Ángel de la muerte.

Capítulo 10: Inesperado.

Capítulo 10: Inesperado.

Amaia.

Siento un dolor en mi cuello y cabeza, me tome unas pastillas, pero no pasa el dolor.

Estoy sola en casa, recostada en mi cama.

Mamá salió a comprar algunas cosas, papá trabaja, mis hermanos en sus prácticas.

En esta semana son los entrenamientos para jugar futbol.

Estoy emocionada, siempre me ha gustado este deporte.

Es mi favorito.

—Amaia — escucho su voz.

—Dime ¿Qué deseas ahora?

—Siéntate al frente del espejo.

—¿Por qué?

—Hazlo y no preguntes.

Me siento y veo mi aspecto, mi pijama de conejitos, mi cabello todo revuelto de estar acostada.

Qué vergüenza si me ve alguien — pienso.

Miro al frente y la veo, sentada en su trono como siempre, con una copa de oro llena de sangre.

—¿Qué deseas? — pregunto al verla como bebe de ella.

Baja lentamente la copa y se escurre de sus labios un poco de la sangre que ha tomado.

Sonríe como siempre lo hace, macabramente.

—Mucho, pero quiero verlo a Azrael.

—¿Para qué lo quieres ver? — pregunto confundida.

—No te incumbe Amaia, solo quiero verlo —ordena — Llévame donde él.

—No conozco donde vive.

—Pero yo sí, ahora llévame.

Niego —No puedo, estoy con dolores de mi cuello y cabeza, a parte no deseo llevarte.

Me mira enojada de por qué le he contestado.

—Lo hare yo.

Siento nuevamente esos mareos, miro mi imagen, pero lo que veo es a ella.

Ella es más blanca que yo, es muy pálida, sus ojos son rojos, no como los míos.

—¡Devuélveme mi cuerpo! — golpeo el espejo.

Me encuentro dentro de él.

—No lo hare, vendrás conmigo Amaia.

La miro confundida de lo que dice.

—¿Cómo? Estoy dentro de este espejo, tienes los ojos de color rojo.

—Esto se lo puede arreglar.

Segundos después estoy en mi mente, o bueno en la suya.

Ya que ella se mueve y yo no puedo controlarlo, solo puede ver lo que hace.

—Tus ojos — advierto.

Se mira en el espejo y con un chasquido de sus dedos, sus ojos son negro, su piel esta del color de la mía, se acerca a mi ropero, escoge algunas prendas y se viste.

Un pantalón de mezclilla, una blusa holgada, el cabello en una coleta, y unas sandalias.

Recoge las llaves que se encontraban en la cómoda, y sale de mi cuarto.

Cierra la puerta con llave al salir de casa.

Veo como mira a su alrededor, respira varias veces el aire.

Escucho como habla en su mente o la mía.

Estoy confundida, a decir verdad.

Esto es inesperado.

—Este aire apesta.

—¿Por qué lo dices?

—Antes este mundo era uno de los mejores, ahora esta muy contaminado y no solo eso, el olor a gente pecadora llega hasta mí.

—¿Gente pecadora?

—Si Amaia, gente pecadora, gente que hace los peores de los pecados y echan la culpa a satanás, que el crea esto y esto, muchas cosas dicen las personas, pero nunca aceptan que realmente ellos cometen esos pecados, que nadie les obliga.

Concuerdo con ella, puede ser que, si hacemos algo, la mayoría dice el diablo me tentó, pero realmente lo hacemos nosotros, nadie más que nosotros.

Cruzamos algunas calles, ya que ella no dice nada.

Seguimos cruzando más calles, hasta que llegamos a un edificio, muy bonito, a decir verdad.

—Aquí es — me avisa.

Caminamos hasta que llegamos donde se encuentra el portero.

—Hola — saluda, el señor nos mira y se saca sus lentes.

—Buenas tardes ¿En qué puedo ayudarla?

—Quiero saber el piso del señor Azrael.

—No puedo darle esa información, pero puede decirme como se llama y le avisare que se encuentra aquí.

Niega, se recuesta en el escritorio que tiene el señor y lo mira fijamente.

—Me dejaras pasar sin decirle a nadie que estoy aquí.

El señor la mira y asiente, veo como los ojos del señor tienen como un brillo cuando ella le ordeno, el no decir nada.

—Piso 5, departamento 20.

Asiente y le sonríe.

Caminamos hasta el ascensor aplasta los botones y se cierran las puertas.

—¿Qué le hiciste? — pregunto.

Ya que el señor quedo desorientado cuando ella dejo de hablarle.

—No le hice nada.

Contesta si más.

—¿Cómo que nada? — bramo enojada — El señor quedo desorientado.

—Solo lo hechice — contesta —Ya se recuperará.

—¡Estás loca! — grito.

—¡No grites! Me dejaras sorda.

Las puertas se abren y salimos, miramos a un lado y vemos el número que dijo el señor.

Se acerca y toca la puerta dos veces, hasta que la abre Gabriel.

—Hola ¿Esta Azrael? — pregunta, su voz sale más aguda.

Gabriel nos mira desconfiado.

—Se dio cuenta que no soy yo.

—No se dará cuenta Amaia, ya lo veras.

Solo escucho lo que dice.

—Está adentro cocinando, deberías estar descansado.

—Sí, pero quería salir un momento, me dolía la cabeza de estar encerrada.

Sonríe y nos deja pasar.

—Te lo dije no se dará cuenta.

No contesto, caminamos donde él nos muestra, lo vemos.

Esta sin camisa.

—Está muy bueno ¿cierto? — me pregunta.

—Si — no miento, sus abdominales se muestran, sus brazos llenos de musculo, y el pantalón deportivo que lleva puesto, hace que la imaginación de muchas se llene de morbosidad de solo verlo.

—Hola Azrael.

Se da la vuelta y nos ve, sus mejillas se tiñen de rojo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.