Ángel

19

 Estoy conversando con

nuestro amigo rojo y amarillo

y es muy entretenido.

¿Quieres unirte a nosotros?

 

Sonreí con el mensaje de Ramón. Desde hacía varios días él hacía rondas en otros hospitales de la isla. Su agenda era imposible, pero siempre sacaba unos minutos para visitarnos, por más que le insistía que no era necesario. Si bien las cosquillas se me apoderaban del estómago cada vez que tenía la oportunidad de ver esos ojos translúcidos que siempre sonreían.

Tomé a Ángel en brazos haciéndole cucamonas y lo metí en el portabebés como si fuera mi diminuto saquito de papas. Le sonreí. Abrí la puerta de la habitación y empujé el carrito del suero. Ramón estaba al otro lado de la puerta que daba acceso al piso.

Lo primero con lo que me encontré fue con esos ojos de ámbar que se cubrieron de júbilo al vernos como si Ángel y yo fuéramos lo más importante de su día a día. Podría jurar que floté hasta llegar junto a él y sin pensar dejé un beso en su mejilla. Era la primera vez que lo hacía y también era la primera vez que inhalaba profundo para llenarme del olor delicioso del perfume mezclado con su piel. Sentí que el calor se adueñó de mis mejillas al percatarme de que tal vez invadí su espacio personal. Si bien, él permanecía relajado junto al payaso con una pierna apoyada sobre la banca y el brazo extendido.

Me senté junto a él e imité su postura para estar frente a frente. Ramón le acarició la cabecita a Ángel y mantuvo una conversación con él por un par de minutos mientras yo los observaba embelesada.

Solo hasta que lo vi ladear su cuerpo me percaté de que tenía una de esas bolsas que mantenían los alimentos calientes, Ramón la abrió y sacó un paquete que estaba envuelto en una toalla. Dentro había una bolsa de papel estraza manchada de grasa. Fruncí el ceño, aunque mantuve la sonrisa en los labios.

—Después de tres semanas debes extrañar esto.

Extendió la bolsa hacia mí y la tomé, aunque no la soltó de inmediato como si dudara en entregármela.

—¿Qué es?

Solo entonces la dejó ir. Al destaparla me encontré con una alcapurria[1]. El olor a leña que alcanzó mis fosas nasales era inconfundible. Estaba tibia, quizás unos grados más hacia lo caliente que hacia lo frío. Sin importarme nada, le di un mordisco y gemí ante el crujir del exterior y la suavidad del interior. La carne estaba muy bien guisada, con diminutos pedazos de papa y aceitunas. Cerré los ojos y no pude evitar sonreír al mismo tiempo que suspiraba porque en algún momento se terminaría.

—Parece como si hiciera mucho que no comes una.

En sus ojos bailaba la diversión y sonreí mientras me llevaba una migaja a la boca.

—Dos años y medio.

Entrecerró los ojos y frunció los labios.

—¿Por qué?

—Tenía una dieta estricta antes y durante el embarazo.

El gesto en su rostro se amplió.

—¿Padeces de hipertensión?

Sentí que volvía a derretirme frente a él. Parecía preocupado por mí y mi bienestar. Y no podía negar que después de tanto tiempo se sentía bien saber que podía contar con alguien más que no fuera yo misma. Negué ante su pregunta pues no estaba segura de mi voz.

—¿Por qué tu embarazo estaría en riesgo entonces?

Por Edgar sabía que el caso de Ángel ya era de dominio público. Su identidad se mantenía en el anonimato por ser menor de edad. ¿De qué lado estaría Ramón? ¿Sería de los que juzgan o de los que no? ¿Aceptaría tener una relación conmigo si supiera la verdad? No. Todavía no tenía el valor de enfrentarme con la realidad y hacerlo partícipe a él. De hecho, el hospital servía como una burbuja que nos mantenía aislados por el momento.

—¿Fuiste a Piñones?

Ramón me contempló antes de soltar una bocanada de aire profunda y negar con la cabeza.

—Son de la señora Coco, muy cerca de la casa de mis padres.

Sonreí y mis hombros cayeron como si se hubieran liberado de un gran peso. Él también me dedicó una sonrisa y no existía juicio en su mirada. Entrelazamos nuestras manos y él las llevó hasta sus labios para dejarme un beso. Me pregunté hasta cuándo esperaría por mí porque no habíamos hablado del beso rechazado o del comic que le envié. Tenía miedo, ¿él también lo tendría?

Volví a sonreírle mientras me llevaba el último pedazo a la boca.

—Hacía mucho que no comía una tan rica.

—Las hace con la yautía que crece en su patio.

Desde que me senté junto a él, Ángel le había agarrado uno de los dedos a Ramón y lo chupaba como si fuera lo más delicioso del mundo. Era como si creyera que Ramón le pertenecía y a él no parecía importarle que mi pequeño ángel lo cubriera de babas.

—Ese patio debe ser muy grande.

Asintió mientras con el pulgar dejaba ligeras caricias sobre mi piel.

—Un poco más de una cuerda de terreno.

Por más rico que estuviera lo que me trajo, no me interesaba la vida de su vecina, quería conocerlo a él y cada detalle que lo había convertido en el hombre que era.




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