— ¿Cuándo tomaron esta foto?
— Fue para el primer cumpleaños de Yun — respondió el namek.
— Que grande se ve ¿Y está foto de dónde es?
— Es el monasterio donde entrenaste, luego que murió tu padre.
— ¿Éste es? — señaló a un hombre alto, muy serio, que estaba en primer plano.
— El maestro Theravada.
— ¿Y él? — apuntó a un tipo bajo, que estaba como tratando de ocultarse atrás de los demás.
— Es Tathagata.
RECUERDO
En el Templo Sagrado.
— No podremos pasar esta noche de navidad en la cabaña — le dijo Izbet a su pequeño hijo.
— Pero mamá, me lo prometiste, quiero ir ahora.
— Lo siento, recién la semana que viene sabré cuándo podremos ir.
— No te preocupes, nos quedaremos una semana cuando vayamos — medió el namek.
— No quiero — el pequeño corrió a esconderse enojado.
— Quisiera llevarlo — se lamentó la mujer ciega — pero es peligroso, hay... — le llegaron varios mensajes a su Tablet, que tenía un programa que traducía los mensajes en palabras habladas, así no era necesario leerlos, debía bajar urgente a la empresa.
— No te preocupes, se tranquilizará, debe aprender a que no todo lo que quiere se le puede dar, así se convertirá en un malcriado — razonó el guerrero.
—Tienes razón, para mí todavía es mi bebé, no hace ni un año que nació — suspiró triste — vuelvo a la noche.
A Piccolo le costó encontrar a Yun, ya que cuando se enojaba ocultaba su ki, estaba quieto en la cama de una de las habitaciones, el padre decidió dejarlo descansar, salió silencioso para no despertarlo, pero apenas se cerró la puerta el niño se escabulló y voló a la cabaña. Cuando llegó se dio cuenta que no había nada de comer, como todavía era temprano decidió ir al pueblo a pie, en el camino unas sombras lo siguieron, sólo se dio cuenta cuando un lobo le mordió la pierna, se soltó, cojeando buscó un lugar para protegerse la espalda, allí le atacaron los demás animales, al principio logró mantenerlos a raya, cuando creyó que se irían, un par de ellos saltaron del montículo a su espalda, le mordieron la cabeza y un brazo, por suerte un hombre apareció gritando y disparando con una escopeta, logró ahuyentarlos, tomó con cuidado al pequeño, miró a todos lados, al no ver a ningún adulto se dirigió a una cueva en una montaña cercana, estaba demasiado lejos del pueblo por eso decidió curarlo el mismo.
Ya al anochecer Izbet volvió al Templo Sagrado.
— ¿Cómo está Yun? — le preguntó a Piccolo.
— No ha salido de la habitación, estaba muy molesto.
— Ya es tarde, debe comer algo.
Al ir a la pieza se dieron cuenta que no estaba.
— No está en el templo — dijo nerviosa la madre.
— Debe haberse ocultado, lo encontraremos — medió Dende que con ayuda de Mr. Popó y los padres rastrearon todo el lugar.
En ese momento Izbet estuvo segura que había ido donde se le había prohibido.
— Se fue a la cabaña — dijo nerviosa — debemos ir a buscarlo rápido, puede encontrarse con los lobos — estaba muy angustiada.
— ¿Qué lobos?
— Con todo lo que pasó, no te conté que por eso no podemos ir, apareció una manada salvaje, mientras los capturan para trasladarlos es mejor no acercarse. Estoy segura que fue para allá. Vamos.
Llegaron ya de noche, encontraron los rastros de los animales que siguieron al niño, cerca de unos montículos había signos de pelea y manchas de sangre, ambos lo llamaron a viva voz, pero nada, ya cuando Izbet empezaba a desesperarse, a los lejos escucharon el silbido de una persona, que para llamar su atención también agitaba los brazos, volaron hacía allá, en la entrada había una fogata, en el fondo estaba Yun, tapado con una manta, dormido, con la cabeza, una pierna y un brazo vendados.
— Mi niño — dijo dolida luego de tocarlo y sentirle las heridas.
— Tranquilízate, es fuerte, estará bien — trató de calmarla el desconocido.
Ella salió volando lo más rápido que pudo con su hijo en brazos en dirección al Templo, Piccolo le dio las gracias al hombre y la siguió, cuando llegó Dende curó al pequeño, lo llevaron a un dormitorio a descansar, al amanecer recién el pequeño despertó.
— ¿Mamá? — estaba desconcertado.
— Mi niño ¿Por qué nos diste este susto? — le recriminó suave la mujer.
— Lo siento, quería ir a la cabaña de los abuelos, fui al pueblo a comprar comida, y esos animales me atacaron, no recuerdo más.
— Un hombre te ayudó — dijo serio el padre.
— Ni siquiera le di las gracias — recordó la madre — te parece Piccolo que vamos más tarde a agradecerle.