La hija de Adramelech era una bella muchacha rubia, piel de porcelana y ojos azul cielo, Andras se llamaba la belleza por la que todos los demonios paralizaban sus tareas para mirarla, por la que los condenados a la estancia eterna se les hacía menos dolorosa, a ojos de su padre no estaba bien visto tanta atención, pues sabía que llamaría a la atención del menos indicado.
En el Reino de los demonios Adramelech un día fue llamado para hablar con Lucifer.
-Adramelech, quiero que tu hija desaparezca de este reino.-Dijo seriamente.
-Señor, con todos mis respetos no pienso echar a mi hija de este reino.- Contestó Adramelech
-Si no se va por sus propios medios atente a las consecuencias.- Dijo Lucifer haciendo ver que esa conversación había terminado.
Y así Adramelech tuvo que hacer que su única hija se marchara del reino, Andras vago sola desde el reino de los demonios a la tierra, fue un camino tortuoso y lleno de cosas que no había visto nunca, pues su padres siempre había cuidado que ella estuviera bien, ahora tenía quince años de edad y vagaba sola pensando en que su padre le dijo que a pesar de que tenía que marcharse la protegería siempre, eso le daba fuerzas para continuar.
Andras llegó a la tierra tras incontables días de peregrinaje, sabia que tenia que quedarse allí hasta que su padre le dijera que volviera a sus brazos.
Todo en la ciudad era nuevo para Andras, edificios, carruajes, caballos, sabia de toda su existencia pues los atormentados hablaban de ello y se lamentaban de no seguir vivos, pero nunca los habia visto, habia cosas que no se las imaginaba igual, como a los propios hombres, había también de su edad, nunca llegaba gente menor de dieciséis, pues al parecer antes de esa epoca es dificil que tu alma se manche y mueras para condenarte en el reino.
El mundo era demasiado extraño para Andras hasta que se encontró con un señor, la vio muy perdida, exhausta y andrajosa del camino andado, y la ofreció quedarse en su humilde casa. Allí Andras hizo una vida bastante normal, sin decir que era la hija de un demonio, cosa que sabía que si lo contaba alarmaba a sus nuevos tutores, estos le enseñaron muchas de las cosas que ella no sabía, la matricularon en la escuela y pudo hacer una vida normal, por las noches añoraba a Adramelech, sabía que él envejecía mientras ella crecía y que falleciera antes que ella, deseaba verlo, que la viera crecer.
Pasaron cuatro años desde que Andras se fue del reino hasta que ocurrió un hecho que haría que su delicada y estructurada vida construida en este mundo se tambaleara.
-Hola Andras.- Le saludo extrañamente un joven rubio con el pelo por los hombros a la salida de la escuela, estaba apoyado en un muro cerca de su escuela.
Andras se encogió en sí misma y preguntó.-¿Y tu quien eres?-
-Soy Mikael, he venido a llevarte ante Dios.- Le dijo mirándola fijamente a los ojos.
-Pero.. yo, soy un demonio, no puedo ir ante Dios.- Contestó Andras confusa.
-Ven conmigo.-Dijo extendiendo su mano.
Justo cuando Andras estaba a punto de cogerla alguien le gritó desde el otro lado.
-¡NO!.- Gritó un chico similar en constitución al anterior pero con el pelo largo y negro.- En nombre de Adramelech, te prohibo darle la mano a ese ser.- Dijo señalando con desprecio.
Andras estaba aún más confusa, no cogió la mano del llamado Mikael, pero no lo hizo solo porque escucho el nombre de su padre, pero pregunto de nuevo.
-Y tu, que nombras a mi padre, ¿Quien eres?- Dijo Andras mirándole.
-Soy Badariel, Adramelech es un padre para mí.- Dijo el llamado Badariel con seriedad.
Andras estaba confusa y no sabia que hacer, ir a ver a Dios, del cual había oído hablar, o alejarse de Mikael por un hombre llamado Badariel que dice que su padre fue como un padre para el. No lo pudo evitar y se alejó de Mikael.
-Andras, lamentarás esto.- Dijo Mikael antes de marcharse.
-Ha hecho la elección correcta estúpido.- Contestó Baladriel antes de que se marchara.
Después de ese encuentro Andras tuvo que dejar su nuevo hogar, se excusó yendo a vivir con su "nuevo novio" Baladriel, conoció a los tutores mortales de Andras, y les prometió que la cuidaría, sus palabras sonaron a Adramelech una vez más.
Dejaron esa ciudad y se fueron a otra un poco más al norte aspirando despistar a Mikael que les acechaba para llevar a Andras ante Dios por las malas.
En un encuentro de Mikael y Baladriel este le dijo que Andras debía estar ante Dios, pues él, el creador de todas las cosas la creó perfecta, bella y mística, a pesar de nacer de las entrañas de un demonio, la creó y se encaprichó con ella, la observaba desde que Andras era una niña, no podía quitársela de sus pensamientos y por ello debía llevarla ante el.
[...]
Andras se encontró sola de nuevo con Mikael, le acaricio la cara;
-Andras, Lucifer te echo, te alejo de tu padre, Dios quiere verte ante el, ver tu perfecto rostro, es normal que quiera verlo, sólo he observado desde lejos, yo que te observo aquí, acariciando tu rostro puedo ver tu pureza, esa de la que carecen los demonios.-