Andrómeda-Los Seres Celestiales

Capítulo 7

Mis brazos sostienen mi caída. Estoy un poco mareada, pero es controlable. Me coloco de pie manteniendo el equilibrio. Abigael me coge del hombro para que deje de tambalearme. Mi visión borrosa se vuelve a la normalidad mediante el tiempo que inhalo y exhalo, una y otra vez. Tener Abigael al lado es una gran bendición.

—¿Estás bien?—me pregunta.

—Si—digo con dificultad—, no creo que vaya a desmayarme.

—Parece que tú cuerpo se va a ir a costumbrando mientras más lo hagas—dice Abigael.

Es cierto. La primera vez mi cuerpo se descompuso completamente, pero ahora solo ha sido un pequeño mareo, quizás la próxima vez que lo haga ya no sienta nada Es un verdadero alivio.

—Sigamos—me dice él.

—Ok, vamos—digo con una voz media ronca, Abigael se percata de ello y se ríe.

Mi garganta está reseca, no estoy deshidratada, mas si sedienta. Debe ser uno de los efectos secundarios de atravesar la frontera. La próxima vez que lo ejecute, tiene que ser con una cubeta con agua. ¡Agua! En mi mente se proyecta las imágenes del lago del Mundo de los Ángeles, el río de mi aldea, la batea con la que siempre me baño, la cubeta con agua que me trajo Abigael en la caverna la cual me arrepiento de no haber tomado hasta la última gota.

—Tengo mucha sed—le digo.

—Si quieres te puedo cargar para que no te deshidrates.

La idea me parece fascinante, sin embargo, siento que tengo la capacidad de seguir sola. Quiero mostrarme a mí misma hasta donde puedo llegar sin la ayuda de alguien. Al final, no sé si voy a tener a Abigael en todo el trayecto en el rescate de mi madre. Si más adelante me hallo sola, es mejor que me vaya preparando.

—No te preocupes—le contesto. Agacho la mirada y veo sus brazos en donde estuviera enrollada y protegida si es que hubiera dicho que “sí”. Me estoy arrepintiendo de mi decisión.

—¿Estás segura?

—Sí, segura—miento.

—Bueno, sigamos.

Hasta ahora se ve como un bosque típico. Igual los árboles no tienen hojas y el pasto está casi muerto. Hay una pequeña corriente de aire que sacude la tela de mi camiseta blanca, provocándome escalofríos. Cada paso que doy me hace anhelar estar sumergida en la laguna celeste del mundo de los ángeles, y tomar toda el agua hasta vaciarla por completo.

Después de unos cuantos minutos. Logro ver un salpicado de luces naranjas por los alrededores. ¡Son antorchas! Ya habremos llegado a la ciudad del Mundo de las Almas Pecadoras. Nuestro primer objetivo es encontrar agua, después buscaremos a Badrud.

Nos profundizamos más. Mis ojos se abren y mi corazón se acelera, al ver un pequeño lago rodeado de antorchas. Saco energías de no sé dónde, y me traslado hacia ahí corriendo a toda prisa. ¡Agua! Al fin. Quiero zambullirme y tragarme la laguna, no me interesa si está sucia, solo me importa poder refrescar mi pobre garganta que me pide a gritos humedad. No estoy exagerando, creo que ni siquiera me queda saliva.

—¡Sareya espera!—me grita Abigael.

No le hago caso. Lo lamento ángel, primero lo primero; hidratarme lo antes posible.

Me acerco a la orilla y comienzo a tomar agua desesperadamente…¡Aj! La escupo de inmediato. Es lo más desagradable que mi pobre paladar ha probado. ¿Las almas pecadoras enserio se hidratan con esta porquería? Necesito con urgencias mi cepillo y pasta de dientes, que por desgracia, sigue en la aldea del Mundo de los Humanos. Quién sabe por cuánto tiempo voy a seguir con este amargo sabor.

—¡Ah!

Doy un grito y caigo al suelo. Si no me estoy volviendo loca, juraría haber visto una mano salir de la superficie de la laguna e intentando cogerme del brazo. De seguro la falta de H2O en mi cuerpo me está produciendo alucinaciones. De pronto, distingo unas cuantas siluetas amorfas flotando. No sé lo que son, hasta que el fuego reflejado en el lago me hacer poder ver con claridad. Son cadáveres, o al menos eso parecen.

Abigael me ayuda a levantarme con delicadeza. Tengo la mirada perdida, no escucho nada de lo que me dice. Me encuentro horrorizada, aterrada, a punto de morir de un infarto. He bebido liquido proveniente del agua llena de muertos. No me sorprendería que me comience a doler el estómago. De repente, ingerir esa porquería me puede causar en unos cuantos minutos la muerte.

Y así murió Sareya, la única humana que podía cruzar las fronteras. Enserio, que muerte tan estúpida. Caerse de un árbol y romperse el cuello es una forma de morir más interesante que esta.

—¿Estás bien?—me pregunta.

—¿Cómo pueden arrojar cadáveres aquí?—le pregunto sacando y metiendo mi lengua, anhelado de que el sabor amargo se vaya.

—No son cadáveres Sareya—me dice Abigael, y arquea una ceja—. Son las almas pecadoras.

Mi estado de shock no me permitió visualizar el movimiento leve de los cuerpos, ya que pasan muy desapercibidos. Las almas pecadoras tienen el cuerpo enteramente quemado y solo se les logra ver la carne de los músculos. Algunos mueven sus brazos, otros solo están boca arriba flotando sin decir ni una palabra. Entre la multitud, hay hombres, mujeres, ancianos e incluso…niños.




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