Anécdotas de... ¿amor?

UN GORRITO NAVIDEÑO

Era el último día de la primera semana de diciembre, la casa era un caos debido al continuo ir y venir de todos los que la habitábamos, el ambiente estaba lleno de emoción y cierto nerviosismo debido a que hoy mi hijo participaría en el festival navideño de su escuela, su grupo fue elegido para cantar algunos villancicos y se habían preparado para esto durante los últimos 30 días.  

Salimos de casa muy puntuales y listos para disfrutar de aquel festival, creo que el más emocionado era yo puesto que por lo general mi trabajo no me permite asistir a este tipo de festivales escolares, y si a todo lo anterior le agregamos el hecho de que recientemente había adquirido una cámara réflex y que ésta era una gran oportunidad para poner a prueba mis habilidades como intento de fotógrafo, el resultado era una gran felicidad en mí que, fiel a mi costumbre no supe expresar.

Pronto llegamos a la escuela, el patio principal estaba listo con los adornos típicos de estas festividades. De pronto mi hijo se me acerco con un semblante en su rostro que denotaba cierto temor.

— ¿Sucede algo? — pregunté temiendo que mi hijo ya no quisiera participar.

— ¡Olvidé el gorro en casa! —respondió triste y avergonzado.

Era notoria y muy entendible su vergüenza ya que a él y a su madre les había costado mucho trabajo encontrar un gorro con las características que a él le gustaban. De terciopelo específicamente.
Salí con mi hijo para buscar el gorrito en alguno de los múltiples puestecitos que había  afuera de la escuela, en todos ellos vendían gorritos de fieltro que en realidad no eran del todo feos o mal hechos pero que a mi hijo no le agradaban para nada. Pronto encontramos un sitio en donde había gorritos de terciopelo, pedí uno rápidamente al ver que se estaban agotando. Cuando pague por el descubrí que el gorrito de fieltro era cuatro veces más barato que el de terciopelo y me preguntaba por qué mi hijo quería específicamente el de terciopelo.

Entramos de nuevo a la escuela con el gorro en la mano y con los nervios a tope, pronto mi hijo fue hacia donde estaban todos sus compañeros para tener un último ensayo antes de presentarse ante la multitud de padres dispuestos todos alrededor de aquel patio.

La directora del plantel saludo a todos los presentes a través del micrófono y los altavoces y dio por iniciado el festival navideño. El primer acto fue una ronda infantil por parte de los niños de primer grado, le siguieron más bailes por parte de alumnos de segundo y una poesía coral de los  alumnos de tercer grado. Mientras los alumnos de tercer grado terminaban las últimas estrofas de su poesía, los de cuarto grado se acomodaban para su ingreso al centro del escenario. El rojo de sus playeras y sus gorritos les impedía pasar desapercibidos.

Instantes después una voz por los altavoces anunciaba que los alumnos de cuarto grado cantarían villancicos. De inmediato ingreso esa pequeña marea roja, se colocó en su sitio y a la señal de su profesor comenzaron a cantar. Inmediatamente yo busque un lugar para poder tomar las mejores fotografías posibles a mi hijo y en el intento note que a los veinte o treinta segundo de haber iniciado el acto, un niño entro corriendo hacia el centro del patio, se colocó justo aun lado de mi hijo y comenzó a cantar junto con el grupo.

Yo no podía creer lo que veía. Como unos padres podían atreverse a exhibir así a su hijo, comprendo que la economía a veces no nos permite hacer lo que quisiéramos pero cuando se trata de un hijo uno siempre hace esfuerzos casi sobre humanos por darle lo mejor que podamos. Aquel niño resaltaba entre los demás porque vestía una camisa blanca casi transparente de tan gastada que estaba, unos pants azules evidentemente muy decolorados y un par de tenis rotos que desde lejos se notaba que le quedaban muy grandes y su gorrito rojo de fieltro.

Me olvide un poco de mis juicios y prejuicios y me concentre en tomar fotos. Pronto termino el acto y con él, el festival completo. La gente comenzó a dispersarse y a salir del sitio mientras yo buscaba a mi hijo, pronto lo encontré y corrí a abrazarlo.

— ¡Te felicito hijo, cantaste muy bien! — dije mientras lo abrazaba.

— ¡Gracias papa! —respondió agachando ligeramente la mirada. — Papá, tengo que decirte algo. La verdad es que yo quería un gorrito de terciopelo para regalárselo a mi amigo Ángel. ¡No te enojes por favor!

— No tengo por qué enojarme, al contrario, me alegro que seas de tan buen corazón. —Respondí mientras notaba que el gorrito estaba en sus manos. — ¿Por qué no se lo regalaste entonces?

— Es que llegó tarde. ¿Me acompañas a buscarlo?

Asentí con la cabeza y camine detrás de él, pronto llegamos a una jardinera en donde estaba sentado aquel niño de la ropa roída y una anciana en igual o peores condiciones lo acompañaba.

— ¡Kaleb! —gritó aquel niño mientras se levantaba y corría a abrazar a mi hijo. — ¡Mira mamá Angelita, este es mi amigo Kaleb! — emocionado se acercó a aquella anciana y la tomó de la mano para llevarla hasta el rostro de mi hijo.

— Por fin te conozco hijo, Angelito habla de ti todo el tiempo. —Dijo aquella anciana con voz muy cansada mientras con las dos manos acariciaba el rostro de mi hijo. Tomó su bastón e intento levantarse de aquella jardinera.

Al ver que su esfuerzo fue inútil, me acerqué a ella la tome de la mano y la ayude a incorporarse. No pude ignorar su sombrero roto, su rebozo casi hecho girones y su ropa igual o más gastada que la del niño, pero lo que más me impactó fueron sus pies descalzos y muy maltratados, era evidente que llevaba años caminando así.

— ¡Buenas tardes señora! Soy el papá de Kaleb. — Saludé sin soltarle la mano.

La anciana levanto la mirada permitiéndome ver sus ojos y corroborando así mis sospechas. Estaba totalmente ciega.

— ¡Buenas tardes joven! —respondió amablemente. — Yo soy la mamá de angelito, bueno, la verdad soy su abuela, mi hija me lo dejo cuando el apenas tenía un mes de nacido, pero para mí es mi hijo. Hoy estamos muy contentos porque mi Angelito cantó, fíjese que el ahorró casi todo el mes para comprarse su gorrito, ¡le costó quince pesos!, y yo me siento muy feliz porque mi niño viene a la escuela y ya aprendió a leer y a escribir, ya me ayuda a subirme a los autobuses y ya me dice para donde van cada uno. —Dijo sumamente orgullosa.




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