Anécdotas de... ¿amor?

UN PEQUEÑO JUGUETE

Tenía yo apenas 9 años, cuando me entere de una forma no muy buena ni muy correcta sobre la realidad de los reyes magos. Fue justo un 2 de enero cuando al salir a jugar con mis vecinos en la esquina de la calle donde vivíamos,  el mayor de ellos nos contó quienes eran verdaderamente los reyes magos. Recuerdo que la sorpresa fue muy grande y comencé a recordar ciertos detalles que sucedían en mi hogar justo antes de que estos magos llegaran a dejar juguetes y al atar esos pequeños cabos que estaban sueltos concluí que podría ser cierta la información.

Entre a mi casa más temprano que de costumbre con toda la intención de exigirles a mis padres que me dijeran la verdad, me dirigí a su recamara y justo cuando iba a tocar la puerta,  sin querer escuche a través de ella la conversación que sostenían mis padres.

— ¿Qué voy a hacer?, llevo ya casi un mes sin empleo y se acerca el día de reyes. — preguntaba mi padre preocupado.

— Tranquilo, no te preocupes. Todo se solucionara — respondía mi madre en un tono suave y consolador.

Mis ganas de tocar esa puerta se desvanecieron, di la vuelta y me quede viendo televisión en la sala, aunque a decir verdad solo pensaba en que mis reyes no tenían dinero y estaban preocupados.

Así transcurrieron mis días entre preocupaciones por la falta de dinero en mi casa y conversaciones que escuchaba tras una puerta las cuales hablaban siempre sobre el mismo tema: como decirme a mí que quizás este año no habría juguete.

Llego el 5 de enero y mis padres no pudiendo evadir más el tema preguntaron cuál sería mi petición de ese año, agache mi cabeza y conteniendo las lágrimas respondí:

— ¡Nada, tengo de todo. Mejor para la otra! —           

— Escríbeles una carta, quizá te traigan algo pequeño aunque tú no se los pidas. — dijo mi padre mientras me levantaba y me abrazaba con fuerza y ternura.

Decidí solo hacer un dibujo cualquiera sobre una hoja de mi cuaderno, arranque la hoja, la doblé y la coloque dentro del zapato, mismo que ya se encontraba en la puerta de la sala que daba a la calle. Y así me fui a dormir, triste porque no tendría un juguete pero orgulloso por haber sido fuerte para tomar la decisión de no pedir nada.

Eran casi las siete de la mañana cuando mis padres me despertaron diciendo que los reyes habían llegado. Me levante más sorprendido que emocionado, la sorpresa se hizo mayor cuando vi sobre mi zapato un pequeño juguete. Era un arco de plástico con su hilo de estambre, tres dardos largos con cuerpo de madera y puntas de goma y una tira de tela con un estampado extraño que a juzgar por lo que decía el sencillo empaque en el que venía envuelto, debía amarrármelo a la cabeza. Tomé mi juguete y al borde del llanto abrace a mis padres con toda la gratitud que puede sentir un niño de 9 años.

Quizás yo era muy pequeño para comprender muchas cosas, pero ese día fui consciente de que tal vez comprar ese pequeño juguete implico un gran sacrificio para mis padres.

Al día de hoy, 24 años después de aquel suceso, aun se puede ver ese pequeño arco colgado en una de las paredes de mi habitación.




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