Faltaban pocos minutos para las cuatro treinta de la tarde. Ángel había tenido tres episodios durante el día lo que equivalía a cerca de treinta convulsiones. Podría pensar que eran demasiadas cuando lo más que deseaba era que no tuviera ninguna, pero no eran los cientos de episodios que llegó a tener antes de descubrir su condición. Debía tener paciencia y fe.
Mientras revisaba el teléfono, para cerciorarme de que Ramón todavía no me había escrito, escuché la puerta de la habitación abrirse y en segundos la doctora De Jesús apareció.
—Hoy nos vamos a casita. La farmacia ya hizo entrega del medicamento y podemos continuar la terapia en el hogar. —Extendió la mano con un documento—. Este es el plan para las próximas cinco semanas, está detallado cuánto medicamento va a administrarle cada día. Recuerde tomar su presión arterial con frecuencia, y espero que haya podido conseguir los sensores de glucosa en la orina.
—Sí, doctora, ya los tengo conmigo.
—Tiene una cita de seguimiento en neurología en tres días y también tiene una evaluación en oftalmología para dentro de dos semanas. Las citas de terapias y ortopedia deberá coordinarlas usted. Recuerde regresar si las convulsiones duran más de cinco minutos o si pierde el conocimiento. Si todo está bien y no tiene dudas, eso sería todo por nuestra parte.
—Muchísimas gracias por todo, doctora.
—Que todo siga bien.
Asentí mientras me giraba hacia Ángel y lo tomaba en brazos para dejarle muchos besos en la cabecita. Al fin, después de casi más de un mes, íbamos para la casa. Agarré el teléfono y le envié un mensaje a Ramón compartiéndole las buenas nuevas. No esperaba contestación pues él me había dicho que estaría incomunicado. Entonces comencé a acomodar nuestras pertenencias a la vez que pensaba que tendría que caminar hasta el estacionamiento con Ángel en el portabebés y las manos ocupadas por los bultos.
La puerta de la habitación se abrió una vez más y llegó una enfermera a entregarme los documentos del alta y quitarle el suero a mi pequeño ángel, si bien yo solo tenía ojos para el hombre detrás de ella. En tanto la enfermera me explicaba el proceso, Ramón se acercó a la cuna y le acarició la cabecita a Ángel antes de decirle:
—Hey, 89. Ya vas a casa, campeón. Allá van a estar más cómodos, ya verás.
Lo tomó en brazos y lo arrulló mientras la enfermera le retiraba el suero. Lo contemplé murmurarle a mi pequeño ángel de todo lo que le esperaba en casa, objetos que ni yo misma conocía. Me acerqué y de inmediato me rodeó con un brazo y me dejó un beso en la sien a la vez que yo le apoyaba la cabeza en el hombro. El tiempo se quedó suspendido en esa burbuja perfecta.
—Ve a facturación a llevar los papeles para que puedas ir a casa.
Asentí, si bien no me moví. Ramón me envolvió entre su cuerpo y brazo, siempre con precaución de no lastimar a Ángel. Tomé una bocanada de aire y le dejé un beso en la frente a mi bebé antes salir. Si bien, no alcancé a dar un paso cuando giré y abrí la puerta de la habitación una vez más. Ramón me esperaba con una sonrisa burlona en sus más que hermosos labios.
—Te dije que regresaría, ¿no es así, 89? No podemos ser muy duros con ella.
Sentí cómo el calor se me apoderaba de las mejillas a la vez que en mis labios aparecía un puchero que lo hizo reír. Levanté el mentón un tanto desafiante.
—Mi novio es doctor y él asegura que estoy bajo mucho stress.
La sonrisa que se apoderó de su rostro era resplandeciente, al igual que el júbilo en la mirada como si le hubiera dado el mejor regalo de su vida.
—Con que novio, ¿eh?
Ladeé la cabeza al mismo tiempo que le dedicaba una sonrisa pequeña.
—¿Eres de los que creen que eso es solo para adolescentes?
Nos contemplamos. Y jamás vi algo tan hermoso como que mi bebé estuviera en brazos de ese hombretón.
—¿Es lo que tú quieres? —Asentí una y otra vez—. Como me lo has pedido de una forma tan dulce, no me dejas otra opción que decirte que sí.
Levanté la mano y le di un suave empujón.
—Tonto, aunque eres mi tonto favorito.
—Además soy un excelente maestro con especialidad en biología, estoy dispuesto a que te gradúes con honores.
Enarqué una ceja.
—¿Crees que lo necesito?
Le coloqué una mano en el pecho y le dejé un pico en los labios, entonces le guiñé un ojo y giré para salir. Si bien alcancé a oír:
—Usted y yo hablaremos de estos temas cuando tenga doce y ni un segundo antes. ¿De acuerdo, 89?
La sonrisa bobalicona me acompañó hasta el área de emergencias. Me tardé cerca de veinte minutos en firmar la documentación necesaria para poder irnos a casa. En cuanto terminé, me apresuré a regresar a la habitación. Abrí la puerta despacio al creer que encontraría a Ramón y mi pequeño ángel dormidos como en otras ocasiones, sin embargo, escuché la voz de una mujer:
—¿Cómo está Maia?
—Serena y aterrorizada al mismo tiempo. ¿Es eso posible?
El corazón me dio una voltereta en el pecho al escuchar la preocupación que se filtró en la voz de Ramón al mismo tiempo que me preguntaba con quién hablaba.