Ángel

15

Llegué a la habitación y fruncí el ceño cuando el cubículo de Ángel estaba en silencio. Caminé despacio hasta acercarme a la cortina y me asomé. Ramón había colocado a Ángel en el portabebés, se había sentado con él en el sillón reclinable y ambos estaban dormidos mientras en el teléfono se escuchaba Pin Pon.

Podría jurar que en ese instante me derretí de ternura. Sonreí. Era cierto que habían tenido un día de machos. Me cubrí los labios con la mano para ocultar la risa que insistía en escapar. Pero al parecer no fue suficiente porque Ramón abrió los ojos dejándome apreciar esos ojos de ámbar traslucidos. Él levantó los brazos para estirarse al mismo tiempo que me inclinaba para dejarle a Ángel un beso en la frente.

Sentí el instante en que las mejillas se me sonrojaron pues no respeté el espacio personal de Ramón al querer acercarme a mi pequeño ángel. En cuanto me enderecé, di un paso atrás y ojeé al hombre frente a mí. Él me observaba un tanto divertido. Nos contemplamos en silencio hasta que él bajó la cabeza y negó con ella, aunque en sus labios había dibujada una sonrisa. Y cuando volvió a mirarme tenía un leve sonrojo en las mejillas.

—Sabía que me quedaría dormido.

Negué un tanto cohibida.

—Lo siento. Era tu día libre y estás aquí con nosotros.

Él también negó. Era como sí imitáramos nuestros gestos nerviosos. Junté las manos y levanté los hombros como si con eso pudiera esconderme. Deseaba agarrar a Ángel, pero tampoco quería quitárselo a Ramón y que él pensara que no confiaba en él.

—Necesitabas descansar. Dime, ¿viste algo verde? ¿Algo azul? ¿Al menos respiraste aire de ciudad?

Volví a sonreír a la vez que asentía.

—Y tomé un baño con agua muy caliente.

Su mirada se iluminó mientras imitaba mi gesto, el cual me hacía pensar en días en la playa y noches bajo las estrellas.

—Eso me parece perfecto.

Como si hubiera sido capaz de entender lo mucho que ansiaba tener a Ángel entre mis brazos, Ramón lo sacó con precaución del portabebés y me lo entregó. Lo abracé suavecito porque seguía dormido a pesar del movimiento. Fue cuando recordé que había traído algo de comer a Ramón.

Le ofrecí el sándwich (de pan de agua, jamón York y queso de papa), la malta[1] y el guineo[2]. Ramón observó la bolsa con los alimentos en tanto fruncía el ceño. Pasaron largos minutos antes de que levantara la cabeza y la ladeara para observarme como si de un momento a otro me hubiera convertido en una extraterrestre. Fijó la mirada en los alimentos. Frunció el ceño y ladeó la cabeza para observarme.

—Lo siento, fue lo que se me antojó. Yo…

Mis mejillas ardían. Él me había llevado una ensalada artística que debía ser muy costosa y yo le llevaba un sándwich sencillo de la panadería que estaba a una cuadra del hospital. Ramón debía estar acostumbrado a comer en los mejores restaurantes donde se servían alimentos exóticos y gourmet. Ahora no sabía qué hacer, quería voltearme y esconder la bolsa en el bulto. Lo haría, pero él extendió la mano con una sonrisa forzada.

—Gracias… Hace mucho…

Bajó la cabeza. Fue la primera vez que el silencio entre los dos se tornó incómodo. Había asumido demasiado, en realidad no lo conocía. Ramón negó con la cabeza y no me pasó desapercibido el movimiento brusco de su manzana de Adán como si se le hubiera hecho difícil tragar.

—¿Por qué el guineo?

Di un respingo porque no esperé que él dijera algo.

—¡Oh! Como no tiene lechuga y tomate, quería que comieras algo saludable.

Intenté agarrar la bolsa una vez más, si bien Ramón se apresuró a esconderla tras de sí como si quisiera evitar que se la robara. Me quedé con las manos en el aire y mi rostro debía de reflejar desconcierto porque Ramón rio tanto que su mirada volvió a iluminarse.

—Esas son culpas de mamá. —Me mordí el labio para esconder el gemido que escapó. Volví a percatarme que se le dificultó tragar antes de decir en un tono ronco—: Gracias por pensar en mí.

Sus palabras sonaron tan sinceras que contuve el aliento. En su mirada había un agradecimiento exagerado por un tonto sándwich. Aunque me distraje porque Ángel despertó. Lo abracé, le pregunté cómo estaba y le dije que había ido a descansar y tomar un poquito de calor. Seguí hablándole y haciéndole cucamonas en lo que Ramón se comía el sándwich con tanto gusto como si fuera un manjar.

Deseaba preguntarle por la reacción que tuvo minutos antes, pero me recordé a mí misma que Ramón estaba allí para explicarme la condición de Ángel y él era mi única prioridad.

Lo observé en tanto se comía el guineo y él me observaba con una sonrisa como si deseara demostrarme que era un niño bueno y obediente. Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír.

Él le dio el último sorbo a la malta, se puso en pie y tiró la basura. Entonces giró y se metió las manos en los bolsillos. Ahora dependía de mí y a pesar de ser consciente, abrí y cerré la boca en varias ocasiones porque las palabras no abandonaban mi garganta.

—¿Tuvo alguna crisis?

—Sí, las tuvo. —En ningún momento apartó la mirada de la mía—. ¿Quieres que hablemos?




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