Andrómeda-Los Seres Celestiales

Capítulo 2

Al entrar a la sala, lo primero que veo es a mi madre de espaldas cortando un plátano en pedacitos encima del estante de madera. De seguro está haciendo su mejor especialidad: plátano aplastado. No llenaba lo suficiente, pero nuestro metabolismo está acostumbrado en saciar nuestra hambre con poca alimentación. Ella viste con una camiseta blanca rasgada y unas pantis negras que le llegan hasta las rodillas, su cabello lacio negro grasiento cae sobre sus hombros; no se parece en nada al mío, aunque de por sí, no nos parecemos en nada: ella tiene el cabello negro, el mío es un marrón castaño claro, ella tiene ojos oscuros, los míos son verdes brillantes, ella pareciera que amara vivir, yo todo lo contrario.

Mi madre voltea a verme y me hace un gesto para que me apure y abra la puerta. Me traslado hacia esta rápidamente.

—¿Quién es?—pregunto.

—¡Fitch!

Abro la puerta y bajo la mirada. La altura de Fitch llaga hasta mi abdomen, tiene la piel escamosa de color negro, las orejas puntiagudas, ojos completamente oscuros que al principio me aterrorizaba cuando era una niña. La criatura lleva encima una canasta de víveres sobre su enorme caparazón. No tengo idea de cómo sus cuatro patas delgadas pueden resistir tremendo peso.

—Hola Fitch—le digo amablemente.

—Hola Sareya, ¿Te encuentras bien?—dice él al observar mi rostro. Por más agua que me eche, es evidente que no puedo disimular mi palidez.

—Una pesadilla—digo. Es una ironía que haya tenido una pesadilla con el mismo ser que me lo está preguntado educadamente y me trae los víveres de la semana.

—Hola Fitch—grita mi madre desde adentro.

—Hola Luciana—dice Fith educadamente.

Me apresuro a coger la canasta que está llena de frutas y vegetales: manzanas, bananas, papas, tomates, y muchas otras más. Estos alimentos no existirían si no fuera por los ángeles que viven en el mundo de los humanos, los cuales pueden generar estos con sus poderes sobrenaturales. Si no fuera por ellos, ya estaríamos al borde de la extinción. Ya no quedan muchos animales, de vez en cuando los ángeles pueden atraer pescados en el río, pero no es frecuente.

—Gracias Fitch—le digo.

—No hay problema—dice este y se regresa por donde vino.

Al tanto que sostengo la canasta, noto como Fitch es molestado por los niños que vi jugar por la ventana. Esos mocosos lo insultan y le empiezan a tirar pequeñas piedras encima de su caparazón. Entiendo porque lo hacen. Desde años atrás, nos han hecho ver a los demonios como seres malos y horripilantes, y bueno, la mayoría lo son, pero hay otros como Fitch que se arrepintieron de todo y lo único que quieren es ayudarnos. Sin embargo, siempre hay imbéciles como esos niños que no entienden que estamos en una época en la que ya no debería haber discriminación, y tendríamos que recibir agradecidos a quienes nos apoyen. Desearía tirarles piedras a esos mocosos, pero eso solo llevaría a generar conflictos con sus padres y ser el centro de atención. En un pueblo tan pequeño como este, es imposible pasar desapercibido. Cada acontecimiento que suceda, lo va a saber hasta los que viven en lo profundo del bosque.

Cierro la puerta, dejo la canasta sobre la mesa del comedor y me siento en el cabezal. Mi madre coloca frente a mí el plato con el plátano aplastado, junto con una cuchara oxidada. Estoy a punto de comer cuando percibo su mirada fijamente en mí. Alzo la cabeza y choco con sus ojos oscuros y penetrantes.

—¿Estás bien Sareya?—me pregunta con un tono de amabilidad.

—Tuve una pesadilla, eso es todo—digo y prosigo a comer la miseria de comida.

Mi madre se me queda viendo con una expresión de sospecha y de curiosidad. Coge los víveres y los empieza a guardar en la alacena, girando la cabeza hacia mí de vez en cuando. Es evidente que quiere más información con respecto a la pesadilla, pero no estoy con ánimos de hacerlo. La va a poner nerviosa y comenzará a dar testimonios del apocalipsis, con el fin de que entienda que lo peor ya pasó y que estoy en una época segura y tranquila.

Ya guardado los víveres, mi madre se sienta en la otra parte del cabezal y continúa mirándome. Siento un pequeño calor en las mejillas y el corazón comienza a acelerarme. A veces su forma de actuar me intimida, provocando que me den ganas de salir corriendo hasta mi habitación y quedarme encerrada. Después de varios segundos que percibo su misma expresión; estallo.

—¿Qué pasa?—le pregunto fastidiada pero sin faltarle el respeto.

—Hace tiempo que no tenías pesadillas. Sabes que puedes contármela, quizás pueda ayudarte.

Pongo los ojos en blanco y agacho la mirada, quiero dejar bien en claro que no tengo ni las ganas ni el tiempo para hallar una solución a mis pesadillas. Aunque me pongo a razonar un rato lo que dijo, y tiene razón. De niña también sufría por sueños que me causaban terror, no me acuerdo exactamente de que se trataban, pero pienso que eran similares al que tuve ahora. No lo sé. La verdad, no creo que sea para tanto, las personas tienen pesadillas de vez en cuando. Tampoco es que las tenga seguidas y que no pueda dormir por las noches.




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