Anatomía del abandono (según quien te amó)

Capítulo 9: Geometría rota de una promesa

La victoria se sintió como un puñal clavado en la espalda.

Salí del juzgado sintiendo el peso de la prensa y la adrenalina, pero bajo el clamor de la multitud, solo escuchaba el crujido de la silla de Elias al levantarse. Su silencio no había sido una mentira; había sido una renuncia. Me había dado mi verdad y mi libertad, al costo de su propia vida.

Leo estaba exultante. La comunidad estaba exultante. Yo era la heroína que había obligado al imperio Alonso a retroceder. Pero mientras Leo celebraba nuestra estrategia y la caída de Alonso, yo no podía sacudirme la imagen de Elias, solo, subiendo a un taxi.

Tú me destruiste más al irte. Mi verdad.

Tú te destruiste más al quedarte. La suya.

Pasé las siguientes veinticuatro horas en un estado de parálisis. Me negué a ir a la celebración. Me encerré en mi estudio, con la luz apagada, mirando mi Muro de Promesas. La foto del reflector roto, la inscripción de las coordenadas; todo era ahora evidencia de la destrucción. Yo había ganado la guerra, pero había perdido el único trofeo que realmente me importaba: la posibilidad de amar sin miedo.

Leo vino a buscarme. Lo escuché tocar a mi puerta, su voz grave preguntando si estaba bien.

—Necesitas ver esto como lo que es, Aura —me había dicho a través de la madera. —Él tomó la decisión, no tú. No eres responsable de la cobardía de un hombre adulto.

—¡Lo amé, Leo! —había gritado, sintiendo una punzada de culpa. —Y ahora, él no tiene nada. Alonso lo habrá borrado. No tiene dinero, no tiene carrera, no tiene futuro. Él eligió eso, pero yo lo forcé.

—Él se forzó a sí mismo cuando grabó esas coordenadas en la ventana. Te dio la llave, Aura. Deja de sentirte la verdugo. Eres la salvadora.

Sus palabras eran lógicas, sanas, auténticas. Pero mi corazón no funcionaba con lógica. Funcionaba con el eco de una promesa.

La Memoria Sellada

Fue el silencio en mi estudio, la ausencia de la vibrante energía de Leo, lo que me empujó a la parte más oscura y secreta de mi dolor. Había algo que no le había contado a nadie, ni siquiera a Gabriel. Algo que hacía que la palabra abandono fuera infinitamente más dolorosa.

Me arrodillé junto a la base de la cómoda de mi habitación, donde guardaba viejos rollos de película sin revelar y cartas de mi abuela. Metida en el fondo, envuelta en un pañuelo de seda oscuro, había una pequeña caja de madera de ébano.

Y dentro, el recuerdo más devastador de todos.

No era solo un amante que me había abandonado. Era mi prometido.

El frío metal golpeó mi palma. Era el anillo de compromiso que Elias me había dado. No era ostentoso, lo cual era un milagro para un Alonso. Era de oro blanco, simple, con un solo diamante pequeño en tensión, lo suficientemente discreto para que yo pudiera usarlo sin que su familia se diera cuenta.

Lo miré, sintiendo un vórtigo de recuerdos.

El compromiso secreto.

Ocurrió la última noche que pasamos juntos en la Sala de Restauración. El miedo de Elias a su futuro estaba en su punto máximo. Su padre lo estaba presionando para asistir a eventos sociales con Annelise, la prometida estratégica, aunque el compromiso oficial aún no existía.

—No voy a poder con esto, Aura —me había confesado, con la cabeza enterrada en mi cuello, el olor a su colonia cara mezclado con el polvo del museo. —Mi vida no es mía.

—Entonces tómala, Elias. Huye.

—No puedo huir. Si lo hago, Alonso destruirá todo. Me convertirá en un paria, y te arrastrará a ti. Pero...

Se había separado, con los ojos llenos de una convicción febril. Sacó la cajita negra. No era de una joya de prestigio; era de una joyería pequeña que habíamos encontrado en un viaje.

—No es una mentira. Es una promesa grabada, Aura. Como las coordenadas en la ventana. No puedo casarme contigo legalmente sin condenarte. Pero puedo prometerte. Podemos casarnos en silencio, en nuestra verdad.

Me puso el anillo en el dedo. Encajó perfectamente.

—Esto significa que, para Dios y para mí, tú eres mi esposa. No Annelise, no el apellido, tú. Yo soy tuyo. Y voy a luchar hasta el último segundo para que esto sea público. Pero si alguna vez tengo que irme... si mi padre me obliga a... a dejarte... quiero que sepas que me fui como tu marido, no como tu amante.

Lloramos esa noche, con el anillo en mi dedo y una certeza inquebrantable. Nos juramos que, a pesar del mundo, éramos una unidad.

Y luego, una semana después, él se había ido. Ni una nota, ni una llamada. Solo el anillo frío en mi dedo como la única prueba de un matrimonio fantasma. Me lo quité ese mismo día, guardándolo como un secreto vergonzoso, la reliquia de un amor que se atrevió a soñar con el para siempre.

La Revelación del Arrepentimiento

El recuerdo me golpeó con la fuerza de un tsunami. La traición no fue solo amorosa; fue matrimonial.

Me levanté y caminé hacia la ventana, sintiendo la pequeña caja pesando en mi mano.

Yo lo había amado. Él me había honrado en secreto. Y yo lo había destruido públicamente.

El arrepentimiento era una sensación física, como el frío helado de las lágrimas.

—Dios mío, Elias —susurré, mirando el anillo. —Hice lo que creí que era correcto. Destruí tu vida para salvar mi alma. Pero tú eres mi alma.

Recordé la mirada en sus ojos en la audiencia. No había ira hacia mí. Había dolor por lo que había perdido. Él no se había enojado porque yo lo expuse; se había enojado porque me puse con Leo, porque usé la lucha como una distracción de nuestro juramento. "Tú siempre fuiste y siempre serás mía." No era posesión. Era la voz desesperada de su promesa de matrimonio secreta.

Las palabras de Leo, sanas y lógicas, sonaban huecas. El amor de Elias no era solo un recuerdo; era un vínculo sagrado roto.

Caminé hacia el espejo. La Aura de ahora era una guerrera, curtida por la lucha y la verdad. Pero la guerrera había matado a su prometido.




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