Ángel se sienta al frente del computador y le escribe a Fernando, él tiene veinticuatro años, su cabello es negro y corto, caballeroso, de tez blanca, sus ojos son cafés claros que cambian de color según su estado de ánimo, respetuoso, divertido, inteligente y realiza ejercicio continuamente.
Llevan un mes chateando, no se conocen, pero pronto lo harán en una cena romántica en uno de los restaurantes más prestigiosos de Bogotá.
No lo ha visto en fotos, pero la descripción habla por sí sola, es todo un poeta y al parecer tiene un buen nivel social.
Ángel en cambio le había enviado en varias ocasiones fotos. No podía desaprovechar la oportunidad, bastaba no más hablar con Fernando para darse cuenta de que ya era hora, ya tenía la edad precisa para conocer a su verdadero amor, casarse y tener hijos.
Eso es lo que muy en el fondo esperaba Ángel, que llegase ese hombre que fue hecho para ella, y que ambos quedaran locamente enamorados. Aunque se lo negaba a ella misma, esa era su mayor esperanza, ser feliz.
Por ahora, Fernando no representa más que sólo dinero, es su negocio, realmente, no le interesa si el sujeto es apuesto o no, si es letrado o idiota; lo importante es que tiene dinero, mucho dinero, y gusta de ella, no hace falta más.
Se mira al espejo por última vez, es hermosa, los sabe porque todo el mundo se lo dice, es deseada, pero nadie la obtiene, sólo caen en la trampa de su cuerpo, y volverían a caer sólo por volver a mirar su rostro.
<<Ridículos>>, se dice a si misma, <<ridículos todos aquellos que se enamoran de mí rostro y mi cuerpo. ¿Quién se enamoraría de mí ser? Por eso se merecen ser robados>>
*Es una lástima- le dice esa voz que siempre la contradice- alguno de ellos puede ser tu verdadero amor.
Ángel reprime la voz, no tiene tiempo de discutir con ella misma, ya es tarde.
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-Mucho gusto, soy Fernando -dice aquel hombre mostrando una hermosa sonrisa a la bella dama parada frente a él mientras le agarra la mano y posa sus labios en el dorso de ésta.
-Lucía, como ya lo sabrás. -Una tímida sonrisa se asoma por su rostro ruborizado.
Fernando se encuentra al frente de una mujer preciosa, su cabello es largo, dorado y rizado, sus ojos tienen un extraño color claro que quedan perfectos en su blanca piel, mide aproximadamente un metro sesenta, llegando ella a la altura de sus hombros, su sonrisa es encantadora y tiene una extraña forma de ruborizarse, su hermoso vestido rojo queda perfecto con sus aretes blancos, sus pestañas largas juegan armónicamente con su mirada coquetamente ingenua y seductora, y sus labios gruesos le mandan un impulso para besarla, impulso que él logra controlar,
-Eres más bella en persona -dice Fernando mientras le corre la silla y la invita a sentarse.
*Ya lo sé, lo he escuchado cientos de veces*- piensa
-Gracias -dice Lucía sonriendo.
No puede evitar mirar a Fernando, es muy extraño, se ha vestido con un jean, unos tenis cafés, una camisa azul verdosa y una chaqueta de cuero, se ve bien, pero ¿para cenar? El tipo va vestido como para salir al parque de noche, no puede evitar mirarlo más de la cuenta, se imaginaba a su compañero vestido con un traje elegante, todo el camino pensó que aquel hombre alto, barbudo, intelectual con cabello sedoso y sonrisa perfecta estaría arreglándose desesperadamente para ella, imaginó que podía causar más en él que esto…Casi se alcanzó a sentir ridícula al estar tan elegante, luego se enojó, el que debía sentirse ridículo era él al entrar a un restaurante tan lujoso y al lado de una dama tan refinada en semejante atuendo.
*¿Cómo lo habrán dejado entrar? -piensa-. A estos sitios no entra cualquier persona, por muy bien parecida que ésta sea, tal vez, le dio dinero al hombre de seguridad*
-Por fin nos conocemos -dice Fernando quien ya está sentado frente a ella.
-Yo diría que por fin nos vemos, porque antes ya hemos hablado.
-Tienes razón, por fin nos vemos, nadie termina de conocer completamente a alguien. –Se muestra sonriente, no puede disimular su nerviosismo, mueve constantemente sus manos y entrelaza los dedos sin razón, pero esto lo hace ver más simpático.
Después de cruzar un par de palabras, el mesero, quien tiene acento de mayordomo inglés, llega a la mesa, Lucía en tono divertido dentro de su cabeza, se pregunta si así hablará todo el tiempo, hasta por fuera del trabajo.
Ella ordena un delicioso "Rib Eye" con salsa boloñesa acompañada de un vino blanco, y de postre un souflé de frambuesa. Fernando por su parte pide una ensalada de caracol de mar con aceite de fruta blanca y balsámico y al igual que Lucía, vino blanco y un creme Brulée clásico.