Anécdotas de... ¿amor?

LOS DIAS QUE VENDRÁN

¿Qué se puede hacer un sábado por la tarde? Me pregunté. Tomando en cuenta que en las últimas semanas mi vida estaba hecha un caos, mi instinto me exigía escapar de todo, mis ganas no me permitían mover un solo dedo.

Tenía cierta sensación en mi cabeza, como si una voz interna intentara hablarme pero el ruido de todos mis problemas era tan alto que apenas podía escucharla, no comprendía lo que decía, parecía desesperada pero solo la percibía como si fuese un murmullo.

Me levante del sillón somnoliento y confundido, abrí el refrigerador buscando no sé qué. Saqué una cerveza y la bebí casi de un solo trago y mientras decidía si tomar otra o no, el ruido de unos arañazos en la puerta atrajo mi atención.

— ¿Qué te hace pensar que tengo ganas de un paseo? —pregunté mientras abría la puerta que daba hacia el jardín.

Duke, un presa canario de 3 años me miro amenazante como recordándome que omitir el paseo diario implicaba que algo en casa quedaría destrozado. De mala gana cambie mi pijama por ropa deportiva, mis pantuflas por unos tenis para correr y la siguiente cerveza por una bebida rehidratante. Y así, el con unas ganas incontrolables y yo con desgano y correa en mano salimos de casa.

Atravesar caminando el pequeño pueblo donde vivo para poder llegar al campo me toma alrededor de cuarenta minutos, y en esta ocasión ir tan ensimismado me hizo sentir esos cuarenta minutos como si fueran cinco. El ruido del arroyo y los ladridos de Duke exigiendo que le quitara la correa para poder nadar me sacaron de la profundidad de mis pensamientos. Faltaba un par de horas para que atardeciera y mientras mi perro nadaba y quemaba todas sus energías en el arroyo, yo buscaba un lugar cómodo a las orillas de éste, que me permitiera disfrutar del atardecer y al mismo tiempo observar a esa masa de músculos y energía comportándose como cachorro.

El sol comenzaba a descender y pintaba las hojas de los arboles con tonos dorados. De pronto los rayos del sol golpeaban mi rostro en un ángulo que no me permitía observar lo que había frente a mí. Estaba a punto de levantarme de la piedra en donde me encontraba sentado cuando una voz que me pareció muy familiar me obligo a quedarme en mi sitio.

— ¡Buenas tardes! — saludó en un tono seco pero amable.

— ¡Buenas tardes! — respondí buscando al poseedor de esa voz que me parecía tan familiar.

Frente a mi apareció una silueta, la intensidad de los rayos del sol que venían justamente de la misma dirección no me permitieron distinguir el rostro de aquella persona.

—Cuando yo era más joven tuve un perro idéntico a ese que está nadando. ¿Es tuyo? — preguntó aquel extraño de voz tan familiar.

—Sí, es mío. — Respondí. — ¿Qué paso con su perro?

—Murió a los doce años. ¡Aun lo extraño!

Y mientras se acomodaba la gorra de béisbol que llevaba puesta, se sentó a mi costado izquierdo. La sombra que proyectaba la gorra sobre su rostro no me permitía distinguir sus rasgos faciales. Lo único que pude ver en aquel hombre fue el cabello cano que se asomaba por la parte trasera de su gorra y algo  que me pareció muy peculiar fue su brazo izquierdo, el cual tenía un buen número de tatuajes, mismos que no pude ver con detenimiento por que la postura que adopto al sentarse me lo impidió.

—Hace mucho que no venía por aquí, amo este lugar. Me parece muy relajante. Cuando yo era más joven solía venir aquí cuando sentía que el mundo se derrumbaba y algo me dice que tu mundo se está derrumbando. —dijo aquel hombre sin quitar la vista de mi perro.

— ¿Qué le hace pensar eso?, yo solo vengo a que mi perro nade aquí. —respondí con cierta molestia.

—Me lo dice mi experiencia, pero además… ¡soy psicólogo!

— Pues yo también estudio psicología y, hasta donde sé, la asignatura de adivinación no forma parte del plan de estudios. — dije con un tono de molestia.

— ¡Me gusta tu sentido del humor colega! Pero te veo muy mayorcito para ser universitario. — dijo sin perder la sonrisa. Se levantó y camino unos cuantos pasos introduciendo sus pies en el agua fría del arroyo.

Sus palabras hicieron eco en mi cabeza. Tenía razón. A mis 33 ya debería de haber terminado la universidad e incluso debería de tener un trabajo estable. Pero no era así.

—Avísame cuando se te terminen los porqués en tu cabeza y dejes de cuestionarte la edad y las circunstancias. O cuando dejes de compararte con otros conocidos, o peor aún, con otros que ni existen. —dijo el hombre mientras de un silbido llamaba a Duke para jugar con él.

El comportamiento de mi perro no era normal, si bien nunca ha sido un perro agresivo, si era desconfiado y nunca permitía que un extraño se le acercara mientras yo no estuviese a su lado. Pero con ese hombre jugueteó como si lo conociera de toda la vida. Y mientras mi mente intentaba salir de todos aquellos cuestionamientos, aquel hombre se acercó a mí, pero de nuevo por estar a contra luz no pude distinguir su rostro.

—Sé reconocer a alguien capaz e inteligente con solo mirarlo. Y tú eres muy capaz y muy inteligente. Por eso me acerque hoy a ti. Para demostrarte que eres más y mejor  de lo que crees. Claro, si tú me lo permites. — dijo mientras salía del agua, y haciendo un gesto con la mano en señal de despedida añadió: — te veré mañana a las siete de la mañana en este mismo sitio, claro, en caso de que aceptes. ¡Sé puntual por favor!




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