Ángel de la muerte

Prólogo

Noviembre de 1998

Después de millares en las alturas, temo enfrentarme a la humanidad.

Desciendo desde el reino empíreo, llevado por un séquito de arcángeles que refulgen con sus alas centelleantes. Me dirigen hacia mi destino. Poco a poco, logro divisar una cabaña solitaria y deteriorada entre el denso bosque. 

La energía de este lugar es muy sombría y está atestada de un deje lúgubre proveniente del Inframundo.

Puedo percibir las chispas abrumantes que forman parte del infierno, y la presencia de caídos camuflados en sombras y espectros que se mueven en los lindes de la medianoche.

Al atravesar el ventanal de cristal, hago un ademán a Miguel para que me confiera un momento a solas, y permanece en las afueras como custodio. 

Clavo mi vista en la imagen embelesadora de una mujer que lleva en su vientre abultado a una nueva creatura. Me aproximo y me acuclillo a un costado de la cama. Observo los rasgos cansinos y desgastados que ella posee. Sus párpados tienen dos medialunas bajo ellos, y su tez pálida es un claro mensaje de la vida insufrible que ella ha tenido que subsistir con el transcurso prolongado de los años que lleva sobre sus hombros. 

Está dormida. 

—Hey... pequeña —susurro y dejo mis manos allí. Siento las patadas sutiles que hace el bebé con alegría. Es el aura célica, capta el encanto de los niños en la Tierra.

Los balbuceos de la mujer me sobresaltan.

—Alex, Alex, Alex... —murmura entre ensoñaciones.

Supongo que ese es el nombre que tendrá ella.

Es lindo, especial.

celestial, dándote un alma noble y llena de amor hacia los demás —musito al cerrar mis ojos, con las caricias de la tenue brisa en mi piel.

Me levanto para alejarme, percatándome de las lágrimas sigilosas que resbalan del rabillo del ojo de la joven.

Hay mucho dolor en sus adentros, mucho sufrimiento resguardándose en sí.

—Como un sello de este momento, dejaré esta pieza de tu vigilante. —Los objetos luminiscentes levitan hacia ella y reposan en el lugar donde descansa con placidez—. El ser que ha sido conferido a tu vida para protegerte... —doy un apretón a la mano de la chica de cabellos rubios para transmitirle consuelo.

»Yo estaré allí, siempre... aunque no puedas verme. En el momento indicado recordarás quién soy, y para qué has venido. No me olvides por la eternidad, pequeña.

Envuelto por las prominentes alas de un serafín, ascendemos al firmamento perdiéndonos entre las nubes.

La aprensión y el temor atacan mis cavilaciones, pero intento mantenerme convencido de que sus ojos no serán cegados por la vileza de los demonios.

Ella va a ser una luz; la usurpadora del corazón del ángel perdido.

 

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