Anécdotas de... ¿amor?

EL PRIMER BESO

La conocí por casualidad en uno de esos momentos de la vida en los que no buscaba nada, juro que tenía yo una paz interior que disfrutaba de sobremanera. Era menor que yo, mucho menor. A primera vista me pareció simpática, me llamo la atención el lunar que tenía en su nariz pero no tanto como la ternura y dulzura de su mirada, pero para mí no dejaba de ser una chica más entre todas las chicas que ahí había. Cruzábamos palabra de forma esporádica, así eran los días hasta que en uno de ellos ella apareció justo detrás de mí.

— ¿Iras a la posada de la empresa? —preguntó, en un tono tan dulce que consiguió que las piernas me temblaran.

— ¡Claro que iré! —respondí, y por vez primera pude ver su rostro tan cerca del mío como para apreciar ese característico lunar y verme sorprendido por la picardía de su sonrisa.

— Y… ¿Bebes alcohol? —cuestionó curiosa sin dejar de sonreír mientras sus manos jugueteaban con su cabello,  girando sutilmente su torso de un lado a otro.

— Pues podría tomarme una copa, pero no más que eso. —respondí, mientras algo en mi cabeza me decía que al parecer esa chica me estaba coqueteando.

— ¡Entonces quizás yo también vaya! La verdad no suelo ir a ese tipo de reuniones ya que yo no bebo y pues… como aquí todos beben me quedo sola en algún rincón sin tener a nadie para siquiera conversar. Pero en este caso tal vez podría conversar contigo ¿no? — dio la vuelta sin darme oportunidad siquiera de poder responder.

La posada era en una semana y a decir verdad yo no estaba seguro de asistir pero ante tal flirteo no podía negarme la oportunidad de conocer gente nueva.

Los días transcurrieron con total normalidad, en el tercer día después de aquella conversación ella apareció de nuevo, caminando hacia mí sin quitar su mirada de mi rostro.

— ¡Hola! —saludó amablemente.

— ¡Hola! ¿Iremos a la posada o no? —respondí y de paso aproveche para lanzar el anzuelo.

— ¿Es una invitación acaso?

— Solo digo que si tú no vas yo tampoco lo haré. —Respondí titubeante.

— ¡Qué casualidad! Yo tampoco iré si tú no vas.

— ¡Vayamos entonces! — Dije intentando mostrar seguridad.

— ¡Perfecto! —Guiñó un ojo, dio la vuelta y se alejó.

Horas más tarde y como una broma del destino volvimos a coincidir en el mismo sitio. Resulta que en nuestro descanso ambos solíamos relajarnos bajo la sombra de uno de los arboles ubicados en la acera que estaba justo frente a la entrada de la empresa, y hoy nuestro descanso fue a la misma hora.

Me senté a su lado sin pronunciar palabra alguna, instantes después ya conversábamos de todo como si nos conociéramos desde hace mucho. A partir de ese momento buscábamos cualquier excusa para vernos dentro del horario laboral, pero nuestras inevitables sonrisas comenzaron a delatarnos haciendo más evidente nuestra “cercanía”, hecho que ya empezaban a cuestionar algunos.

Para entonces ya conocía su nombre, su música preferida  y su color favorito, sabía también que tenía dos hermanas y dos hermanos y que vivía en casa de sus padres en un pueblito un tanto alejado de nuestro lugar de trabajo. Con cada día que transcurría, la sensación de querer estar cerca de ella crecía en demasía, el solo verla me provocaba unas ganas enormes de envolverla entre mis brazos, su belleza crecía ante mis ojos con el transcurrir de los días, pero fue su inteligencia lo que termino atrapándome...

El destino siguió con sus bromas. Recibí indicaciones de trasladarme junto con otro compañero a realizar algunas actividades extras en una oficina fuera de ahí. Al llegar al lugar me encontré con la grata sorpresa de que ella y otra compañera habían sido enviadas a realizar las mismas actividades, y los cuatro estaríamos ahí los siguientes tres días.

El juego de intercambio de miradas y los innumerables pretextos para buscar el roce de nuestras manos hizo que esos días se fueran volando, pero también hizo muy evidente la atracción entre nosotros. Contario a mis costumbre, comenzamos a saludarnos y a despedirnos de beso en la mejilla, hasta que por accidente en una de esas despedidas las comisuras de nuestras bocas se unieron.

— Discúlpame, fue totalmente a propósito. —Comentó mientras con risa coqueta  abordaba el autobús que la llevaría a su casa.

En el último día que estaríamos en esa oficina por sugerencia de la otra pareja que estaba con nosotros, decidimos salir a comer pizza. Ya en el camino la chica comento:

— Oigan, ¿ustedes son novios o algo así?

— ¡No! — respondimos al unísono.

— ¡Pues entonces ya les falta poco para serlo! —Sugirió el chico.

Aquel comentario consiguió que ambos nos sonrojáramos, aunque el tema se olvidaría al llegar al sitio donde comimos.

De regreso a la oficina caminamos los cuatro en completo silencio, de hecho el resto de la tarde trabajamos sin decir palabra alguna.

— ¿Asistirán mañana a la posada? — pregunte en mi intento por romper el silencio.

— ¡No! ¿Y ustedes? —dijeron ambos.

— Si, ¡por supuesto! — Respondí.

La jornada terminó y salimos de ahí con algo de incomodidad. Caminamos como de costumbre hasta el sitio en donde tomábamos el autobús.

— Me caes muy bien, me agradas mucho. Disfruto mucho el tiempo a tu lado. — Comentó inesperadamente.

— También me agradas mucho, ¡no sé qué me pasa contigo! —respondí.

— Quizás si lo sabes, o bueno, si lo sabemos pero hacemos como que no. A mí me sucede igual contigo. — Dijo algo apenada. — ¡Oye! Respecto a lo de nuestra última despedida…

— ¡Nada que! — interrumpí. —Para la otra no respondo.

— ¿Conoces alguna dulcería por aquí? —Preguntó. —Es que debo llevar dulces para la piñata de la posada de mi vecindario.

— Sé de una muy cerca de aquí, puedo llevarte si gustas. —Asintió con la cabeza y caminamos un par de cuadras hasta llegar al lugar.

La dulcería era grande, estaba conformada por seis pasillos, cada uno de ellos destinado a cierto tipo de dulces. Ingresamos y recorrimos uno a uno los pasillos caminando siempre uno al lado del otro. Al llegar al último pasillo me adelanté algunos pasos, gire hacia ella colocando mis manos en sus mejillas y antes de que ella pudiera reaccionar… la besé.




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