Ángel

17

A las nueve y media tomé a Ángel en brazos, lo coloqué en el portabebés y arrastré el carrito del suero para salir de la habitación. Caminé el primer pasillo y luego el segundo. Decidí que necesitaba concentrarme en el trabajo para dejar de pensar. ¿Qué sucedería si Claudia lo reclamaba? Estaba en su derecho y yo no podría negarme. ¿Y el pequeño ángel? ¿Él pensaría que lo abandoné?

Abrí la puerta del pasillo al otro extremo de donde se encontraba la habitación. Era la sala de espera para los padres de los niños que estaban en el quirófano. Sonreí a todas las miradas que se encontraron con la mía. De alguna forma entendía su preocupación ante la espera. Yo ya conocía el diagnóstico de Ángel gracias a Ramón, pero aún faltaba para que determinaran el tipo de medicamento que utilizarían. Ellos de alguna forma iban un paso más adelante en el proceso, quizás esa cirugía era la cura o el tratamiento ante el padecimiento de sus hijos.

Abrí la puerta a la izquierda al atravesar el área para volver a entrar al piso. Salí por el otro extremo donde se encontraban los elevadores frente a los cuales había una banca con Ronald Mc Donald y su gran sonrisa. Me senté a su lado. Había varias oficinas de doctores y padres esperando a que sus hijos fueran atendidos. En las paredes, varios dibujos pegados. Los observé con atención para intentar que la musa llegara a mí ya que estaba muy atrasada. Publicaba un cuento cada dos meses, pero para eso necesitaba escribir a diario y desde que Ángel estaba hospitalizado no lo hacía. Necesitaba tener listo un cuento por semana, enviárselo a mis ilustradores quienes tardaban un par de semanas más en desarrollar y hacer visible mis ideas a través de los trazos en su tableta.

Era increíble la magia que creaban. La serie del ángel que visitaba la tierra gustaba. Sin embargo, necesitaba una nueva idea, pero al parecer ese no era el día para tenerla. Me levanté de la banca cuando vi las bandejas del almuerzo pasar. Atravesé una vez más las puertas y doblé a la derecha de inmediato para entrar a la habitación junto a una enfermera.

Nos encontramos a Ramón dormido. Una especie de calidez se adueñó de mi corazón y no pude evitar sonreír. Era la segunda vez que lo encontraba así en ese sillón reclinable que era tan incómodo. Se me escapó un suspiro al comprender que así de demandante era su profesión. Nuestras vidas no podrían ser más diferentes. Ojeé a la enfermera quien no podía ocultar la risa.

—Yo no diré nada.

Ella me guiñó un ojo antes de darme la bandeja y salir. Volví a sonreír mientras procuraba no hacer ruido para no despertar a Ramón. Coloqué a Ángel en la cuna y la levanté hasta estar casi sentado para que probara el puré de brócoli que le habían llevado. Los ojos se me humedecieron mientras sonreía: era la primera vez que probaría algo más que leche y cereal. Mas cuando acerqué la cuchara a su boquita la cerró y cada bocado que intenté darle terminó sobre la camisa, las sábanas y en mi rostro. Me rendí y le di una botella de leche. Minutos después ya estaba dormido.

Ahora había dos hombres dormidos en la habitación. Suspiré. Después de lavar la botella, fui a colocarla en la mesita de noche y me encontré con un pijama, al parecer térmico. Eso explicaba la presencia de mis ojos favoritos en la habitación. Pensó en mí en algún momento del día. Una sensación de cosquillas se me apoderó del estómago. Si bien negué con la cabeza.

Me saqué el teléfono del bolsillo para responder algunos correos electrónicos de los ilustradores, aunque de momento me encontraba absorta en la placidez al dormir de nuestro compañero de cuarto por un día. Su piel acariciada por el sol, pero que aún mantenía el fuerte contraste con el cabello. Entonces giraba para colocarle la mano sobre la barriguita a Ángel para confirmar que respiraba.

Abrí uno de los archivos de una de las historias que ya había publicado y tras leerla decidí hacerle algunos cambios. Cerca de una hora después sonreí cuando Ramón comenzó a moverse. Lo tomó un par de minutos abrir por completo los ojos y observó a su alrededor como para recordar dónde estaba. Aún adormilado posó la mirada en mí y ladeó la cabeza unos segundos como para absorber lo que sucedía. Regresé la atención al teléfono pues de un momento a otro no sabía cómo comportarme frente a él.

Lo ojeé justo en el instante en que levantaba los brazos por lo que obtuve un atisbo del tatuaje de la Harley Davidson que tenía en el interior del brazo derecho.

—¿Qué tanto escribes?

Me mordí el labio. No es que mi trabajo fuera un secreto. Es que las personas tenían mal visto el que un escritor cobrara por sus letras, ¿dónde quedaba el amor al arte? Y, sin embargo, los editores, portadistas, correctores y demás profesionales del mundo literario se quedaban con el 90% de las ganancias de un libro. Mas también era cierto que después de casi tres semanas en el hospital me habrían despedido de cualquier empleo, así que solo me quedaba continuar y tener la esperanza de que en algún momento podría subsistir de mi trabajo. Aunque casi a diario me veía viviendo bajo un puente.

—Soy escritora.

Al parecer, sintió curiosidad porque se puso en pie mientras entrecerraba los ojos con una sonrisa.

—¿Y sobre qué escribes?

Levanté un hombro y lo dejé caer.

—Sobre un capitán que pilotea su nave en el espacio. El segundo al mando es un alienígena con orejas puntiagudas.




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