Anécdotas de... ¿amor?

EL SUEÑO

 

Era una mañana extraña, todo parecía normal, común, pero algo en el ambiente provocaba en mi cierta incomodidad. El cielo estaba plagado de nubes y solo algunos rayos de sol conseguían filtrarse para poder acariciar el suelo y las copas de los pequeños y escasos árboles que abundaban en el sitio.

El suelo estaba cubierto de césped recién podado, aunque sorprendentemente no había rastro alguno de los restos que suelen dejar las podadoras tras su paso. A decir verdad tampoco había una sola hoja que hubiese caído de alguno de esos árboles, ni siquiera se podía escuchar el canto lejano de alguna ave o el zumbido de las alas de algún insecto. Todo era calma.

Seguí mirando a mi alrededor preguntándome donde estaba y como había llegado ahí. Casi de inmediato y prácticamente de la nada apareció bajo mis pies un camino hecho de diminutas piedras blancas parecidas a granos de arroz. Noté que ese camino parecía atravesar por la mitad ese jardín. Seguía desorientado, confundido, atemorizado, sin saber qué hacer. Instantes después más por inercia o instinto de supervivencia que por gusto decidí avanzar a través de esa extraña vereda mientras intentaba relajarme y disfrutar de la belleza que aquel paisaje me ofrecía.

Quede extasiado con la belleza del sitio, estaba hipnotizado por todo lo que en mi despertaba cada uno de esos bellos detalles que conformaban esa atmosfera tan ligera, tan idílica.

 

Al llegar a lo que parecía ser el centro del lugar me encontré con una pequeña fuente de piedra que mostraba signos de abandono, parecía no tener agua desde hace mucho tiempo. Era extraño, ya que todo el lugar parecía muy bien cuidado. Pronto una espesa niebla comenzó a cubrir todo el lugar.

Decidí salir del camino y pisar el césped para poder acercarme a uno de los pequeños árboles que habían llamado mucho mi atención. Al estar frente a él note que no rebasaba el metro y medio de altura, su tronco era delgado y muy recto, sus hojas pequeñas como las de un ficus, pero opacas y más oscuras que formaban una espesa copa esférica en la punta muy simétrica y casi perfecta, era extraño ver como todos los arboles eran idénticos y parecían estar colocados a la misma distancia uno de otro.

La niebla poco a poco se hacía más densa y comenzó a inquietarme un poco el hecho de notar como se formaba una silueta en el interior de esta, y peor  aún, ésa silueta se acercaba a mí a medida que lo hacia la niebla. Poco a poco la silueta comenzó a tomar forma. Era una mujer delgada, Usaba un vestido blanco que parecía estar hecho por varias capas de tela semitransparente y que colocadas una sobre otra que no permitían ver más allá de lo debido. No podía distinguir su rostro debido a la distancia. De pronto, en un abrir y cerrar de ojos estaba justo frente a mí, la distancia que nos separaba no era mayor a medio metro. Tuve miedo, quise correr, pero pude distinguir su rostro y la paz que me transmitió me hizo reconsiderar la huida.

 

 

Me miraba fijamente sin decir una palabra, incluso parecía que ni siquiera respiraba. Su rostro era fino, sus ojos grandes y avellanados enmarcados por unas pestañas largas, rizadas y abundantes. Sus labios delgados y carnosos, su nariz pequeña y delgada muy acorde con su rostro triangular, su piel morena y su cabello negro y ondulado. ¡Era hermosa!

Basto un parpadeo para que ella acercara su rostro a escasos centímetros del mío, y así, en completo silencio me besó y me envolvió con sus brazos. Fue un beso extraño y hermoso, y que decir de ese abrazo, me hizo sentir que en ese momento en el que nuestros cuerpos se entrelazaban, algo en nuestro interior se fusionaba.

No sé cuánto duró aquel momento mágico, pero a  mí me pareció demasiado poco. La tome por los hombros, la aleje un poco de mi para contemplar su belleza, y justo cuando pensé en preguntar su nombre, justo en un parpadeo el espacio que nos separaba se hizo demasiado grande. Me miro por última vez antes de girar y marcharse, y en su mirada pude observar mucha tristeza, como si no quisiera irse, como si le doliera demasiado. Sin embargo, se marchó.

Sentí que algo se rompió en mi interior, se llevaba consigo algo de mí. Me invadió un sentimiento de angustia y desesperación, quise correr detrás de ella y evitar que se marchara pero no lo hice, no sé por qué. Me quede inmóvil contemplando como se alejaba, y poco a poco su silueta se hacia uno con la niebla hasta desaparecer.

Acto seguido me sentí vacío, triste, desconsolado y en la más profunda desolación, algo muy difícil de explicar. Sentí como mis ojos se llenaban de lágrimas, lágrimas de felicidad y de tristeza al mismo tiempo, y justo cuando la primer lagrima comenzó a escapar de mis ojos para rodar por mi rostro, justo cuando no sabía si reír por haber conocido a ese ángel o llorar por  haberla perdido, justo en ese momento… desperté.




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