Ángel

24

Estaba en la sala del tribunal donde se llevaba a cabo la audiencia. Edgar y Lizzy me habían enviado mensajes con sus buenos deseos y mensajes positivos. Andes de salir del hospital, Ramón me había tomado entre sus brazos en tanto guardaba silencio. Su perfume se había impregnado en mi ropa y era como si estuviera junto a mí en ese instante.

Si bien mantenía la cabeza baja en el afán de ocultar el rostro bañado en lágrimas ante el interrogatorio de Manuel, donde Claudia confesó que nunca tuvo la intención de reclamar a Ángel como su hijo. No obstante, a nadie podía pasarle desapercibido el temblor general que me dominaba. Siempre solía reaccionar así cuando rompían una promesa y jamás había podido controlarme.

Manuel pidió un receso de diez minutos para darme tiempo a recomponerme, el cual el juez concedió. Salimos de la sala y Manuel me extendió el teléfono, al otro lado de la línea estaba Ramón, quien   me recordó que Ángel estaba bajo mi cuidado y no el de ella y que mi bebé y él estaban esperándome para fundirme en un abrazo.

Entramos a la sala después del receso y la trabajadora social del hospital le informó al juez sobre el bienestar de Ángel. Además, entregó un informe médico, firmado por Ramón, donde se explicaba la condición médica de mi pequeño ángel.

Después de los testimonios, el juez hizo un receso antes de pronunciar su decisión. En esos minutos, Sofía, la esposa de Manuel apretó mis manos, ofreciéndome confort.

Me despedí de ellos cuando salimos del tribunal, asegurándoles que pronto los llamaría pues ansiaba llegar junto a Ángel y a Ramón. Había comprado la cena para ambos y una comidita de bebé de guineo para mi pequeño ángel.

Las palabras del juez me habían ayudado a comprender y a despejar mis pensamientos. Debía enmendar mis errores y asegurarme de demostrarle agradecimiento al hombre excepcional que había permanecido junto a nosotros sin importar qué.

Llegué al hospital y oprimí el botón del elevador, cuando se abrió me encontré con Mirta. Intercambiamos saludos y le pregunté por la nena.

—¡Ay, mi nena! Anoche se puso tan y tan malita y los doctores solo la miraban.

Fruncí el ceño.

—¿Cómo que la miran?

Las personas pasaban junto a nosotras para llegar a los diferentes pisos del hospital. A algunos les dedicaba una sonrisa un tanto tensa como una disculpa por en cierto modo entorpecerles el paso.

—No pueden tocarla. El departamento de la familia firmó los DNR[1] para todos mis nenes.

—¿Y tus nenes todos tienen alguna condición?

Ella asintió y extendí la mano para oprimirle el antebrazo mientras a ella se le humedecían los ojos. Sentí que el corazón se me encogía en el pecho tras su afirmación pues Ángel pudo ser uno de ellos: un niño rechazado, un niño sin amor. Y, sin embargo, frente a mí se encontraba la mujer que se aseguraba de darles un bañito con agua caliente, vestirlos con ropa bonita y untarles nenuco. La que no los cargaba, pero les hacía cucamonas. La misma mujer que tenía los ojos humedecidos porque era muy probable que uno de los angelitos de Dios, pronto regresara junto a Él. Mas ella, ella los amaba.   

—Gracias por todo el cariño que les das, Mirta.

Ella volvió a asentir y por unos segundos vi marchar a la Mary Poppins de los niños del estado. Si bien, más que nunca deseé tener a Ángel entre mis brazos. Me apresuré y al llegar abrí la cortina de golpe.

—¡Hola, científico!

El calor me abrasó las mejillas al percatarme de que no era Ramón quien estaba con Ángel si no que mi hermano, quien tenía la boca apretada en una línea recta y en su mirada era evidente la desaprobación.

—Vine para saber qué había sucedido y me encuentro al bebé con un desconocido y cuando llegas pareces colegiala. ¿Qué puñetas sucede?

Se me dificultó tragar por un segundo al comprobar una vez más que el hospital había servido de burbuja contra el mundo exterior. No obstante, enderecé la postura y mantuve el rostro impasible.

—¿Dónde está Ramón?

Dejé las bolsas sobre la mesita de noche y me acerqué a la cuna por lo que Edgar tuvo que moverse. Me importó muy poco que se cruzara de brazos. Me incliné y agarré a Ángel para dejarle un beso en la cabecita. En la habitación todavía permeaba el perfume de mi doctor favorito por lo que no había podido pasar mucho tiempo desde que se fue.

—¿Quién es ese hombre? ¿Y por qué le dejas a tu hijo?

Llegué hasta la mesita de noche una vez más y abrí el frasco de guineo para que mi pequeño ángel lo probara. Él me dedicó una sonrisa cansada que me pareció una carcajada estruendosa. También le sonreí y le hice varias cucamonas.

—¿Dónde está Ramón?

Edgar extendió el brazo y apuntó a la puerta. El rostro se le puso tan rojo que creí que le estallaría.

—Ese hombre me hizo mostrarle mi licencia, y no conforme con eso, llamó al abogado para preguntarle si él sabía quién era. Hipé y tosí, mas cuando no fue suficiente me cubrí la boca con una mano para ocultar la risa. Eso solo consiguió que mi hermano se transformara en Hulk solo que, en lugar de verde, era púrpura.

—¡Maia del Carmen Martínez Rivera!




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