«Claudia, hoy Ángel cumple dos meses. ¿Ya viste lo grande y gordo que está? Te envié varias fotografías. Todos los días le habló de ti y de Nelson. Él los conoce bien. Aún estás a tiempo de disfrutar de toda esta etapa. No te niegues esa oportunidad. Es tu bebé. Llámame.»
Fui con él al registro civil a los quince días de nacido, el plazo que te daba el estado para registrar a un bebé. Allí me enteré de que el padre puede registrar a su hijo cuando lo desee, pero las circunstancias no eran iguales para la madre aunque presentase un certificado de matrimonio, por ese motivo él llevaba mis dos apellidos. Lo nombré Ángel… un angelito que Dios decidió prestarnos para que se lo cuidáramos. Por más que le pedí a Nelson que fuera a registrarlo con su apellido, se negó por no causarle un disgusto a Claudia. A escondidas, él iba al trabajo de mi hermano a dejar cien dólares al mes, para cubrir algunos de los gastos.
Por suerte tuve esas semanas de vacaciones porque me quedaba dormida en cada esquina y el departamento parecía un campo de batalla. ¿Cuánta ropa podía ensuciar un bebé? Muchísima. Pero no importaba. Ver a ese pedacito de carne que cabía en el antebrazo los primeros días convertirse en el bebé con cachetes rojizos y besables era una sensación única e indescriptible. Cada día tenía más cabello. Todavía era muy suave. Su piel lozana… Los cambios sucedían día con día. Reía con su sonaja favorita y era muy tranquilo si no tenía un cólico.
Esa mañana tuve cita en el pediatra para monitorear su crecimiento y desarrollo. Desperté muy temprano y lo preparé para salir. Me llevé varias mudas de ropa, pañales, leche y agua. Casi siempre se me olvidaba algo, pero al parecer ese día llevaba lo necesario.
—¿Aún llora por más de tres horas seguidas, por lo menos tres veces a la semana?
—Sí, doctor.
—Como sabes, él no tolera bien la fórmula. Vamos a cambiársela por una especializada y ver si mejora sus cólicos.
Asentí.
Me dio el papel del WIC[1] para la fórmula especializada y salí de su oficina. Estuve en el centro un par de horas en lo que revisaron con minuciosidad el papel de la fórmula especializada. Ya había tenido la experiencia previa donde incluso el pediatra les tuvo que llamar para decirles que Ángel utilizaría esa fórmula porque él lo decía, y si lo contradecían él era doctor y ellos no. Que se prepararan para una demanda si es que se atrevían a negársela una vez más. Fui por la fórmula al supermercado donde me tardé más de una hora porque el supervisor tenía que hacer la operación manual por ser una leche tan especial.
Cuando llegué a casa coloqué a Ángel en su mecedora mientras yo intentaba terminar un trabajo que tenía que entregar al siguiente día. Sin embargo, no tuve suerte pues mis padres decidieron hacerme una visita.
—¿Todavía ese niño está aquí?
Mamá tenía los labios apretados y el rostro enfurruñado.
—No hables así de él.
—Todos te lo advertimos. ¿No se lo advertimos, mi amor? —Se dirigió a papá quien como siempre guardaba silencio—. Pero no, siempre haces tu santa voluntad y aquí están las consecuencias.
—¿Cuál es el problema? ¿Acaso te he pedido alguna vez que lo cuides? Nunca lo he hecho. Así que, no sé a qué viene tanta pelea.
Papá se sentó frente a Ángel para observarlo y le dijo:
—Lobrá.
Solté un suspiro. Sabía que su intención era evitar que mamá y yo discutiéramos.
—Papá, primero tiene que aprender a decir las palabras al derecho para después poder decirlas al revés, y te estás adelantando varios años.
—Es para que tenga agilidad mental.
Era una costumbre entre nosotros. Desde muy pequeña lo recuerdo diciéndome palabras al revés y tenía que decírselas bien, quizás eso influyó en que me convirtiera en escritora.
Mientras mamá seguía con su cantaleta, yo daba vueltas en el departamento para recoger la ropa y simular que el lugar estaba presentable. Lo que solo sucedería si tiraban el edificio abajo y lo volvieran a reconstruir.
—¡Has jodido tu vida! ¿Es que no lo quieres entender? ¿Qué hombre se fijará en ti con un hijo a cuestas? ¡Además, no es tuyo!
—Yo no estoy pensando en hombres y si aparece mientras Ángel continúe a mi lado, si no ama al bebé no me ama a mí.
El rostro se le tornó tan rojo como si fuera una olla de presión apunto de explotar.
—¿Aún vives en el mundo de fantasía en que a tu prima se le ablandará el corazón y vendrá corriendo a buscarlo? ¡Esa te lo endilgó a ti! ¿Cuándo lo vas a entender? Ella nunca aceptará que no puede tener hijos. ¡Y allá vas tú de pendeja!
Dejé caer la ropa al suelo y caminé a la puerta.
—Mamá, estoy muy ocupada. Es mejor que te vayas.
—¡Encima me echas de tu casa!
—Pues sí. Hoy no estoy para tus sermones. Será mejor que vengas otro día.
Levantó su cabeza haciéndose la digna y salió del departamento.