Anecdotario Cómico.

Capítulo 1: El amargado y yo. 

1.1:

Déjenme contarles de la vez que fui a un supermercado, ese templo sagrado del consumismo donde la gente empuja carritos como si fueran tanques en una guerra. Estaba en la fila, y el tipo frente a mí, un señor con cara de haber perdido una apuesta con la vida, empieza a discutir con la cajera porque su cupón de descuento para un maldito paquete de salchichas había expirado. ¡Expirado! Como si las salchichas fueran a salvarlo de su existencia miserable. Y la cajera, una chica que claramente preferiría estar en cualquier otro lado, le dice: “Señor, no puedo hacer nada, el sistema no lo acepta”. Y el tipo se pone rojo, gritando: “¡El sistema! ¡Siempre el maldito sistema!”.

1.2:

y hablando de sistemas, déjenme contarles de cuando me metí en problemas con el sistema… escolar. Resulta que mi sobrino, pequeño diablillo, me pidió ayuda con un proyecto de ciencias. Yo, pensando que soy el tío cool, le digo: “Tranquilo, pequeño, vamos a hacer un volcán con bicarbonato que va a dejar a tus compañeros con la boca abierta”. Pero este sistema escolar moderno, ¿saben qué? Ya no quieren volcanes, no, no, no. Ahora todo es “sostenible” y “seguro”. La maestra me miró como si hubiera sugerido prenderle fuego a la escuela cuando llegamos con nuestro volcán casero. Me dice: “Señor, esto no cumple con las normas de inclusión ambiental”. ¿Inclusión ambiental?

1.3:

¿Volcán? Ja, déjenme contarles de una erupción de verdad, pero no de esas de bicarbonato. Hace años, estaba en una cita con esta chica, y yo tratando de impresionarla, ¿saben? La llevé a un restaurante mexicano, pensando que unos tacos y unas margaritas me harían quedar como rey. Pero, ¡oh, sorpresa! El chef decidió que ese día era perfecto para ponerle al mole un nivel de picante que haría llorar a Satanás. Tomo un bocado, y mi cara se convierte en un maldito volcán: sudor, lágrimas, todo explotando. La chica me mira, intentando no reírse, y yo, tratando de mantener la dignidad, digo: “Tranquila, baby, esto es normal, me gusta el fuego”.

1.4:

Fuego, ¿eh? Les voy a contar de la vez que casi incendio mi casa por ser un idiota con una parrilla. Era verano, y yo, como el típico macho alfa, pensé: “Voy a hacer unas hamburguesas, voy a ser el rey del barbecue”. Compro una de esas parrillas de gas que parecen un transbordador espacial, y me pongo a jugar con ella como si fuera un científico loco. Enciendo la cosa, y de repente, ¡BUM!, una bola de fuego sale disparada porque, aparentemente, no limpié la grasa de la última vez. Mi vecino, un tipo que parece que vive para juzgarme, asoma la cabeza por la cerca y grita: “¡Burro, vas a quemar el vecindario!”. Y yo, con las cejas chamuscadas, le grito: “¡Cállate, Perico, nadie te pidió tu opinión!”

1.5:

Hablando de vecinos… tuve uno, un tipo raro, de esos que crees que tienen un cadáver en el sótano, pero en realidad solo coleccionan figuritas de gatos. Un día, este vecino, llamémoslo Carl, decide que quiere ser “amigable” y me invita a su casa para “charlar”. Yo, pensando que tal vez me ofrece una cerveza, digo: “Bueno, qué diablos”. Entro, y el tipo tiene su sala decorada como si fuera un museo de cosas que nadie quiere: platos conmemorativos, un póster de un delfín, y un olor a humedad que te hacía cuestionar la existencia. Me sienta, me da un té que sabía a calcetín viejo, y empieza a contarme de su “proyecto”: un guion para una película sobre un detective que es… un gato. Yo, tratando de no reírme, le digo: “Carl, eso suena… único”. Y él, con ojos de loco, dice: “este gato va a cambiar Hollywood, ya verás”.

1.6:

El amargado me respondió: ¡Gatos! ¿Qué carajos pasa con la obsesión de la gente con los gatos? Cada dos por tres, ves a alguien en internet diciendo: “Mi gato es mi terapeuta, mi gato es mi alma gemela”. ¡Por favor, tu gato no te ama, te tolera!

Mientras tanto, los perros están ahí, siendo leales, trayéndote las pantuflas, y nadie les hace un TikTok de un millón de likes.




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