"Ángel de la Guarda"

3: "Decisión"

Sebastian estaba muy triste por las palabras de Lucía y era comprensible, ya que en el caso de ella había perdido a la única persona que quedaba como familiar y para una niña es muy doloroso. 

—Debiste verla, estaba muy dolida —dijo Sebastian suspirando.

—Me imagino, es natural en los seres humanos y más en los niños —respondió Arturo indiferente —ella no tiene la madurez para aceptar lo que le sucede.

—¡Si eso le llamas inmadurez, yo soy muy inmaduro! —exclamó enojado, Arturo frunció el ceño e intentó "comprender" a Sebastian.

—Sabes a que me refiero...—pero Sebastian lo interrumpió.

—Es mi culpa, yo debí estar con ella y no ir...a esa tonta reunión —se lamentaba Sebastian.

—Nada puedes cambiar ahora, bueno pronto te asignarán a otro niño para que cuides —dijo Arturo mientras se iba a cuidar a su niño. 

—No dejaré a Lucía sola, me niego —dijo Sebastian decidido, Arturo volteó a mirarlo muy confundido.

—¿Qué estás diciendo Sebastian? Ella ya dejo de creer en Dios y en ti ¿recuerdas? —contestó mientras intentaba hacer entrar en razón a Sebastian.

—No me importa, la cuidaré como retribución por haberla dejado sola —Sebastian se paró y extendió sus alas para irse.

—Si haces eso, estás desobedeciéndome a mi —respondió serio Arturo, ya que era su superior por tres décadas.

—No me importa, la protegeré hasta donde pueda y nadie puede hacerme cambiar de opinión...



 

●●●●

En el hospital, la pequeña lloraba en silencio e intentaba lastimarse para no recordar a Sebastian; quería borrarlo para siempre, se sentía traicionada y en abandono. Pero entonces su tutora abrió la puerta para ver a Lucía.

—¿Lucía? ¿A quién le gritabas? —preguntó la señorita muy preocupada, los gritos de Lucía se habían escuchado por todo el pasillo, y asustó a toda la gente que estaba esperando su turno de ser atendidos.

—A nadie, ¿ya nos vamos? —dijo la pequeña sonriendo, creía que si le contaba sobre Sebastian la creería loca o infantil.

—Así es, ven conmigo y no me sueltes la mano ¿de acuerdo?

—Esta bien...

dijo la pequeña intentando sonreír, creía que si le contaba sobre Sebastian la creería loca o infantil.

—Así es —dijo la tutora sin hacer más preguntas, creía que tal vez era lo mejor para que pueda asimilar el dolor —ven conmigo y no me sueltes la mano ¿de acuerdo?

—Esta bien...—la tutora se le acercó a la pequeña la abrazó para intentar consolarla, Lucía lo único que hacía era llorar entre susurros. 

Casi dos días después, se organizó un pequeño funeral y solo estaba la tutora, un sacerdote y ella con un vestido negro, mientras escuchaba al sacerdote que hablaba sobre la muerte y Dios, Lucía lloraba en silencio. Se sentía muy sola y pudo ver que Sebastian estaba en el lugar mirando el ataúd y a Lucía.

—¡¡¡¿Qué haces aquí? Te dije que te largues!!! —exclamó  enojada en tanto se acercaba a Sebastian para golpearlo, pero la tutora tomó su mano para detenerla. 

—Lucía ¿a quién le gritas? —preguntó asustada.

—¡¡¡¿No oíste? Largateeeeeee!!! —en ese momento la tutora tuvo que sostenerla de ambos brazos y gritarle para calmarla.

—¡¡¡Lucía!!! —dijo exaltada en tanto la miraba —¡¿quieres calmarte?! —Lucía con lágrimas en sus ojos solo agachó la cabeza y gritó con mucha rabia y dolor que en todo el lugar podía escucharse el eco de su grito, el sacerdote solo las observaba y prosiguió con la lectura. Su tía Ana no tenía a ningún familiar cercano, solo había dejado escrito que si algo le pasaba a ella, Lucía tenía la total libertad de vender la casa y que su cuerpo fuera incinerado. Sebastian decidió estar lejos por un tiempo y Lucía poco a poco perdió el brillo que la caracterizaba y su cabello cambio radicalmente a negro, además de que nunca pudo superar ese día tan trágico y amargo que le sucedió en su vida.

Luego Sebastian  encontró a la pequeña en el orfanato y desde lejos solo la podía observar, veía que ya no rezaba y lloraba al ver la foto de su tía cada noche; y no se relacionaba con nadie. Los años pasaron y Lucía ya no tenía aspecto de una chica dulce, ahora era muy fría y solitaria; él se transformaba en cualquier ser vivo para intentar hacerle compañía pero era inútil. Además Lucía ya había "perdido" su don de ver a los ángeles y para ella era un alivio, aunque mentalmente quedó con secuelas de por vida y nada volvería a ser igual, hasta que de nuevo tuvo que enfrentarse al mundo al cumplir los 18 años e ingresó a la universidad.

 



 

●●●●

Era un domingo por la mañana, Lucía había llegado a su futuro hogar, un edificio con un pequeño departamento. Ella estaba indiferente, cualquier lugar donde pudiera dormir era suficiente.

—Bueno Lucía, ya te di las facilidades para que puedas iniciar tu vida como ciudadana sin ningún problema —dijo la tutora de Lucía mientras se iba de la habitación —si tienes algún problema, puedes llamarme ¿si?

—Esta bien, ya puedo cuidarme sola —respondió Lucía seria —gracias por todo—. La tutora se retiró del cuarto y Lucía empezó a desempacar y en la tarde tenía todo arreglado.

—Ahora empezaremos a estudiar ¿no tía? —decía Lucía en su mente mirando la fotografía; mientras estudiaba, sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no estaba sola pues estaba Sebastian allí cuidándola aunque le dolía mucho verla de esa manera.

—Lucía ¿puedes escucharme? Por favor no me ignores, me duele verte triste y sola —decía Sebastian, pero su aspecto de el ángel había cambiado mucho; había envejecido.

—Si sigues así puedes morir —dijo Arturo en la ventana observándolo —ya consumiste mucha energía y no puedes mantenerte estable, hasta que cuides al siguiente niño...

—¡¿No lo has entendido? Quiero protegerla y cuidarla! Me necesita, ¿entendiste? —respondió enojado y casi sin voz, era muy lamentable su estado de Sebastian, pero a él no le importaba.




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