Andem, La Última Creación de Dios

Torre de Babel

 

 

El Maestro ya estaba tocando suelo con sus pies, cuando Ídilon y Tiara planeaban para aterrizar. Los gemelos parecían tener problemas para descender, debido a que no tenían mucha fuerza en sus diminutas alas.

Uno de ellos extendió sus cortas extremidades e intentó planear en círculos para reducir su velocidad de caída, mientras que el otro parecía divertirse al caer tan rápido, por lo que siguió cayendo sin preocupación alguna. Y al verlo, su hermano se lanzó en picada para intentar ayudarle, pues ya se estaba acercando al suelo a gran velocidad.

     -         ¡Lariob! – gritó el pequeñín, preocupado, mientras se le acercaba poco a poco. Sin embargo, en el momento en que se le acercó lo suficiente como para sujetarlo, Lariob extendió todas sus extremidades y se desvaneció en seguida, a pocos metros del suelo.

Esta rápida acción sorprendió de momento a Larioc, quien se volvió a buscarlo con la mirada sin percatarse de su propia cercanía al suelo, y se estrelló sobre el verde pasto de la Gran Llanura. Y al sentir el impacto, Tiara miró hacia atrás y vio a Larioc intentando levantarse, al mismo tiempo en que Lariob aparecía revoloteando a su lado, mirándolo y mostrando una gran sonrisa.

¡Estamos a mano, hermano! – dijo Lariob, extendiendo su mano derecha para ayudarle a incorporarse.

Lograste engañarme esta vez. – dijo Larioc, sonriendo y rodeándose de luz para limpiar sus ropas.

¡Hasta cuándo dejarán de jugar así! – pensó Tiara, sonriendo levemente y continuando su caminata detrás del Maestro. Pero no tardó mucho en volver la mirada al sentir una ligera vibración bajo sus pies, mientras se escuchaba un fuerte impacto contra el suelo.

-      ¡Y ahora qué…! – alcanzó a decir, notando que todos los que se encontraban en el lugar también miraban con mucha curiosidad hacia donde estaban los gemelos.

Ídilon y el Maestro se acercaron a Tiara de inmediato, viendo entonces a Marat y sus compañeros sobrevolando el lugar, mirando atónitos hacia el suelo. Y luego el Maestro miró hacia arriba, como si buscase algo que pareció no encontrar, por lo que decidió ir a investigar.

-      ¿A dónde fueron esos dos? – pensó al abrirse paso entre la multitud. Y al llegar al lugar el Maestro pudo ver a Andem y Talmos, poniéndose de pie sobre algunas grietas y dos considerables hendiduras bajo los pies de ambos, cosa que causó cierto asombro entre los que estaban presenciando lo ocurrido. Especialmente los gemelos, quienes se asustaron ante el impacto de los dos, el cual fue a sus espaldas.

-      ¡Miren cómo han dejado el suelo! – se sorprendió uno de los gemelos.

-      ¡Miren qué grietas! – comentó el otro, sin dejar de mirar el suelo.

 

El Maestro miró hacia Andem, y vio que éste se encontraba cruzando miradas con Talmos, sin que ninguno de los dos se moviera o dijera palabra alguna. Razón por la que el Maestro se quedó un tanto pensativo.

       -       ¿Qué pasa con estos dos? - se preguntó, antes seguir su rumbo.

 

Andem miraba a Talmos con mucha quietud, a pesar de que sentía confusión y curiosidad para con él. Éste, en cambio, seguía mirando a Andem con cierta sospecha, y vio con sorpresa las grietas que habían quedado en el suelo, antes de comenzar a caminar hacia Ídilon, quien junto a Tiara y los gemelos ya comenzaban a seguir al Maestro.

¡Es quizás más rápido y fuerte que yo! pensó Andem, recordando el momento en que ambos impactaron el suelo.

¡Él no es como los demás! prosiguió en su pensamiento, notando luego que Talmos se había detenido, casi con la intención de mirar hacia atrás. Y en ese entonces Andem recordó el momento en que Talmos le dijo que Dios los sacaría de dudas.

Él... balbuceó.

¡Él ha estado leyendo mi mente! pensó de inmediato, mientras veía a Talmos volverse, mostrando una sonrisa.

¡Demasiado tarde, niño! escuchó Andem, en su cabeza.

¡Ya sé mucho sobre ti! volvió a decir la voz de Talmos, mientras éste ya se había acercado al Maestro.

 

Andem permaneció en el mismo lugar por un instante, atónito ante lo que había ocurrido. – Se quedó mirando a Talmos, quien ya se perdía entre los demás ángeles, en compañía de Ídilon. Su cabeza se hacía muchísimas preguntas, al mismo tiempo en que se emocionaba, a pesar de lo sucedido.




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