Eran cerca de las ocho de la noche del día sábado, el viento frio golpeaba mi rostro. Me coloque los audífonos, tome el móvil y reproduje una canción de Sanz, “he sido tan feliz contigo”, y mientras escuchaba la melodía de introducción me recargaba en el poste de aquella farola que estaba justo frente al minisúper cercano a su casa, y así, bajo la luz de la farola comenzó mi espera. Cinco minutos más tarde y justo en la última estrofa de aquella canción apareció ella con su cabellera castaña y abundante, su contagiosa sonrisa y su mirada dulce.
Entramos a la tienda, una botella de vino, un poco de queso, una bolsa de papas fritas y un paquete de goma de mascar que olvidamos en el mostrador al momento de pagar y que notamos solo al llegar a casa, su casa. Los ingredientes para la velada estaban listos.
Veinte minutos después de haber llegado a casa sonó el timbre de la puerta, la cena había llegado. Y entre hamburguesas, risas, una copa de vino, charlas, otra copa de vino, música y cantos desafinados comenzaba la velada. Otra copa de vino y otra copa más hasta que no quedaba gota alguna en la botella. Un mar de miradas, un baile, más cantos y más risas, menos ropa. Besos y más besos uno tras otro, caricias y más caricias que me convirtieron en un navegante que surcaba el océano de su anatomía tratando de encontrar aquello de lo que no era consciente que estaba buscando. En fin, fue una noche en la que ella buscaba mi naufragio en las islas de sus ojos.
..................Domingo 27 de septiembre..............
No sé si fue el dolor de cabeza, o la sed propia de la resaca, lo que nos obligó a levantarnos de la cama antes del medio día como lo marcaba el plan que habíamos trazado días antes, lo cierto es que a fuerza casi de obligación nos dimos una ducha y salimos a dar un paseo antes del almuerzo.
Mientras caminábamos bajo la lluvia de hojas que nos regalaban los arboles del sitio y el viento que jugueteaba entre sus ramas, tome su mano en un impulso incontrolable, me miro a los ojos un tanto sorprendida y esbozó una pequeña sonrisa. Seguimos caminando en silencio disfrutando la presencia del otro.
Llegamos a casa con la sed de un corredor después de una maratón, perdí la cuenta de la cantidad de vasos de agua que bebimos. Almorzamos en medio de un silencio y de un ambiente lúgubre, por un momento comenzamos a sentir miedo de que nuestras miradas se cruzaran, nadie quería pronunciar palabra alguna.
— ¿Te quedaras a dormir? —Preguntó con cierta timidez.
— Si tú quieres— respondí mientras se formaba un nudo en mi garganta.
Se levantó de la mesa y fue a la cama a recostarse. Caminé tras ella y de pie a un costado de la cama la observaba en toda su perfecta imperfección mientras ella doblaba las sabanas para colocarlas bajo su cabeza en una especie de improvisada almohada. Con un sutil gesto me invitó a que me recostara junto a ella y, antes de que siquiera hubiera intentado ejercer movimiento alguno para comenzar mi viaje del piso hacia el colchón, ella envolvió mi cintura entre sus piernas e instantes después me descubrí encima de ella. Sentí la calidez de su respiración en mis labios mientras mi mirada se sumergía en el café profundo de sus ojos.
— ¡Voy a extrañarte!— dije con la voz entrecortada.
— ¡También te extrañare! — respondió con los ojos llenos de lágrimas.
— ¿Quieres saber que me aterra?— preguntó. —Me aterra el hecho de pensar que el tiempo transcurrirá y tendré otra pareja, quizás formaré una familia y tendré hijos y aun así yo siga extrañándote como lo he hecho en todo este tiempo. Que me sigan haciendo falta tus abrazos, sentir el calor de tu piel mientras duermo.
— ¡Tranquila!, eso no sucederá. Llegará alguien, te enamorarás de él y, en un abrir y cerrar de ojos yo seré un recuerdo que se quedara guardado en algún lugar de tu memoria. Y entonces en las noches buscaras su calor y sus abrazos y ya no los míos. — Respondí deseando que eso nunca sucediera.
— Te confieso que deje de desayunar cereal por las mañanas debido a que apenas abro la caja y un vendaval de recuerdos me estremecen el cuerpo y el alma, como resultado comienzo a extrañarte de una forma incontrolable. Los mismo sucede cuando bebo café en las noches, cuando intento hacerlo vienen a mi mente todas aquellas conversaciones que manteníamos y que nos impedían dormir lo suficiente para poder rendir en el trabajo al día siguiente. —Dijo mientras acariciaba mi rostro.
—Yo te extrañaré todo el tiempo, estoy seguro que me esperan muchas noches de desvelo. No quiero irme de tu vida ni quiero que tú te vayas de la mía, pero soy consciente de que debemos hacerlo. —Dije conteniendo el llanto.
— ¡Tampoco quiero que te vayas ni quiero irme!, pero solo hemos estado postergando una despedida que tarde o temprano iba a llegar. Y si, voy a extrañarte, quizás no todo el tiempo porque el trabajo me absorbe demasiado, pero cuando llegue a casa, cuando este sola sin nadie alrededor ten por seguro que te extrañare muchísimo—Respondió.
Un silencio sepulcral inundo el lugar. El ambiente seguía siendo cálido pero la melancolía estaba a punto de asfixiarnos.
—Ni siquiera cuando éramos novios nos celábamos tanto, pareciera que son más las ganas de que el otro no este con alguien más, que las ganas de querer estar con el. —Dije en un intento de romper ese silencio.
— ¡Me gustas mucho, me fascinas, te deseo! Siempre que te tengo cerca muero de ganas de sentirte, sentir tu calor, el roce de tu piel, sentir tus besos y tus manos recorriendo mi ser. ¡Me encantas, te quiero!— Dijo al mismo tiempo que se arrojaba a mis brazos.
— ¡También te quiero!— respondí conteniendo en mi garganta mi verdadera respuesta: yo aún te amo
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Sin pensar en más que en nosotros mismos, nos fundimos en un beso y un abrazo. La intensidad del momento fue creciendo más y más, la ropa comenzó a estorbar y hubo que hacer algo al respecto. Y así fueron cayendo una prenda tras otra, y no es necesario explicar lo que sucedió después.