Andrómeda-Los Seres Celestiales

Capítulo 22

Diversos colores se mezclan en mi campo de visión. Mi cuerpo se mueve de un lado a otro sin ninguna dirección. Es como estar en un sueño, en el cual intentas despertar, pero solo consigues profundizarte más. De pronto, caigo bruscamente y mis brazos soportan la caída. Mis ojos se abren como platos al sentir el césped rosando mis manos. Poco a poco comienzo a levantarme intentando no perder el equilibrio. Ahora puedo ver mejor mi entorno: estoy en el centro de un hermoso valle lleno de flores y arboles gigantescos. Las casas aquí son de oro puro y resplandecen en su magnitud. El cielo está conformado por colores espaciales y estrellas enormes que emanan una luz celestial. Ya me encuentro en el Paraíso, eso es definitivo, cuya ubicación debe estar en la frontera de Andrómeda. Mi subconsciente grita de emoción al ver tanta belleza, jamás imaginé poder contemplar cientos de árboles que al fin tengan hojas y una gran diversidad de flores de diferentes tipos.

—Wow, vaya que extrañaba este lugar—dice Abigael.

—Yo más—dice Elian.

Los comprendo. Tuvo que ser bien difícil vivir en este hermoso sito para después abandonarlo, sabiendo que jamás volverían a el. Yo me habría deprimido. De repente me hubiera escondido en una de las casas mientras que el Paraíso era desalojado. Estoy aquí menos de un minuto y ya anhelaría poder vivir aquí para siempre junto con mi madre.

—Ok, según José, “Él Espíritu del Hijo” se halla en el templo, hay que ir hacia allí—dice Abigael y se pone en marcha.

Elian y yo vamos detrás de él. En el trayecto hacia el templo de Dios, logro darme cuenta de que mientras más nos profundizamos en el Paraíso, más se va deteriorando. Hay un lago el cual está completamente mugriento de un color verde opaco, el río de mi aldea es más limpio que este. Las casas próximas están deterioradas y hay unas grietas que se extienden por el suelo, como si se hubiera producido un terremoto de alta magnitud.

—Solía ser más bonito cuando vivía aquí—me dice Elian, y le creo.

 Es normal que el Paraíso se haya consumido después de estar abandonado por doce años. Especialmente, si es que el creador ya no está aquí para mantenerlo. A veces me hubiera gustado ser un ángel, y haber gozado de todos estos privilegios. La atmosfera del lugar transmite una paz impresionante, como si la maldad no podría llegar aquí. Hay una pequeña brisa de aire, pero no me causa frio, sino tranquilidad. Mis músculos se relajan. Me dan ganas de tirarme en el pasto y ver el hermoso cielo espacial durante horas.

—Para mí es precioso—digo, a pesar de que reconozco que no es verdad.

Llegamos hacia un enorme templo de oro: las paredes miden como treinta metros de altura. En el centro hay un portón en donde tiene incrustada una larga cruz cubierta de fuego. La locación contrasta con lo demás del Paraíso: Sobresale su hermosa figura minimalista y sus extraños dibujos de ángeles que cubren cada rincón de la ancha pared.

Abigael hace un gesto con la cabeza con el fin de que ingresemos. A continuación, Abigael abre el portón y entramos al templo. El sitio está decorado con hermosos diamantes encima de variedad de columnas. Una telaraña cubierta de velas se halla en el centro del inmenso techo, iluminando de un color naranja cálido todo el espacio. A lo lejos, se puede apreciar un sillón rojo ubicado en el centro entre dos antorchas. Me parece extraño que a pesar de que el Paraíso haya estado abandonado por tanto tiempo, las llamas aún permanezcan intactas.

Nos acercamos al sillón rojo. Encima de este, hay un frasco mediano el cual lleva dentro una especie de masa luminosa de color dorada, semejante a la que vimos en el edificio en donde los ángeles caídos nos interceptaron. Ese debe ser “Él Espíritu del Hijo”, el último espíritu de Dios que faltaba completar. Al tener los tres, solo tendremos que deshacernos de ellos, y el plan de Garsemeo fracasará. No puedo creer que hayamos conseguido los tres espíritus, a pesar de que parecía imposible. Elian me entrega la caja de los cristales incrustados. Abigael coge el frasco con delicadeza y lo abre. Me quedo un rato viendo a mi alrededor temiendo de que algo pase, como si hubiera una especie de trampa; se me hace difícil pensar que esto sería tan sencillo: esperaba un conjunto de flechas que salieran disparadas hacia nosotros y una ráfaga de fuego que nos quemara en segundos. Pero nada sucede.

Me acerco al frasco y abro la caja. La masa comienza a adelgazarse lo suficiente hasta salir del frasco e introducirse en la caja, que de inmediato se cierra una vez que ingresa completamente.

¡No puede ser! ¡Tengo los tres espíritus!

—Lo lograste princesita—dice Elian.

—Bien hecho Sareya—dice Abigael.

—Lo hicimos—contesto.

Al parecer, la profecía que le dijo Dios a José fue real. Fui capaz de conseguir las tres partes, algo que para muchos era considerado imposible. Este tremendo logro ni los ángeles caídos lo han podido hacer, y eso que ellos son más poderosos. Un sentimiento de satisfacción me invade y quiero saltar de emoción. Es la primera vez que me siento orgullosa de mí misma.




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