Ángel

4

No pude contener las lágrimas. ¿El bebé estaba bien? ¿Qué había sucedido? El pediatra había dicho ocho y nueve. Eso quería decir que él estaba bien, ¿o no? ¿Cómo Claudia podía rechazarlo? Tenía que ser el estrés de no poder estar en el parto. Sí, eso debía ser, Claudia nunca abandonaría a su bebé. Tragué con dificultad ante la miríada de emociones que me dominaban, todas ellas contradictorias. Él no era mi bebé, pero tampoco podía abandonar a ese pequeño ser que estuvo en mi interior los últimos meses. No estaba segura de qué era lo correcto. ¿Debía llamar a Claudia e intentar comprenderla? Tal vez estaba igual de nerviosa.

—¿Q-qué sucedió?

La enfermera sujetó las manos a la altura del pecho.

—Se puso gris hace media hora y lo tuvieron que trasladar a intensivo neonatal.

Asentí, aunque no comprendía el significado de sus palabras. ¿Él estaba bien? ¿Por qué un bebé se ponía gris de repente?

—¿Va a ver a su bebé?

Contuve el aliento al mismo tiempo que un frío gélido me bajaba por la espalda. Él no era mi bebé, no lo era. Negué con la cabeza.

—Los bebés mejoran más rápido si tienen cerca a alguien que los ame.

Asentí con los ojos anegados en lágrimas y con la convicción de que lo que hacía estaba mal, pero con el deseo inmenso en mi corazón de que el bebé supiera que había alguien que lo amaba. Y asegurarle que su mamá también lo hacía.

La enfermera me ayudó a levantarme. Atravesamos un pasillo largo que bajaba hasta llegar al área de NICU. Antes de entrar me tuve que poner una bata amarilla de papel y una redecilla en la cabeza. Luego la enfermera me llevó hasta la incubadora donde tenían al bebé con fototerapia. 

Estaba desnudito, el pañal de recién nacido se le veía enorme. Era tan chiquito. El cabello era oscuro y tenía muchísimo. Sus ojitos estaban tapados con una bandita como de tela, tenía pequeños chupones en el pecho, un monitor en la diminuta muñeca, y varios cables ajustados en uno de los pies mientras que en el otro tenía el suero.

El bip, bip de las máquinas era constante. Como en cámara lenta acerqué uno de los dedos a su mano pequeñita, en tanto sentía mi corazón latir con fuerza.

Me percaté que el ducto del aire acondicionado estaba arriba de él. Con la mano aun agarrando la suya, busqué a una enfermera con la mirada y levanté la mano libre para hacerle señas y que se acercara.

—¿No sentirá frío?

—La luz lo mantiene calientito.

Asentí un tanto avergonzada de que ella pensara que le hacía algún reclamo.

—Gracias.

Ella frunció el ceño antes de dedicarme una sonrisa.

—¿Por qué no lo coge? Ya le toca su leche.

Y como si el bebé entendiera lo que la enfermera dijo comenzó a llorar. Lo tomé en brazos con dudas y ella me acercó una botella de dos onzas de fórmula, desechable y un chupón nuevo. Me senté en la silla que tenía al lado de la incubadora y comencé a alimentarlo. No pude evitar la sonrisa que floreció en mis labios. Era una sensación indescriptible. Claudia sería muy feliz cuando lo tuviera en brazos y me aseguraría de ser su tía favorita. Jamás me separaría de él. Con rapidez terminó su botella y lo llevé sobre mi hombro para, con suavidad, sacar sus gases. Una vez que terminé, el doctor del área se acercó a mí.

—Buenas noches, señora. ¿Podría hacerle algunas preguntas?

Asentí en tanto resbalaba las manos por los muslos una y otra vez.

—¿Usted tuvo diabetes gestacional?

Fruncí el ceño.

—No.

—El niño es A positivo, ¿ambos padres son positivos?

—Sí, ambos lo son… y yo también.

Me mordí los labios al decirle esa última frase, temerosa de que hubiera cometido un error. ¿Y si él me sacaba del área?

—El bebé presenta hipoglucemia[1] e hiperbilirrubina[2], y le tuvimos que administrar oxígeno durante unos minutos. Vamos a dejarlo en observación unos cuantos días. Necesitamos controlar la hipoglucemia por lo que se le está inyectando glucosa.

Tragué con dificultad.

—Gracias.

En ese momento el sistema de sonido emitió un aviso para informar que el tiempo de visita había terminado. Sollocé pues después de lo que el doctor acababa de decir, no quería irme. Una de las enfermeras se acercó a mí.

—Él está bien, solo necesita un poquito más de apoyo. —Asentí sin poder contenerme—. Hoy fue un día atareado, ve a descansar, mañana será otro día.

Por más que intenté prohibírmelo, la esperanza se hizo un hueco en mi corazón.

—¿Puedo regresar?

—Le diré a la enfermera de tu piso que te avise cuando sea la hora de visita.

—Gracias.

Coloqué al pequeño ángel en la incubadora y dejé un beso en su frente. Le di la bendición. Con mucha lentitud, ya que todavía sentía dolor, llegué a la habitación. Fruncí el ceño al percatarme de que encima de la mesa había una ensalada. Alguien debió equivocarse. En ese mismo instante entró una enfermera con la máquina de tomar la presión y el termómetro. Le señalé la comida.




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