Ángel Ciego 9. Memorias

Monasterio. Liberarse

— Anoche cuando oscurecía escuche ruidos de lobos y de un niño, es muy valiente, eran muchos y lo atacaban por todos lados, lamentablemente llegue cuando ya lo habían mordido, lo traje y cure sus heridas, pensé que el salvarlo era la forma de pagar mi deuda con la vida, nunca pensé que eras su madre — se puso de pie el hombre.

— ¿El maestro sigue vivo? — no puede ser pensó, debería tener más de cien veinte.

— Sí, cumplió hace poco 125 años.

— Piccolo — lo llamó en voz alta, éste entró inmediatamente con el niño a su lado — quiero ir a visitar a mi maestro, nos vemos en el Templo Sagrado.

— Iremos todos — dijo tajante.

Se dirigieron volando al monasterio, Piccolo llevó al monje bajo su brazo, como si fuera un saco, luego de un rato llegaron al lugar, al tocar el suelo el namek lo soltó y éste cayó pesadamente al piso. El maestro Theravada los recibió junto con los demás monjes superiores.

— Hola Pequeña Guerrera, veo que Tathagata te encontró.

— Maestro, permítame presentarle a mi familia — todos se inclinaron, como saludo y señal de respeto — no pensaba volver, pero supe que mi maestro estaba vivo, quisiera se me pudiera permitir visitarlo, por favor.

— Ha estado muy enfermo, le alegrará verte. Tendrán que ir a su habitación, ya no puede levantarse. Tathagata, por favor, llévalos.

— Gracias — dijo la mujer, de nuevo se inclinaron, luego los monjes se retiraron a sus labores.

Entraron en una pequeña habitación al fondo de un pasillo, en una cama en el piso había un hombre, se notaba que era muy viejo, al sentir que entraron abrió los ojos.

— Pequeña Guerrera, por fin puedo volver a verte — habló con un tono tierno y emocionado.

— Maestro — trató de mantenerse serena, eran muchos los recuerdos que la invadían al ver al anciano — quisiera presentarle a mi familia — habló hacia su hijo — Yun, él fue mi primer maestro.

— Soy Yun Supay, es un honor conocerlo — se acercó y se inclinó.

— El gusto es mío. Tuve una visión en que estabas corriendo por un bosque — le dijo el hombre

— Quería pasar navidad en la cabaña, pero como no quisieron llevarme, fui sólo — respondió avergonzado.

— Eres igual que tu madre jajaja cof cof — al reír le dio un acceso de tos — ¿Quieres ir a conocer el monasterio? Hay novicios con quienes puedes jugar mientras hablo con tus padres. Tathagata te acompañará.

— ¿Puedo mamá? — se entusiasmó, el estar entre adultos lo aburría.

— Sí, mi amor.

El guerrero verde miró al hombre que salió acompañando al pequeño, advirtiéndole con la vista cuídalo por tu bien.

— Maestro — se arrodilló cerca de él cuando ya estaban los tres solos — quisiera presentarle a Piccolo, el padre de Yun.

— Un gusto.

— Igualmente — el guerrero namek inclinó su cabeza, reconoció en él a un hombre santo.

— ¿Qué pasó contigo, pequeña guerrera? — le tomó la mano, le pareció un sueño poder volver a estar con ella — te busque por semanas.

— No quería que me mandarán a un orfanato, pensé que me enviarían allá por eso hui y... — contó todo lo que vivió — ahora tengo esta bella familia.

— Me alegro por ti, que lograste tener una buena vida después de todo — luego de guardar un rato silencio siguió — recuerda mi niña, que las experiencias que vives te definen, lo bueno y lo malo que experimentaste te hizo la persona que eres ahora. Si hubieras seguido con nosotros, tal vez no estarías donde estas, ni hubieras conocido a tu pareja, ni tuvieras a ese hijo. No quiero restarle responsabilidad a Tathagata en lo que hizo, pero fuiste tú quien decidió irse, no confiaste en nosotros. Piénsalo, el perdón no sólo será bueno para él, sino para ti también, no debes cargar con esa rabia. Sé que nunca podrás olvidar lo que viviste, pero al menos quisiera que logres recordar con la cabeza sin que te duela el corazón.

— Lo pensaré maestro, es hora de retirarnos, no quisiera cansarlo — lo sentía tan débil, era como una llamita que en cualquiera momento se iba a apagar.

— No te preocupes, ya está llegando mi hora para pasar a la otra vida, sólo me inquietaba no saber de ti, fuiste una cálida luz en el ocaso de mi vida, te acuerdas cuando te enseñe a meditar y te hacías la dormida jajaja, o intentaba enseñarte matemática, historia o filosofía, me salías con esas respuestas tan raras cuando analizábamos alguna situación.

— Nunca olvidé lo bueno que viví en este lugar con usted — le tomó la mano hombre mayor y acarició su mejilla con ella — pediré permiso para venir a verlo seguido.

Ya concedida la autorización por el Superior Theravada, volvieron al Templo.

— Que piensas de lo que te dijo tu maestro — le preguntó Piccolo mientras volaban.



#477 en Fanfic

En el texto hay: sexo, aventura, sexo amor desamor

Editado: 06.03.2020

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