Ángel de la muerte

1

Capítulo 1: Behemorth y Ciel

 

 

Siglo XVIII

Haniel

Ceder tu corazón a alguien es muy fácil cuando la inocencia nubla tu mente.

A medida que los meses transcurren, mi cuerpo ha perdido fuerza. No puedo volar como antes ni poseo la misma capacidad de usar mis dones.

Avanzo con torpeza en el cielo golpeándome con cualquier estorbo que hay en el camino. No puedo controlar bien mis movimientos, por lo que causo que algunos humanos se percaten de mi presencia y estragos en ciertas construcciones.

Al llegar a mi destino, mi vista se nubla y caigo en la inconsciencia.

No entiendo lo que sucede en mí. Estoy lánguido. Trato de recuperar el aliento y la noción.

Luego de unos minutos en los que me ensimismo en mi desasosiego, siento la fuerza que destilan las alas fulgurantes de un arcángel. Estoy de espaldas a él.

—¿Qué haces aquí, Haniel? —John musita aquellas palabras con un deje de reprimenda.

Volteo con ligereza mi rostro y contemplo su mirada azabache. Él centellea junto a los astros que cuelgan del firmamento. Todo está oscuro y envuelto en tinieblas; un contraste notable de su luz y los alrededores.

—No sé qué me sucede —digo en un murmullo—. Mi cuerpo ya no responde a lo que mi mente indica, ya no ejerzo dominio sobre mis alas. —Elevo poco a poco el tenue tono de voz—. No tengo forma de desplazarme ni acercarme a nadie... —me incorporo y tiro de mis cabellos—. ¡Me siento inútil!

Mis iris azulados se cristalizan y caigo agazapado sobre el mullido cemento de la azotea.

No sé en cuál edificio estoy, sólo necesito soledad.

—¿Por qué estás tan destrozado? —el semblante de John es cubierto por un vestigio de lástima.

—¿No lo has visto, John? Todos lo saben; miran hacia otro lado y hacen caso omiso, pero tienen conocimiento de lo que me sucede. —Lo miro con reproche al sentir el vigor recorrer mis venas.

—Dímelo tú, Haniel.

No me reprimo.

—¡Me enamoré! —exclamo con desesperación; las gotas saladas descienden sobre mis pómulos—. Me enamoré... Lo hice —susurro.

—¿Por ello te has alejado?

—No entiendes...

—¿Crees que esa chica no está afligida como tú lo estás? —trago en seco—. La vi, Haniel. Su cuerpo está repleto de magulladuras y golpes... —voy a replicar, pero sigue con firmeza—. No se trata sólo de cómo sufres, también de cómo eso afecta a los que amas... a aquellos que están dispuestos a entregarlo todo por ti.

Luego de aquel último enunciado, se va sin más, dejándome con las palabras apretadas en el rígido nudo de mi garganta... dejándome vacío.

Mis pasos tenaces me llevan hacia su hogar y la opresión en mi pecho cada vez se agiganta más.

Ya frente a su mansión, tomo uso de mis extremidades por una vez con la poca energía que queda en ellas, y me levanto.

Al llegar a su alcoba, miro todo, extrañado. Escucho un jadeo a mis espaldas y me giro.

—¿Vanessa? —arrugo el ceño viéndola de arriba abajo. Observo aquel níveo vestido que cubre su piel con gracilidad.

—Haniel. —El nombre sale como un suspiro desconcertado de sus labios, y me acerco sigiloso hacia ella.

—¿Qué sucede, hermosa? —tomo su barbilla; sin embargo, ella sólo voltea y se despoja de mi toque—. ¿Por qué actúas así?

—Me dejaste por mucho... —hace un ademán de negación con la cabeza.

—¿Qué es todo esto?

—Fue suficiente. —Respira profundo y prosigue—. Muchas cosas pueden pasar en un solo segundo, ¿qué esperarse de seis meses? —su mirada vidriosa parte mi alma... lo que resta de ella.

El tiempo se detiene durante unos instantes efímeros.

—¿Lo aceptaste? —una lágrima silenciosa se permite desplazarse en mi mejilla.

Su callar responde mi pregunta.

Me alejo y doy unos cuantos pasos.

—Te amaba, Haniel. 

Con aquellas palabras que pisotean mi corazón, me retiro de allí. Ya he entregado la mitad de él.

°°°

Intento movilizar mis brazos y piernas, pero se me hace una tarea imposible con el haz oscuro que rodea mi cuerpo.

El destello neutro y grisáceo descansa sobre mí desplazándose en una prolongada y dolorosa travesía. Mi corriente sanguínea oscila junto a los temblores que me atacan; me torturan sin piedad, sin reservas. Apenas puedo vislumbrar sus miradas envueltas en negrura alimentándose de mi agonía; obtienen energías a costa de mi dolor. Chispas de electricidad son trasladadas en toda mi piel, y los gritos quedan atascados en las paredes de mi garganta sin tener la capacidad de soltarse.

Trato de hacer acopio de todas mis fuerzas, mas es en vano.

Estamos rodeados de pilastras raídas y lápidas con inscripciones ininteligibles; un cementerio tétrico, en el cual se encargan de elevar a todos los espíritus perdidos que se mantienen en una transición perenne en los confines de la Tierra.




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