Anatomía del abandono (según quien te amó)

Capítulo 15: Los cimientos de la batalla

El pequeño apartamento olía a cera de abejas y flores frescas. La luz de la tarde entraba por la ventana, bañando la mesa de centro donde Aura y Elias estaban sentados. No había planos legales, ni cámaras, ni herramientas. Solo había papel, lápices y la inminencia de un futuro compartido.

Estábamos inmersos en la planificación de nuestra boda. Después de un año y dos meses de convivencia, y con la confianza enraizada en la tierra dura del trabajo y la honestidad, habíamos decidido hacer oficial el juramento secreto de la Sala de Restauración.

—No quiero nada pomposo, Elias —dije, revisando una lista de invitados que incluía a los artesanos de su taller y a mis colegas de la Fundación. —Solo quiero la Sala de Restauración. Y a ti, sin traje. Con las manos manchadas de barniz, si es necesario.

Elias sonrió, ese gesto que ahora llegaba a sus ojos, libre de sombras. Se inclinó y tomó mi mano, notando el brillo del anillo.

—Te doy mi palabra, mi prometida. Será el día más simple y más verdadero de nuestras vidas. Sin herederos, sin torres, sin obligaciones. Solo la coordenada y nosotros.

Me reí, sintiendo una paz tan profunda que temía moverme y romperla. La estabilidad que Leo me había ofrecido como refugio, Elias me la estaba construyendo como un destino. Había demostrado que no necesitaba la épica de la huida para ser mi héroe; necesitaba el coraje diario de la permanencia.

Él había prosperado. Su taller, "Coordenada Artesanal", tenía ahora dos aprendices. Elias trabajaba con la meticulosidad de un cirujano y la paciencia de un monje. Sus manos eran su nuevo patrimonio. Y su amor por mí era un ancla que no se movía con las mareas del miedo.

Justo en ese momento, el timbre del teléfono rompió la atmósfera. Era mi línea privada, la que usaba para asuntos de la Fundación Vargas-Varela. Miré el identificador: Leo.

Intercambiamos una mirada. No habíamos hablado directamente con Leo desde su partida. Manteníamos contacto profesional solo a través de correos electrónicos sobre el teatro, pero él había mantenido una distancia respetuosa.

Contesté con una punzada de nerviosismo. —Hola, Leo. ¿Pasa algo?

La voz de Leo, normalmente tranquila y medida, estaba tensa. No había saludos casuales, solo la urgencia de su tono.

—Aura, necesito que me escuches con atención. Esto es importante. Estoy llamando desde la Fundación. Hemos detectado una serie de movimientos que no me gustan en absoluto.

—¿Qué tipo de movimientos? ¿Problemas con el presupuesto?

—Peor. Problemas legales. Ocurrió ayer, en la junta de fideicomisarios. Alonso de la Torre no ha estado tranquilo, Aura. Después de que Elias se negó a restaurar la mesa de la Torre, creo que se ofendió personalmente. Ha comprado silenciosamente la deuda de dos fideicomisarios menores que estaban en problemas financieros. Ahora tiene control sobre el 30% del voto de la junta.

Mi corazón se encogió. Era la sombra que regresaba, no con un rugido, sino con la picadura sutil del veneno corporativo.

—¿El treinta por ciento? ¿Qué significa eso, Leo?

—Significa que si Alonso une ese 30% con el voto del fideicomisario que él ya controlaba, tiene la capacidad de bloquear cualquier decisión importante, como la ampliación de la galería de arte o la inversión en el programa social. No puede tomar el teatro, pero puede paralizar el propósito de la Fundación.

Sentí el viejo miedo, el mismo que me hacía revisar el teléfono por si había un mensaje de abandono. Alonso no estaba atacando a Elias; estaba atacando mi propósito, la cosa que me había dado la fuerza para enfrentarlo a él y salvar a Elias.

—¿Y por qué ahora? —mi voz era apenas un susurro.

—Creo que nos vio vulnerables. Yo me alejé, y él interpretó que el liderazgo se había debilitado. Y probablemente se enteró de la apertura del taller de Elias. Es su manera de decir: 'Si no puedes ser mi heredero, entonces te destruiré a través de la mujer que elegiste'.

—¿Qué hacemos? —pregunté, sintiendo que la guerrera en mí despertaba. —Lucharemos.

—Vamos a luchar, por supuesto. Pero no con el mismo fuego, Aura. Necesitamos la cabeza de un estratega. La abogada que me ayuda ahora, la que te conté, ella es brillante, pero para luchar contra Alonso, se necesita alguien que conozca los túneles de esa Torre.

Me giré lentamente y miré a Elias. Estaba de pie, escuchando cada palabra. Su expresión no era de pánico, ni de huida. Era de una resolución pétrea. Era el hombre que había prometido vivir por mí.

—Leo, te agradezco la alerta. Te mantendré al tanto.

Colgué el teléfono, mi mano temblando.

—Él regresó —dije, sintiendo el escalofrío. —El fantasma regresó, Elias. Y está atacando el corazón de lo que construimos.

El Respeto a la Prueba: No Más Huidas

Elias caminó hacia mí. No me tomó de la mano para calmarme. Simplemente se sentó a mi lado, respiró profundamente, y miró la lista de invitados a nuestra boda, el papel que representaba nuestro futuro.

—No es un fantasma. Es un hombre viejo y patético que solo sabe usar la geometría de la destrucción —dijo, su voz tranquila y firme, sin un ápice de la antigua sumisión. —Y no, Aura. No es una trampa para mí. Es una trampa para ti. Y el ataque va dirigido a mí, a través de ti.

Yo lo miré, esperando el viejo Elias, el que habría empacado una maleta y huido para "salvarme" del conflicto. Pero el hombre a mi lado era diferente. Era un guerrero tranquilo, su coraje no era un gesto, sino una decisión.

—Tienes miedo de que huya, ¿verdad? —me preguntó, con una ternura que me desarmo. —Tienes miedo de que recuerde la promesa del martirio.

—Tienes todo el derecho a temerle, Elias. Perdiste todo por enfrentarlo. No quiero que uses el tiempo que has invertido en tu taller para volver a entrar en ese laberinto de abogados y cifras.




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