Hoy por fin la vería otra vez, después de tanto tiempo sin saber de ella, cinco años para ser exactos.
Las cosas entre nosotros no terminaron muy bien y de alguna manera eso fue muy injusto para ambos, no supimos manejar las distintas situaciones que se nos presentaron a lo largo de nuestra relación. Permitimos que el orgullo se antepusiera a nuestro amor y que inseguridades dominaran nuestra percepción de las cosas.
A estas alturas solo puedo decir que me falto madurez para darle libertad, me aferre a ella y ni siquiera le di tiempo de extrañarme, la lleve al fastidio, al hartazgo. Aun así, ella muchas veces me busco gritándome en silencio que deseaba estar conmigo, es decir, con aquella versión de mi de la que ella se había enamorado tiempo atrás, ese hombre divertido y seguro. En aquel momento no lo supe comprender, típico de nosotros los hombres y nuestra carente capacidad de poder entender más allá de las palabras, aunada a esa ceguera que nos impide ver lo que sus ojos dicen y lo que sus gestos callan.
A final de cuentas, cada quien siguió con su vida evitando en lo posible no saber nada del otro, aunque confieso que no la deje de pensar un solo día de estos cinco años.
Las manecillas del reloj marcaban las 7:30 de la noche, 30 minutos me separaban de aquel ansiado encuentro. Tome las llaves de mi auto y salí con rumbo a su casa. Detuve el auto justo frente a un viejo parque ubicado a dos cuadras de su casa, baje del auto y una brisa fresca acaricio mi rostro haciéndome recordar cientos de instantes que disfrutamos juntos. Cerré el auto y decidí caminar hacia su casa.
A unos metros de la entrada pude distinguir ese viejo farol que ilumino aquellas conversaciones que sostuvimos tiempo atrás en los umbrales de su casa. Bajo esa luz distinguí a su hermana y a su madre en silencio, quizás esperándome. La piel se me erizo y una corriente eléctrica atravesó todo mi ser dejando a su paso nervios y tensión. Me acerque a ellas, las mire a los ojos e inmediatamente fui recibido con un abrazo, primero por parte de su mamá y después de su hermana, me invitaron a pasar y lo hice, solo para darme cuenta que dentro de la casa había muchos familiares. La mayoría de ellos ignoraban mi existencia y, a decir verdad yo también ignoraba la existencia de ellos.
Su padre salió de una de las habitaciones y en la distancia, con un sutil gesto me indicó de la presencia de ella en una de las habitaciones. Todos salieron al patio dejándome solo, a unos cuantos pasos de la puerta que me conduciría a ese esperado reencuentro.
Abrí la puerta, y ahí estaba ella, tan hermosa, tan perfecta. Avance rápidamente a su encuentro, coloque mis manos sobre sus mejillas y la bese tiernamente en la frente, presa de la emoción derrame algunas lágrimas que fueron a parar a sus labios, las cuales sequé con un beso sin dejar de mirar la perfección de su rostro, el rubor que aún tenían sus mejillas y sus largas y rizadas pestañas.
Me aleje de ella lentamente sin dejar de observarla. Y antes de dar la vuelta y abandonar la habitación una voz me sorprendió.
-Aun la amas, ¿verdad?- pregunto su hermana desde la puerta.
-¡Siempre la amare!- respondí mientras secaba mi llanto.
De pronto por esa misma puerta aparecieron sus padres y los tres entraron al lugar y me abrazaron, ante tal acto y tanta sorpresa no pude contener mi llanto y me quebré.
-¿Nos acompañaras a la cremación?- pregunto su padre.
-¡No podría soportar ese dolor!- dije mientras cerraba el féretro.
Su madre me miro con ternura y me dijo:
- No te preocupes, lo comprendemos. ¿Sabes?, esto no sirve de mucho pero, permíteme decirte algo. Todos en la familia estamos convencidos que ella nunca dejo de amarte. Y lo sabemos por qué jamás volvió a sonreír como solía hacerlo cuando estaba contigo. Y sus ojos jamás brillaron tan intensamente.-
Me despedí de los tres con un fuerte abrazo y salí a toda prisa del lugar. Al llegar a la calle corrí hasta donde había dejado estacionado el auto y me desplome hundido en un inmenso llanto. No sé cuánto tiempo permanecí tendido en el suelo llorando, solo sé que me levante y camine hacia esa vieja palapa que estaba justo en el centro de aquel viejo y abandonado parque, al llegar ahí respire profundo y grite un “te amo” con todas mis fuerzas. Un “te amo” que pudo haber sido escuchado por todos excepto por ella. Y todo por mi estúpido orgullo.