Anécdotas de... ¿amor?

LA FOTOGRAFIA

9:00 am, sonó mi teléfono y al ver la pantalla supe que era Osvaldo, mi psicólogo.

-Alejandro ¡buenos días!- saludó educadamente.

-Buenos días-, respondí mas dormido que despierto.

-Solo para confirmar la sesión de mañana sábado a las 10:00 am, no olvides traer la fotografía.-

-Ahí estaré-,  respondí con un dolor agudo en el pecho.

Hacía casi un año que no sabía nada de ella, no veía sus fotos, no escribía sobre ella, no hacía nada que tuviera que ver mínimamente con ella. Pero hoy tenía que buscar una fotografía de ella e imprimirla para usarla como herramienta en mi terapia, el solo hecho de pensar en ello aceleraba mi pulso, me hacía temblar, se me nublaba la vista y me provocaba nauseas.  Me levante de la cama y saque de mi buró una memoria USB en la que tenía guardadas todas las fotos de ella, con la mano temblorosa introduje la memoria en el puerto de mi PC  y abrí los archivos. Mis ojos se llenaron de lágrimas y mi mente de recuerdos. Elegí dos fotografías, una de cuerpo entero y otra de su rostro en la cual resaltaba la belleza de sus ojos, mismos que aún me quitaban el sueño.

Salí de casa hacia el estudio fotográfico dispuesto a imprimir las fotografías, 15 minutos de espera y las fotos estaban listas dentro de un sobre blanco. Regrese a casa sin sacar las fotos del sobre, tenía miedo. Casi no dormí, estaba nervioso, ansioso.

Mire el reloj y marcaba las 08:00 am, me levanté, me duché y salí de casa con rumbo al consultorio de Osvaldo. Llegue puntual a la cita, nos saludamos con un apretón de manos y tome asiento en el más completo silencio.

-¿Traes la fotografía?- preguntó.

-Sí, traje dos- respondí al tiempo que le mostraba el sobre que las contenía.

-Sácalas entonces y elige la que más te guste-

Saque las fotografías y las mire detenidamente, comencé a temblar, mi respiración se agito y un nudo se formó en mi garganta, elegí la de su rostro y la otra se la entregue a él.

-Mírala detenidamente y dime que te gusta de ella-, dijo el sin dejar de mirarme a los ojos.

Tome la foto entre mis manos temblorosas, y una estampida de recuerdos invadieron mi mente golpeándome de forma brusca.

-Me gustan sus ojos, su boca, su nariz, su pelo-, dije tímidamente.

-¿Qué te gusta más?- preguntó.

-Sus ojos, sin duda sus ojos-

-¿Qué le dirías si la tuvieras frente a ti?-

-¡Que me perdone!-, respondí sin dudarlo.

-Muy bien Alejandro, ahora ¡rompe la fotografía!- dijo con un tono estricto.

Sus palabras cayeron en mi como un balde de agua helada, sabía que era una simple foto, pero el solo hecho de pensar en romperla me provocaba dolor.

Tome la fotografía, y al borde del llanto comencé a romperla en varios pedazos, podía sentir como si algo dentro de mí se rompiera junto con ella. Me sobrevino un mareo y una terrible angustia.

Después de eso Osvaldo me explico los porqués del ejercicio, y me dijo que eso me serviría para soltarla.

Salí del consultorio e inmediatamente sentí una paz inmensa, me sentí ligero, como si hubiera soltado una pesada carga que venía arrastrando conmigo hace ya un buen tiempo. Me sentía de buen humor y con ganas de disfrutar el soleado día  y, lejos de ir a casa decidí dar un paseo.

Tome un autobús sin rumbo fijo y 30minutos después al mirar por la ventanilla, algo atrajo mi atención. Era una guitarra que estaba exhibida en un aparador de una tienda de instrumentos musicales. Baje del autobús con la firme intención de observarla más de cerca. Pregunté el precio y me sorprendió ver que era algo elevado, pero fue tal mi gusto por ella que termine comprándola, estúpida decisión ya que era demasiado dinero tomando en cuenta que yo no soy músico y por lo tanto no se tocarla, en fin.  Me entregaron la guitarra en un estuche, mismo que me colgué al hombro y camine sin rumbo fijo.

Era casi medio día, y el sol estaba a todo lo que daba. Tenía que caminar casi un kilómetro para tomar el autobús que me llevaría a casa. La otra alternativa era tomar un autobús ahí mismo que también me llevaría a casa pero que su ruta pasaba justo por la calle donde ella vive. No sé si fue el calor y la intensidad del sol, o la felicidad que me provocaba mi nueva adquisición que no me importo en lo absoluto pasar por su calle y decidí tomar ahí mismo el autobús. Cuarenta minutos de trayecto y justo cuando pasábamos por la calle donde ella vive, el autobús se detuvo y ella abordo.




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