Ángel

1

Creía que el amor era el mejor presente que podíamos regalarle a los demás. Es por eso por lo que en mi vientre crecía un bebé que no era mío. Yo no era su mamá. Sus padres eran otros, aunque por siempre amaría a ese pequeño ángel que estuvo junto a mí los últimos nueve meses, acompañándome y robándome sonrisas cuando menos lo esperaba. Lo protegí y le ofrecí todo mi amor para que desde el primer día supiera cuán amado era.

—¡Celebremos!

Mi prima Claudia entró al departamento. Se dirigió a la cocina, agarró dos vasos y sirvió del jugo espumoso que acabábamos de comprar en el supermercado. Si bien arrugó el rostro cuando la bebida dulce tocó su paladar.

—Esto sabe horrible. —Yo no podía parar de reír—. ¡Al fin nos deshicimos del psicólogo!

Se veía radiante. Siempre fue una mujer hermosa que despertaba la envidia de las mujeres a su alrededor, y quizás por eso la mayoría de sus amistades eran hombres. Su piel como el café con leche siempre estaba sedosa al tacto; sus ojos eran como el plátano más verde y esos rizos envidiables caían a la perfección. Su risa hacía reír hasta al más tímido de la fiesta, la que con normalidad era yo. No podríamos ser más distintas, mi piel blanca era muy sensible al sol—una gran ironía para mí el haber nacido en una isla caribeña donde sus rayos quemaban, aunque fuera de noche. En verano, ella paseaba con su fabuloso y diminuto bikini por el balneario de Luquillo mientras yo tenía que ir de manga larga, sombrero y gafas. Sus amistades siempre preguntaban por qué cargaba conmigo y ella respondía que yo era su hermana… No había nada que la una no hiciera por la otra.

—¡Salud! —Levanté el vaso y ella me sirvió más.

—¿Cómo está mi pequeño? —Se acercó y acarició mi enorme barriga. Como si el pequeño ángel supiera que esa era la voz de su mamá, me pateó—. ¡Está igual de feliz que yo!

Sus ojos se humedecieron y extendí la mano para acariciarle el antebrazo.

—Creo que sabe que ya se acerca el día.

—Mamá está ansiosa, pequeño. —Continuó acariciándome la barriga mientras levantaba la cabeza para mirarme—. ¿Qué haría yo sin ti?

—No digas tonterías —Para ese instante yo también tenía los ojos humedecidos.

—Cuando de la clínica en Estados Unidos nos enviaron el presupuesto, te juro que le dije a Nelson que fuera y se acostara con quien él quisiera, pero que se asegurara de preñarla.

De un momento a otro su rostro había demudado a la rabia por lo que había tenido que vivir durante varios años.

—Ya no recuerdes eso.

—Tú hiciste mi sueño de ser mamá realidad.

Fijó la mirada en mí y en segundos me ofreció una sonrisa, dejando atrás la tristeza y frustración que experimentó por un instante.

—¿No íbamos a celebrar no tener que hablar más con el psicólogo?

—Déjame decirte… —Sorbió por la nariz—. Si tuve que contarle a ese hombre mi vida privada, que te lo diga a ti no es nada.

—Sí, pero sentémonos que esta barriga es enorme.

Ella rio entre lágrimas y nos sentamos en el esponjoso sofá de la sala.

—Que lo podamos hacer aquí por una cuarta parte de lo que me pedía la clínica de Estados Unidos es maravilloso.

Suspiré.

—Maravilloso es el préstamo que estás pagando por ese dinero.

Ella levantó la mano y la dejó caer.

—Ese sacrificio es muy poco. Nelson y yo no tenemos cómo agradecer este gesto, Maia. Yo no quería conocer a la mujer que llevaría a mi bebé en su vientre, era demasiado doloroso. Por eso pedimos toda la información de esa clínica y son extraordinarios, pero no para nosotros. ¿Pero tú? Tú siempre estuviste dispuesta… Mi bebé está a solo días de estar en mis brazos gracias a ti.

Volví a extender la mano para ofrecerle cierto confort. Faltaba muy poco tiempo para el parto y Claudia mostraba toda la ansiedad que experimentaba una mamá primeriza. Yo también estaba un poco angustiada por desconocer lo que sucedería.

—Y todo será muy especial, ya lo veras. Él ya quiere conocerte.

De pronto se puso muy seria.

—La clínica no te pidió ningún dinero, ¿verdad?

El ginecólogo me ofreció hacer ecografías cada mes para ver el crecimiento y desarrollo del bebé, a un costo adicional, pero no se lo diría. Yo acepté para que ella se sintiera un poco más involucrada en el embarazo y el banco apenas le prestó los dieciséis mil quinientos dólares que pidió la clínica por todo el procedimiento.

—Sabes que no. ¿Por qué habría de hacerlo?

—Te amo tanto. —Me abrazó.

Durante esos dos años también había acudido dos veces por semana a la consulta con el psicólogo. Yo no era la madre del bebé y las terapias ayudaban a gestionar los sentimientos que florecían, a cómo enfrentar lo que sucedería.

—Yo te amo más. Verte así de feliz, y ser parte de esa felicidad, es maravilloso.

—¿Todo sigue bien? ¿El peso dentro de los parámetros? ¿Te cuidas de las picaduras de los insectos y todo lo demás? —Levanté mis ojos al cielo con exasperación—. No hagas así, mi hijo jamás visitará un hospital.




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