Anécdotas de... ¿amor?

HACE CASI 33 AÑOS

Caprichos del destino, o quizás pruebas de ese Dios que jamás voy a entender y que me niego a aceptar rotundamente que funcione como las religiones nos lo han impuesto. Lo cierto es que ese día como muchos otros días, ella en silencio y a solas recordaba amargamente aquellas personas y las palabras que le lanzaban como si fueran flechas que herían y pretendían evitar una dolorosa circunstancia inesperada.

-¡Inyéctate, estas a tiempo!, ¡no pasara nada!. ¡inyéctate, no sea tonta! Total, no serás la primera ni la última-

En esos momentos su mente era un caos, lo fácil era lo mejor y lo correcto parecía imposible. Un vaivén de emociones la electrizaba cada que recordaba la idea, lagrimas la empapaban por completo al imaginarse haciéndolo. No era un buen momento. Ella era muy joven, inmadura, débil e ingenua para enfrentar la vida. El por su parte era un irresponsable, alcohólico y flojo.

Los días transcurrían y con ellos disminuía la oportunidad de tomar esa decisión disfrazada de solución a todo. Hasta que ese día ocurrió. Muy temprano salió a la farmacia, tímidamente miro a la persona del mostrador y le extendió un papel arrugado y sucio que tenía escrito con lápiz y una caligrafía poco legible el nombre de esa estupidez disfrazada de solución.

 Ella lo sabía, en el fondo de su alma sabía que era solo un disfraz, y que quizás no solucionaría nada pero era la única salida que parecía haber hasta el momento.

El hombre del mostrador le entrego aquella esperanza vana en sus manos, a cambio ella le dio los pocos pesos que le quedaban y salió de ahí. Su mente le pedía correr hasta llegar a ese pequeño cuartito prestado en donde vivía, su lugar de soledad. Pero el corazón le pedía calma y le hizo caminar con demasiada lentitud.

Por fin, no sabía después de cuánto tiempo pero había llegado a casa. Tomo aquella ampolleta de cristal con sus dos manos y siguiendo las instrucciones de la caja la doblo por el lugar marcado hasta quebrarla, la coloco en un huacal de madera que en el pasado sirvió como empaque de jitomates y que llego hasta ella después de cruzar medio país, pero que ahora fungía como buró. Sacó de debajo de su almohada una jeringa, rompió su empaque con los dientes, tomo la ampolleta y metió la aguja en ella al tiempo que jalaba el embolo de esta. Tres mililitros, una pequeña cantidad. Solo eso era suficiente para poner fin a su situación, o quizás para agravarla más. Solo tenía que inyectárselo para descubrirlo. Cerro los ojos y respiró profundamente…

Han pasado casi 33 años de aquel día, no sé si ella lo recuerde, pero hoy yo lo imagine y no encuentro la forma de agradecerle a la vida, al universo mismo o a ese Dios que, insisto, no debe funcionar como nos han hecho creer. Por que si aquel día esa mujer se hubiera inyectado, esta historia no sería. Y este intento de escritor no existiría.

 

TE AMO MAMÁ




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.