Añeja Fantasía: Evocación del orbe

Capítulo 11. Tocando el infinito

Nele estaba moviéndose por todo su establecimiento, el reloj lloraba marcando la tarde y Edelina no había dejado esa mirada de fantasma, había pronunciado algunas palabras, había vuelto y regresado su conciencia, no por completo, pero ella seguía allí.

Como un pequeño bebé, como si estuviera aprendiendo nuevamente todo, apenas podía razonar e ignoraba hasta un punto desmesurado cada cosa que había pasado ella los meses anteriores, o al menos esos que estaban en su memoria pues a imagen de los demás no era más que una estúpida pesadilla, olvidando incluso quien era ella misma, e iniciado una vida en su fantasia de mentiras. 
Pero entonces, como las bromas pesadas que te hace un mal amigo, ella se levantó del sillón, flotando en el aire y sintiendo como el mismo viento la empujaba hacia arriba, era como estar en el espacio flotando en medio de las estrellas entre la presión impresionante del exterior pero sin una sola señal de inferioridad.

Se movió en el aura de vista y en una voltereta termino de cabeza viendo todo de una manera extraña hasta que el volumen de su altura descendía dejando casi por los suelos, mas sin embargo cuando sintió que el impacto llegaría se rodeó con los brazos la cabeza y casi en un clavado atravesó el suelo, lo atravesó y cuando miro nuevamente estaba elevándose nuevamente pero todos los objetos estaban en lados distintos, incluso el foco que había iluminado el techo por artos días y años estaba en el piso y el sillón en el que estaba sentada estaba sentado sobre su cabeza, clavado y oxidado como en un océano respirable. Las lámparas se encendieron en un chasquido y la luz de las ventanas se filtró hasta desaparecer en la alfombra que acompañaba todo el antiguo suelo.

Entonces la habitación se tornó oscura, negra, perfeccionando así la ilusión de flotar en la brillante noche. 
Cada segundo que pasaba allí las luces parecían iluminar más, deslumbrar y cegar sus ojos cafés, y aún así terminar moviéndose al nuevo paraíso tras la alfombra. 
No, no regreso a casa de Nele, sino que subió aún más, lo más alto que ningún hombre podría tocar sin asfixiarse o congelarse, estaba en medio del ocaso pues a través de las nubes, que además habían restablecido la gravitación, el sol estaba pasando por debajo de ellas oscureciendo tal lugar y comenzando con lo que a realidad de un hombre no sería más que la caída de la tarde que demandaba desaparecer a causa del nuevo día.

Las nubes se aclararían volviéndose casi transparentes y adaptándose a los colores que las rodeaban, dando la ilusión a Edelina de que estaba sobre la ciudad, encima del mundo en un cristal infinito que la separaba de su vida.
Sin embargo Edelina no necesitaba razonar o siquiera pensar si eso era real, pues lo que veía era nada más y nada menos que sus sueños, el sueño alterno de todo humano. Estaba en las estaciones del Edén con su propia primera, verano e invierno. Siendo el otoño cada día que pasó antes de salir de su mundo, ese momento de muda, en la que no empieza otra cosa sino, el nuevo año.

Lamentablemente la eternidad nunca fue eterna, así como la final nunca ha sido el final, pues cada segundo que pasaba era uno menos y uno más que sucedería como un coleccionista de tesoros, así como ella no podría estar en el cielo sin haber aún tocado el verdadero infierno. 
Regreso con Nele intentando saber porque no podría permanecer donde deseaba estar, porque cada ilusión tenía que huir como si temiera de ella. 
¿Que no sabía? O mejor aún ¿Que tenía que hacer? 
Luz, oscuridad, día, noche, bueno, malo, era ese el poema del Yin Yang, el tío y el nada de cada día de Teia.

Todos a su alrededor actuaban y se relacionaban con ella como robots, todo había cambiado desde hacía tiempo y sin embargo la parte más agobiante de todos sus días era estar con las personas que más amaba.
Nicole había perdido su carácter fuerte y determinado, se había convertido en una extraña versión distante y molesta. Su madre no era más que una mujer que se vivía interrogandola y su hermano, había desaparecido de su mundo, sin aviso ni advertencia, simplemente se fue.
Siempre que podía estar sola por completo, se dedicaba a reflexionar todo lo que sucedía en el día, quizá intentado encontrar una irregularidad o una razón por la cual ella se sintiera tan distante a su propia existencia. Incluso la ducha se había convertido en argumentos y discusiones hipotéticas.

Edelina bajo de su habitación con su abrigo abultado y su bufanda y gorro coloridos, parecía que se acercaba una nevada para tal vestimenta pero en realidad simplemente escondía bajo su ropa toda cosa que creía necesitar, no para huir, solamente para descansar de la rutina. 
- Saldré con Nicole- dijo ella apenas entrando a la sala donde su madre, como una buena policía vigilaba la entrada de su propia casa. 
- ¿A donde?- Se levantó de su asiento apenas pronunció esas palabras y con los brazos cruzados y la mirada fría, quiso intimidar a su propia hija. Krista había perdido el control de su exagerado sistema de protección para Edelina y no hacia otra cosa que encargarse de saber cada detalle de la vida de su retoño.

Pero claro, para Edelina no era más que otro día; entonces un silencio amenzante acoso a ambas mujeres para que una cediera hasta que solo repitió las palabras de una persona insegura "No importa". 
Claro que en realidad todo aquel show era falso, incluso Edelina no esperaba que su madre se tragara el cuento de que saldría con Nicole a tales alturas de la madrugada, o al menos no sin una prueba. Pero aquello había sido más fácil que sacar un excelente en educación física. Krista meramente callada se quedó quieta, como una estatua sin producir al menos una reacción a la forma tan descortés de su semejante, había sido tomada como un enemigo y así como las palabras alguna vez provocaron la separación de esa familia, esta vez el silencio había terminado por detener la contienda.




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