Ángel Ciego 12. Aventuras en el inframundo

Al inframundo

— ¿Te quedas amiga? Quiero que me cuentes todo lo que hiciste luego de irte — sonrió Psique.

— Bueno, cuídense — Lilith le dio un beso de despedida a Shin.

— Sirviente, llévalos a la entrada del infierno — al grupo — tengan las monedas de oro, espero los dejen pasar — dijo a modo de despedida la rubia.

— Gracias por su ayuda — dijo Piccolo, luego el grupo se fue.

— Ahora cuéntame que está pasando en realidad — dijo la rubia seria a su amiga.

Mientras en el Palacio de Hades.

— Hermana ¿Qué hiciste? — pregunto preocupado Adelphos a Briseida, su hermana mayor.

— ¿Por qué lo preguntas? — consultó nerviosa.

— Vi en su mente — el niño apuntó a Izbet que estaba dormida — que estabas con un tipo... haciendo...

— No es lo que piensas, solo fue un truco para que creyera que ese hombre la engañaba. No pasó nada entre nosotros.

Durante meses Briseida se acercó a Piccolo con una excusa u otra cuando salía solo, le tocaba la frente para dormirlo un par de horas, le rociaba un poco de su perfume, cuando lo despertaba, ella se escondía, el namek no tenía idea que había pasado y se iba como si nada.

El día que Izbet los vio juntos, ella lo hizo dormir y lo desvistió, lo manchó con lápiz labial, espero que la medio demonio estuviera cerca buscándolo, se sacó la ropa, se subió sobre él y simuló que estaban teniendo sexo, entonces despertó a Piccolo.

— Por favor no le hagas caso a Hades. Por sus alas negras pensé que era otro demonio que se había vuelto contra los planes que le tenía el amo, pero no es así, es una buena persona, no merece el destino que le tiene reservado — la miró tiernamente el niño — se parece a mamá.

— Si no hago lo que dice, te mandará al Tántalo... no pude proteger a nuestra madre... no dejaré que pase de nuevo. Le prometí cuidarte.

— Odio ser débil — dijo con rabia el niño.

— Tranquilo — le dijo a a su hermano — el amo prometió que luego de esto te dejará ir a los Campos Elíseos.

— ¿Y le crees...?

— ¿Qué más puedo hacer?

— Despiértala, todavía no he podido sustituir sus recuerdos.

— El amo quiere que lo hagas antes que se celebre la ceremonia. Apúrate.

— No sé si pueda, ella tiene una mente poderosa.

— Sigue intentándolo, debes lograrlo.

Mientras en el río Estigia.

— Hasta acá puedo llegar — el sirviente se despidió y volvió a la casa de Eros.

— Gracias — agradeció el más joven de los tres, se acercaron a un embarcadero.

— ¿Cómo llamamos al barquero? Hay que tocar un timbre o tirar alguna cuerda — Yun miró para todos lados.

Una voz salió de un banco de niebla frente a ellos.

— Acá estoy — les dijo Caronte, un ser oscuro, vestido con una túnica negra y una capucha que le cubría la cabeza, solo se veían dos pequeños reflejos, que se suponía debían ser sus ojos — veo que hay que trasladar a uno ¿Traes el pago?

— Aquí está mi moneda — se la entregó Piccolo — pero vamos los tres.

— Transportó solamente a los muertos.

— Que debemos hacer para que pasemos todos — dijo serio el medio namek.

— El que está muerto no tiene problemas, los otros ¿Qué me ofrecen para que los lleve a la otra orilla?

— Una moneda de oro — mostró Kaio Shin.

— Es poco.

El hijo de Izbet le pasó la suya.

— ¿Y tú? — preguntó confundido el dios.

— Tranquilo, tengo una idea.

— ¿Y dos monedas? — mostró el dios.

— Me parece un buen precio, puedes subir ¿Y tú?

— ¿Te parece esto? — le ofreció su anillo de matrimonio.

— De acuerdo — al barquero le brillaron los ojos de codicia.

— Pero... — quiso detenerlo su padre.

— No importa, es por mamá.

Subieron, lenta y silenciosamente los llevo Caronte por el río, pero a medio camino se detuvo.

— ¿Qué pasa? — preguntó Kaio Shin.

— Denme todo el oro que llevan o los arrojare de la barca, quedarán en el río con las almas que no pudieron pagar hasta el fin de los tiempos — para demostrar que no bromeaba, tomó al dios y lo tiró del barco. Por suerte Yun logró subirlo antes que las almas lo sumergieran, mientras Piccolo se enfrentó con el barquero, luego de una pequeña lucha, el namek lo puso sobre su cabeza, y amenazó con tirarlo al río — sí lo haces no podrán pasar.

— Me arriesgaré — Piccolo tomó impulso para que cayera lo más lejos posible de ellos.

— Espera, si me bajas los llevare, sin trucos, lo prometo.

— Además devolverás el anillo de mi hijo.

— No — apretó su botín contra su pecho.

El namek lo tiró, pero en el último momento lo tomó de la mano, lo dejó colgando sobre el agua, mientras los espíritus que estaban en el río lo tomaban de los pies para hundirlo.

— ¿Decías? —preguntó el hombre de piel verde.

— Sí, lo devolveré y los dejaré en la entrada del Tártaro. Pero súbeme — dijo asustado el barquero.

— Para asegurarme que no quieras cambiar el trato me quedaré a tu lado lo que queda del viaje.

Una hora después por fin llegaron a la otra orilla.

— Antes de irte pásame la argolla.

— Acá tienes — se alejó en su barca — cuando Cancerbero acabe con ustedes recuperaré lo que es mío de entre sus despojos.

— ¿Dónde estará? — preguntó Yun mientras se ponía el anillo.

Como si lo hubiera invocado, se escuchó un fuerte ruido de pisadas y unos gruñidos espantosos, apareció un perro enorme con tres cabezas, levantado en sus patas traseras era más alto que Piccolo.

— ¿Alguien trajo algún hueso del almuerzo para este perrito? — el joven no le quitó la vista al animal.

— Deja de bromear — se puso en guardia el padre del joven — eres igual que tu madre.

El animal pareció estar analizándolos, al terminar se dirigió hacia Kaio Shin, pero el muchacho se puso frente al dios, y fue a él a quien golpeó el can, al caer un extraño sonido se sintió que atrajo enseguida la atención del animal que corrió hacia el caído.



#6690 en Fanfic

En el texto hay: engano, amor, luchas

Editado: 01.04.2020

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