Andem, La Última Creación de Dios

Viaje

 

Allí se encontraba él, dormido boca abajo y con sus alas cubriendo casi toda la cama. Su larga cabellera le cubría el rostro, y el brazo derecho le colgaba al punto de tocar el piso. Él tenía el típico mal dormir de un adolescente humano, a juzgar por lo desarreglada que estaba la cama.

Había un gran silencio en el entorno de la habitación, y por la poca luz que entraba por la ventana se vislumbraba el despertar del sol. Mientras, afuera, los demás ángeles de la zona emprendían un rápido vuelo hacia el oriente, dejando sus casas con puertas y ventanas abiertas, sin preocuparse por nada más que el largo viaje que habrían de realizar. Y a medida en que salía el sol, se veían más y más ángeles volando cual aves en migración, uniéndose a la bandada mayor. Justo en ese momento se veía a alguien a lo lejos, caminando en sentido contrario, aunque también con notable prisa por llegar hacia donde se dirigía.

Todos se apresuraban para unirse a la gran multitud que volaba hacia el oriente, a excepción del joven ángel aún dormido, a quien de pronto una voz comenzó a llamar con impaciencia.

¡Andem!, decía la voz, con tono fuerte.

¡Despierta!... ¡Ya es hora!, agregó la voz, ahora escuchándose detrás de la puerta.

¡Es que acaso no…! – alcanzó a decir la airada voz de un anciano ser carente de alas que apareció en la habitación de repente, quien, al ver que el joven ángel aún dormía, permaneció en silencio mientras le observaba con curiosidad.

Este ser tenía barba y cabellos largos, muy blancos. Traía una vestimenta blanca, muy reluciente. Su piel era muy arrugada, como si el tiempo mismo fuese más joven que él, y en su mano derecha tenía un pergamino al cual apretaba con fuerza, como para no perderlo. Y por la expresión de su rostro se podía deducir claramente que tenía prisa; que algo o alguien lo esperaba lo más pronto posible.

 

Mientras observaba el contorno de la habitación, no dejaba de mirar de vez en cuando el pergamino que traía en su mano. Su mirada era un tanto de curiosidad y mientras observaba la cama y a quien dormía sobre ella, su expresión se tornó en cierta ira y desesperación. Y entonces dio un paso hacia atrás, sin dejar de mirar la cama fijamente, y comenzó a levantar su mano izquierda lentamente y con la palma hacia arriba, logrando con esto que la cama se fuera elevando hasta cierta altura. Sin embargo, al tener la mano casi a la altura de su pecho, el ser sin alas la volteó y la bajó bruscamente hasta su posición inicial, causando que la cama cayera de forma violenta sobre el piso, despertando así a quien había dormido sobre ella.

Después de esto el rostro del ser sin alas se volvió amigable y sonriente. Miró a los ojos del soñoliento ángel, y dijo.

 

¿Qué no escuchaste, Andem?

Ya es tarde. Es hora de irnos. – agregó amablemente, por lo que el joven ángel se puso de pie.

 

Andem era un poco más pequeño que quien lo había despertado tan bruscamente. Sus ropas, también blancas, estaban muy arrugadas a causa del tiempo que permaneció durmiendo. Sus ojos, aún soñolientos, miraban con atención al extraño ser. Esta era la primera vez que Andem veía a alguien sin alas en el cielo.

Sus ojos eran cafés, su cabello castaño y su piel blanca. Y por la forma en que miraba al ser sin alas, Andem parecía no conocer en absoluto a quien tenía en frente. Por lo que después de curiosear con la mirada, le preguntó.

 

¿Quién es usted?

Seré tu maestro. – respondió el ser sin alas.

Te daré el entrenamiento que necesitas, antes de ser enviado a La Tierra. – añadió.

¿No es usted un poco anciano para…?

¡Tengo el poder suficiente para entrenarte! – le interrumpió el ser sin alas, levantando de forma brusca su mano izquierda, lanzando a Andem hacia una pared, sin que éste se pudiese mover para intentar liberarse.

¡Suéltame! – dijo Andem, como si algo lo estuviese ahorcando.

Creo que me excedí. – comentó el ser sin alas, mostrándose amable nuevamente, y bajando a Andem suavemente hasta el piso.

La ira no es buena. – dijo luego. – No me hagas enfadar otra vez. Pues no me gustaría hacerte enojar por haberme enojado.

Ya es hora de irnos, Andem. – concluyó, volviéndose para abrir la puerta y dirigirse hacia el exterior.

 

Sin pronunciar palabra alguna Andem lo observó con cierto respeto, mientras una luz lo rodeaba para dejar su vestimenta y sus cabellos totalmente arreglados. Y sin perder tiempo siguió al ser sin alas, tomando antes dos manzanas verdes de dentro de un cesto sobre la mesa de la pequeña sala. Pero al salir de la casa, y mientras mordía una de las manzanas, Andem se detuvo por un instante a mirar su alrededor, notando que el lugar estaba totalmente desolado.




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