Tras sentir una caricia en la frente, apreté los ojos con la intensión de dormir un poco más, pues apenas una hora atrás había podido cerrarlos. Mas me vi obligada a abrirlos cuando el mimo me recorrió la mejilla y se detuvo en el mentón. Abrí los ojos y me encontré con esa mirada de ámbar que tanto me reconfortaba. Ramón se llevó el dedo a la boca en señal de que no dijera nada y señaló a Ángel.
Asentí mientras me ponía en pie para tomarlo entre mis brazos. El corazón se me derritió cuando Ramón agarró la cobija con el coche de bomberos y cubrió a mi pequeño ángel para que no pasara frío en tanto él seguía dormido y ajeno a lo que sucedía. Salimos y nos sentamos en la banca del payaso.
—¿Cómo puedes verte así de guapo con tan solo un par de horas de sueño?
Él abrió la boca y la cerró al mismo tiempo que entrecerraba los ojos como si hubiera ido a responder, pero se encontrara con que le habían formulado la pregunta equivocada. Bajó la cabeza y soltó el aire, si bien no me pasó desapercibida la sonrisa que se apoderó de sus labios. El calor se adueñó de mis mejillas al percatarme de que había hablado sin pensar.
—Es decir, ¿qué haces aquí? No puede ser bueno que solo hayas dormido un par de horas.
Su sonrisa se amplió.
—En este instante me siento como un científico sobrevolando el espacio exterior en su Harley Davidson.
Entonces sí se me abrasaron las mejillas mientras una risa queda y masculina me envolvía. Entrelazó nuestras manos y se las llevó a los labios para dejar un beso en mi palma.
—Gracias por preocuparte por mi rutina de belleza.
Hice un puchero y lo empujé con suavidad lo que lo hizo reír otra vez. Deslizó la mano libre por la cabecita de Ángel. No pude evitar suspirar ante el amor que le mostraba cada vez que lo veía.
—Dime qué sucede.
No me esperaba que fuera tan directo lo que consiguió que un nudo me cerrara la garganta por lo que entreabrí los labios y me obligué a tragar en un intento de eliminar el sofoco. Si bien no pude evitar que la voz sonara ahogada.
—Tengo una cita en la corte en un par de días y puede que Ángel se vaya con sus padres.
Apretó los labios en una línea recta.
—Ningún juez te quitará a tu hijo. Tú eres su madre.
Negué tras un suspiro cansado.
—Ramón…
—¡No! Escúchame. El bufete de abogados donde trabaja mi hermano se encargó de un caso de subrogación.
Volví a negar en tanto sentía el golpeteo del corazón en el pecho. Ángel no era mi bebé, no lo era. Durante dos años los terapistas me lo aseguraron.
—No tengo como costear algo así.
Él levantó un hombro y lo dejó caer como si lo que acababa de decirle fuera una nimiedad. Apreté los labios en tanto un sabor amargo se apoderaba de mi boca. No era una decisión de los dos.
—Eso es de lo único que no tienes que preocuparte.
Tuve que respirar hondo ante las náuseas que me atacaron de repente.
—Eres de esos.
Él abrió la boca, aunque no escapó ningún sonido de su garganta. Frunció el ceñó e intentó hablar otra vez, solo que volvió a fallarle. Se reacomodó en la banca y tragó con dificultad.
—No te entiendo.
—¡Sí, de esos! No he hecho ninguna proeza. En el mundo hay millones de mujeres que son madres solteras. ¡Estuvo dentro de mí casi treinta y siete semanas!
Él asintió en un movimiento corto.
—Jamás lo puse en duda.
—¿Lo abandonaba en el hospital? ¿Eres como mis padres que quieren que lo dé en adopción? Porque según ellos jugué a ser Dios. ¡Su madre lo rechazó! Y aunque a veces he creído que me odia, lo he cuidado lo mejor que he podido. ¡Eso no me hace especial!
El cuerpo me temblaba como siempre que me alteraba por algo. La sensación empeoró al percatarme de que me había desquitado con la única persona que permanecía junto a nosotros sin importar qué. Lo había arruinado todo. Ahora perdería a mi mejor amigo. Podría parecer una exageración, pero él no dudaba en aconsejarme, en enseñarme y también me hacía reír y ver un rayo de esperanza entre tanta oscuridad.
Él se movió y tragué con dificultad. Contuve el aliento prohibiéndome llorar pues fueron mis acciones las que lo alejarían. Cerró los ojos y mientras bajaba la cabeza se llevó nuestras manos entrelazadas al corazón. El brazo libre lo apoyó en el muslo y se estrujó el cabello con la mano. Me mordí el labio por la forma en que apretaba el ceño. Me pregunté si es que sus pensamientos estaban plagados de improperios dirigidos a mí porque el corazón le retumbaba en el pecho como si se enfrentara al criminal más peligroso del mundo.
—Lamento no poder concordar contigo.
Los ojos se me humedecieron.
—Por favor, no me hagas esto. —Mi voz era apenas un susurro—. Tú eres la única persona que no quiero que piense así.
Se llevó nuestras manos entrelazadas a los labios y dijo:
—Cuando estuvo indefenso actuaste como solo una madre lo haría, a pesar de todas las secciones de terapia en las que te aseguraron que no lo eras.