo de Elias. Su confianza en mí, en mi ojo, en mi verdad, era el alimento que necesitaba.
—Estás lista, Aura —me dijo Leo, justo antes de subir al pequeño estrado. —Tus fotos son irrefutables. Son más que evidencia; son un grito.
Vestía de manera sobria, profesional, pero la cámara colgaba de mi cuello como mi arma de guerra. Mi corazón latía furiosamente, no solo por el miedo a Alonso, sino por la certeza de que Elias estaría allí. Alonso le había encargado supervisar la demolición, y esta apelación era un ataque directo a su deber.
Subimos al estrado. Leo comenzó a hablar con esa voz ronca y apasionada, desmantelando la narrativa de la "Torre Cívica" y exponiendo la manipulación legal de Alonso. Los periodistas, hambrientos de drama, grababan cada palabra.
Y luego, fue mi turno.
Proyectamos la imagen del reflector oxidado bañado en luz moribunda. Mi voz, aunque temblaba al principio, se fue volviendo más fuerte.
—Esta no es una simple foto de un teatro viejo —dije, mirando directamente a la cámara para que mi mensaje llegara a cada pantalla. —Esta es la evidencia visual de lo que la Corporación Alonso está sacrificando por el lucro. El valor de este espacio no está en el terreno, sino en la historia que iluminó. Al destruir esto, están destruyendo la memoria de nuestra ciudad, el lugar donde miles de jóvenes encontraron su voz y su verdad.
El dolor de mi propia historia se canalizó en mis palabras. Yo estaba hablando del teatro, pero mi alma hablaba de mí y de Elias.
—¿Es este el orden que quieren imponer? ¿Un orden que borra la historia y la cultura? Nosotros, la comunidad, decimos no. Exigimos que esta evidencia sea considerada. Exigimos que se preserve la verdad.
El estrado se llenó de aplausos. El primer asalto había sido nuestro.
La Sombra de Elias
Bajé del estrado, aún sintiendo el temblor de la adrenalina. Leo me tomó del brazo, guiándome a través del enjambre de periodistas, su gesto de protección era instintivo.
Y justo ahí, entre el tumulto, apareció.
Elias Alonso de la Torre.
Venía acompañado de un séquito de abogados y su padre, Alonso, que parecía un trueno a punto de caer. Pero mis ojos estaban fijos en Elias.
Estaba impecable, frío, pero había algo bajo su máscara. Era la desesperación que había visto en la terraza, multiplicada por diez. Había visto la foto. Había escuchado mis palabras. Había visto a Aura, la fotógrafa-guerrera, la mujer que él había intentado salvar al romper.
Alonso intentó interceptar a los periodistas, pero Elias se abrió paso con una furia contenida que yo nunca le había visto. Se dirigió directamente a mí.
—Aura. ¿Qué demonios estás haciendo? —Su voz era un susurro gutural de rabia, controlada solo por la presencia de su padre.
—Haciendo lo que me enseñaste que era importante, Elias —respondí, mi voz ahora fría como el hielo. —Buscando la verdad.
—¡Estás interfiriendo en un proceso legal! Estás jugando con cosas que no entiendes. Mi padre va a destruirte. Te lo advertí, tenías que quedarte al margen.
—Me advertiste que te quedara al margen para salvarme. Yo elegí luchar. ¿O acaso querías que me quedara callada para salvarte tú a ti mismo? Para no obligarte a mirar lo que hiciste?
La pregunta lo destrozó. Su máscara se resquebrajó, y un destello de dolor puro se reflejó en sus ojos.
—Todo lo que hice fue para proteger la única cosa auténtica en mi vida —dijo, la desesperación tan cruda que me dolía escucharlo.
Y fue entonces cuando Leo intervino. Él se interpuso sutilmente entre nosotros, su cuerpo sólido y protector.
—Señor Alonso —dijo Leo, con una calma que contrastaba con la tormenta de Elias. —La señorita Aura está ejerciendo su derecho a documentar un bien público. Su apelación está legalmente fundamentada. Sus amenazas no lo están.
Elias se giró hacia Leo, y el odio que irradió fue físico. La tensión se disparó.
—Tú —siseó Elias, pronunciando el nombre de Leo como si fuera veneno. —El arquitecto de segunda, el idealista que no entiende que este mundo es de estructuras, no de sueños. Aléjate de ella.
—Ella no necesita que nadie le diga dónde estar, Elias —respondió Leo, sin inmutarse. —Ella está conmigo. Y estamos haciendo lo que tú no tuviste el valor de hacer: defender lo que es correcto.
La Declaración de Posesión
La palabra "conmigo" golpeó a Elias con la fuerza de un rayo. Sus ojos se oscurecieron de celos. No celos de amor romántico, sino celos de posesión y de lealtad. El hecho de que yo estuviera junto a alguien que representaba la libertad y la lucha era una traición a su sacrificio.
Elias ignoró a Leo, volviendo a mí. Me tomó del brazo con una fuerza que dolía.
—Mírame, Aura. No te atrevas a confundir este juego con algo real. Es tu venganza, lo entiendo. Pero tú siempre fuiste y siempre serás mía. El amor de mi vida. Lo que tuvimos es inmutable. Este... este arquitecto sucio —dijo, mirando a Leo con puro desprecio—, este es solo un remplazo barato, una distracción para tu dolor. Él no te conoce, no sabe lo que te sacrificaste por mí. ¡No sabe nada!
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Editado: 10.11.2025