En la segunda cuarentena no hice lo mismo que en la primera; no anduve buscando de Dios y me enfrié totalmente, tanto así que un día le dije a un amigo que tengo secular:
—Dentro de dos semanas, búscame para ir a beber alcohol al río...
—¿Tú estás jugando conmigo, verdad?— me preguntó, medio incrédulo.
—Es de verdad, búscame...
Sonrió sin creerlo del todo. Al otro día fue a mi casa a buscarme para ir a tomar ron. Fuimos al río con otros jóvenes que se nos unieron (en ese tiempo, la cuarentena ya estaba acabando). Terminé borracho, acostado en la placa de una casa, pensando que me iba a morir. Lo peor es que hasta ese momento no sentía nada; pensaba que volviendo a hacer lo de antes llenaría ese vacío que estaba sintiendo en mi corazón.
En resumen, ese día di el peor testimonio de todos; caminé por todo mi barrio borracho hasta vomité en una esquina. Mi madre me vio borracho y no sabía qué estaba pasando. En ese momento me hizo el famoso reproche que a todos nos debe amonestar:
—¿Tú no eres cristiano?
Recuerdo que ese mes completo estuve desviado del camino, juntándome con personas no cristianas y participando de sus deleites. Estaba perdido, pensando que estaba haciendo lo que quería...
Pero, ¿realmente estaba haciendo lo que yo quería? ¿Realmente era feliz?
Las dos preguntas se responden con "No". Mi objetivo desde que había conocido a Jesús siempre es y será el mismo: "Servir a Cristo". Yo no quería volver al viejo hombre, pero por estar conectado más con el mundo que con Cristo, me alejé. Por estar llenando mi corazón de cosas mundanas antes que de cosas que venían de Dios, me alejé. No era feliz porque Jesús no estaba en mí.
Examinando mi yo de ese tiempo, puedo ver en qué fallé. Una de las cosas claras era lo que veía. Me pasaba horas viendo series y películas que no tenían nada que ver con Dios. Veía programas que invitaban a hacer cosas malas.
El pastor Alejandro Bullón, en uno de sus sermones, mencionó una frase que nunca olvidé:
"La repetición constante de un mismo mensaje te lleva inevitablemente a la acción..."
Tantas cosas en mi mente me llevaron a pecar. Tanto tiempo viendo lo mismo me llevó a querer hacerlo. No es tener mente débil; es que el cerebro funciona así.
Al principio pensamos que por hacer algo pequeño que está mal no pasará nada, pero cuando nos damos cuenta, eso pequeño que hicimos se ha convertido en algo bien grande.
En ese tiempo le comenté a varias personas que me quería ir de la iglesia y ellas casi todas coincidieron en lo mismo:
"No te alejes de Dios porque después te será difícil volver".
Orgullosamente les respondía:
"Yo vuelvo cuando quiera; eso es fácil".
Qué equivocado estaba. El enemigo de Dios aprovecha hasta un segundo que le des para alejarte de Él. La comunión que tengas con Dios la puedes perder en un día, pero recuperarla toma tiempo. No porque Dios no quiera estar a tu lado, sino porque nosotros debemos reconocer que estamos mal para ir delante de Dios con un corazón contrito y humillado. Sobretodo debemos desear cambiar para que Dios pueda obrar.
El pastor fue a mi casa, habló conmigo y me dijo una frase:
—Sé que lo que te estoy diciendo quizás no te haga cambiar de opinión...
Estuvo equivocado el pastor; sus palabras me hicieron volver de mi camino y, aunque no había vuelto del todo, comencé a asistir a la iglesia después de un buen tiempo sin ir...