Ángel

Epílogo

Ramón y yo nos casamos un mes después y al siguiente día él inició el trámite de adopción para convertirse en el papá de Ángel. De eso habían pasado cuatro hermosos años. En ese tiempo, nuestro hijo se había bañado en la playa y en ríos, además había corrido en motocicleta en los caminos de tierra en la finca de sus abuelos. Le habíamos mostrado los amaneceres y los atardeceres, había viajado en avión y en barco. Para él no existían límites.

Luego de las seis semanas en ACTH y responder con una disminución considerable en sus crisis convulsivas, Ángel comenzó en una terapia con Depakene, el segundo medicamento con mejores resultados para su tipo de convulsión. Utilizamos ese medicamento durante tres años, durante los cuales él no convulsó en dos, por lo que por consejo de su neuróloga se lo retiramos, pero luego de seis meses las crisis comenzaron una vez más y se decidió utilizar Topamax, un medicamento con muy buenos resultados en su caso, ya que estaba más despierto y activo que con el anterior. Además, a menos que se enfermara, sus crisis estaban controladas por completo.

Sus terapias habían comenzado de inmediato; recibía los servicios en el mismo hospital varias veces a la semana, incluso cuando tuvo edad para ir a la escuela fue a la escuelita del Hospital Pediátrico.

Al diagnóstico de Agenesia del cuerpo calloso y mutación en SPATA 5 se le había agregado la perlesía cerebral y la variante de Dandy Walker una malformación en el cerebelo que impedía el control de cabeza y afectaba la percepción visoespacial. Con el pasar de los años el diagnóstico de espasmos infantiles cambió al síndrome de Lennox Gastaut, una extraña forma de epilepsia que le provocaba diferentes tipos de convulsiones entre ellas: tónicas, status epilepticus y ausentes.

Con cada nuevo diagnóstico, volvía a experimentar ese proceso de duelo. Si bien había aprendido que era normal. Pero las risas de mi pequeño ángel no me permitían rendirme.

 

 

Ese día Ángel y yo esperábamos a Ramón después de salir de terapia. Su turno terminaba temprano porque él procuraba pasar al menos una tarde a la semana junto a nosotros, al igual que un fin de semana al mes.

Mi pequeño ángel estaba entre mis brazos mientras reía con sus balbuceos. Entro ellos dijo:

—Mamá… Ana.

Lo abracé un poco más a mí y le dejé un beso en la cabecita.

—Ya le vamos a decir a papá, mi amor.

Estábamos sentados en el redondel que conectaba el hospital universitario de adultos con el pediátrico. Las personas pasaban y nos ojeaban pues la silla de ruedas en color verde manzana estaba junto a nosotros. Había aprendido a ignorarlos. Solo le respondía a algunos niños curiosos que se detenían a preguntar.

Alcancé a ver a Ramón cuando salió del hospital y levanté la mano al mismo tiempo que le sonreía. Él imitó el gesto provocando que su rostro resplandeciera. En cuanto llevó, me dio un beso fugaz y de inmediato agarró a Ángel para dar una vuelta con él.

—Hola, 89, ¿cómo está el nene de papá?

—Papá… Ana.

Ramón colocó a Ángel en la silla de ruedas y tomados de la mano caminamos para salimos del redondel. Pasamos junto al oncológico pediátrico para cruzar la calle interna del hospital y entrar al estacionamiento del cardiovascular. Ramón me comentaba su día y yo le platicaba del nuestro cuando Ángel rio a carcajadas y dijo:

—Ana.

Ramón frunció el ceño y me miró.

—¿Ya sabes quién es Ana, mi amor? No es alguna terapista o asistente. Tampoco una canción o caricatura que él escuche.

No le respondí y él se distrajo en pagar el estacionamiento. Subimos al automóvil luego de colocar a nuestro hijo en el asiento protector. Bajé el retrovisor para poder observar a mi pequeño ángel durante el camino.

Salimos y cuando se detuvo en el semáforo, Ramón me agarró la rodilla por lo que le sonreí mientras colocaba el brazo en la puerta para apoyarme sobre el con una sonrisa.

—¿Ya comiste?

Negó con la cabeza mientras me tomaba de la mano y me dejaba un beso en la palma.

—Como sabía que me esperarías no lo hice. ¿Se te antoja algo? 

Me mordí el labio porque en las últimas semanas quería consumir lo mismo en todas las comidas.

—Un sándwich. —Me apresuré en añadir—: Pero tú puedes comer lo que desees.

Él mantuvo la mirada en la carretera mientras nos incorporábamos al expreso Las Américas.

—Ya tienes un mes que comes solo eso.

No era un reclamo mas bien su tono era de preocupación. Me mordí el labio mientras miraba a través del cristal. Y como si mi pequeño ángel supiera que hacía una travesura gritó:

—¡Ana!

Apenas pude contenerme de sonreír y observé a través del retrovisor a mi bebé. Él sí que tenía una sonrisita pícara. Tomé una bocanada de aire en in intento de que mi voz sonara normal al responder:

—Podemos comer algo más, cariño.

Suspiré cual fan enamorada de su artista favorito cuando mi amado esposo se desvió del camino. Solo que ese hombre maravilloso despertaba junto a mí cada mañana y me dedicaba la más hermosa de las sonrisas cada vez que me miraba.




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